El  hombre deambuló y deambuló entre multiplicidad de ideas que cruzaban furtivas su cabeza setentera, y, sin embargo, no pudo ir al encuentro de lo que tanto buscaba: crear una historia, construir un mundo que latiera al ritmo de los acontecimientos que su imaginación le dictara.

Aquello era lo que había intentado hacer en los últimos díez meses, desde la noche en que decidió que tenía que escribir la mejor historia de su vida, y a partir de ahí, no cesó de bosquejar textos, sin lograr, por más que se empeñaba, elaborar algo digno de su prestigio como narrador, como escritor. Ya agotado y casi listo para renunciar y resignarse ante la pantalla en blanco de su ordenador; dirigió su mirada cansada hacia un cuadro colgado en el estudio frente a su escritorio, descubriendo en la imagen del óleo algo que lo horrorizó: la escena de un anciano olvidado y decrépito, que arrodillado, parecía implorar al cielo el regreso de su juventud.

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