El Campo

El Campo

M.Z.A

02/01/2023

Estaba
parado en el medio de una calle en el campo, con un auricular en mi
oído derecho mientras el otro colgaba por mi hombro izquierdo. Miré
la luna llena y las estrellas, eran hermosas. Había una casita a lo
lejos, alumbrada por un farol blanco que iluminaba la mitad de la
casa y de la calle. El camino era de tierra y unas pocas piedras que
sobresalían, provocaban unos cuantos pozos. Contemple el cielo
estrellado, nuevamente durante unos segundos, cuando de repente
escuché unas pisadas pesadas por detrás mío, gire la cabeza
tranquilamente para toparme con una simple vaca y su ternero blanco,
los observe por un rato, me encontraba perdido en mis pensamientos,
debían ser las nueve de la noche cuando me encontraba caminando
frente a la casa con el farol.

Vi
al perro de la casa, que dormía al costado de un pino floreciente.
Pasé de largo la casa, y la calle había empezado a oscurecer, a unos
metros de mí se encontraba otra casa con una lámpara amarillenta
que, con suerte, ilumina la tranquera de la quinta, esta lámpara se
movía a causa del viento y su luz titilaba tenebrosamente.

Al
llegar, un sentimiento nostálgico hizo que me detuviera en la
entrada de aquel lugar, solo para notar que tenía aspecto de
abandono. El lugar estaba lleno de basura junto a la tranquera y en
el patio de la casa también. La luz llegaba hasta cierta parte del
patio donde se encontraba un árbol llorón algo seco y muerto,
después de eso no se veía nada más.

Me
di la vuelta para continuar con mi camino ya que no era la primera
casa abandonada que encontraba desde que vine a pasear, era normal.

– ¡Wof! ¡Wof!- Al parecer había un perro entre toda la basura y
oscuridad, se escuchaba afónico y su voz estaba gastada.

Me
detuve al escuchar el choque de cadenas que provenía del perro,
caminé hacia la casa y con la linterna del teléfono, alumbré hacia
el lugar de donde provenía el ruido metálico. Ahí pude verlo;
“Dios”, fue la única palabra que pudo salir de entre mis labios
en aquel momento.

De
su boca salía sangre y tenía agujeros en su cuerpo de donde brotaba
pus y salían gusanos blancos, podía ver su interior a través de
los orificios putrefactos.

Caminé
cuidadosamente hacía el para liberarlo, las cadenas estaban apretando
sus patas y cuello y la correa se encontraba enganchada a un baño de
servicio todo sucio y roto. Al dejarlo ir, el perro con suerte
caminaba, pero logró irse. “No creo que dure mucho”, dije para
mí mismo.

Después
de un rato caminando por una calle que parecía no tener salida y
donde la luz de la luna no llegaba, llegue hasta otra casa más
original y natural, donde las enredaderas trepaban por la casa,
parecía que aquella casa era tragada por la tierra y si, era mi casa.

Me
encaminé hacia la entrada la cual era un portón verde tapado por
algunas ramas, mientras sacaba las llaves para meterlas en la
cerradura, el suelo comenzó a temblar haciéndome caer, desesperado,
volteó la cabeza de un lado a otro y pude ver a una mujer corriendo a
lo lejos entre la niebla, la reconocí, era mi amiga de la infancia y
ahora esposa, pero ¿qué hacía ahí? ¡Se iba a hacer daño!

Me
levanté de golpe y empecé a correr detrás de ella mientras el piso
temblaba y escuchaba como un árbol había caído detrás mío,
estaba enojado y triste, ya que ella me había prometido desde muy
pequeños que se quedaría a mi lado por siempre, tenía que estar en
casa; “¿Y si no me quiere?”, era la pregunta que me atormentaba
casi siempre. Ella nunca me mentía o traicionaba, no podía, ella no
podía.

_
¡Diana!_ Corrí detrás de ella por un largo rato y cuando estaba a
punto de atraparla se desvaneció en el aire, volteó a todos lados
desesperado, mi mirada se nublaba por mis lágrimas, las cuales
salían por su cuenta. Todo a mí alrededor empezó a oscurecer hasta
despertarme, por fin, de esa pesadilla.

Al
abrir mis ojos escuché pasos que provenían de la cocina, me
incorporé en mi cama y, cautelosamente, salí de mi habitación,
camine hacia la cocina y vi a mi gato arriba de la mesa, me
tranquilicé y fui al ático a ver dormir a mi esposa. Entre
tranquilamente y silenciosamente, el ático era bastante grande, lo
suficiente para que puedan dormir cuatro personas desplazadas por
todo el cuarto. Las enredaderas entraban por la ventana, decorando
gran parte del techo blanco.

Me acerqué a su lado, contemplando su cara pálida como la
nieve, su piel de porcelana tan sensible al sol, a los cambios de
climas, su cuerpo tan sensible ante los toques y las alergias. 

Mis
memorias me llevaron a cuando le enseñe a andar en bicicleta sin
rueditas, también a cuando la picó una abeja y su piel se puso roja
casi morada y se hincho mucho, recuerdo cuando éramos chicos y
jugábamos a las escondidas de noche, ella corría y se escondía mientras que yo contaba
siempre. Dejé una hermosa rosa de color roja vivo en su pecho, sus favoritas, dí un pequeño beso en su frente con cariño.

Me
senté en su cama, junto a ella y toque su piel delicadamente,
después con mi dedo pulgar acaricie la carne negra que salía de las
cuencas de sus ojos, dejandome ver su cráneo.

_También
recuerdo tus hermosos ojos, quedaban muy bien con el color rojo
carmesí de la sangre…… Tan hermosa y delicada_ Sonreí ante su
cadáver putrefacto.

Autora: M.Z.A

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