Yo no puedo hablar igual que mis padres, pero entiendo bien a mis hermanos, ellos son como yo, excepto Agustín, él puede hacer sonidos, no habla como papá y mamá, pero hace un buen intento.

La vida es tranquila para mí, Me gusta vivir en el campo, igual es lo único que conozco.

Me gusta comer. Es lo que más me gusta. La hora de comer es el momento más perfecto del día. Y miro cada tarde como eso rojo que aparece, desaparece. El rojo me agrada, es mágico, me hace sentir satisfecho, Agustín dice que el rojo es comida, y para mi comer es alegría, para mis hermanos también.

Siento espuma salir de mi boca, No sé por qué, siempre lo siento. Mis hermanos, los que son gemelos tampoco hablan, pero con la mirada sé que aceptan todo lo que yo piense, y lo que yo pienso es que Agustín es nuestro líder. El sabe decir que rojo es comida. Y yo sé que comer es hermoso.

Hay un monstruo en casa. Es molesto y ruidoso. Mamá se ríe siempre con el monstruo. A papá parece que le hace gracia todo lo que el monstruo hace. No entiendo que les gusta tanto de esa cosa. Mis hermanos tampoco.

Agustín oye a mamá reírse, pero no está el monstruo, ella esta con la sirvienta entonces él nos guía para ver a la sirvienta, queremos saber porque se ríe si no está su cosa favorita. Mamá se la pasó cuidando al monstruo que estaba transpirando, pero ya no transpira ni gime más. Volvió a ser como antes, sin sudor en su cara. A mamá la hace feliz el monstruo, muy feliz. A Papá también. La sirvienta trabaja y al fin vemos, Agustín y yo, que la sirvienta tiene el secreto de la eterna felicidad.

Es lo que hace que la comida sea tan hermosa y nos haga tan bien. Agustín tenía razón el color rojo es lo mágico. La sirvienta estaba contenta se reía hablando con mama luego de eso cortó a la comida mientras vivía. Ese era el secreto de la felicidad matar a algo vivo que haga feliz a alguien y hacerlo comida. Si antes de ser comida te hace bien cuando lo sea será perfecto.

La sirvienta se asustó de vernos descubrir el secreto de la felicidad. No vio que yo le robe un arma igual a la que ella usaba para matar a la comida.

Agustín nos dijo: el monstruo. Todos lo entendimos, ahí estaba el monstruo que hacia feliz a mamá y a papá. Había que convertirlo en comida, dejarlo rojo y así nos haría felices también a nosotros. Yo aprendo rápido, más rápido que Agustín, aprendí a matar al monstruo, me robe el arma y ahí estaba al fin lo que hacía feliz nuestros padres, volverlo rojo nos haría felices a todos para siempre, así que hice lo mismo que hacia la sirvienta y volví rojo al monstruo, ya podrá ser comida. Sería perfecto el monstruo al fin.

Papá entra y actúa muy raro, grita, llora, no deja pasar a mamá. No lo entiendo, mis hermanos y yo les ofrecimos lo mejor. Si el monstruo ruidoso cuando no estaba rojo lo hacía tan dichoso ¿Habría algo mejor que convertirlo en comida?

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NOTA:(Cuento inspirado en “La gallina degollada” de Horacio Quiroga)- otro punto de vista de la historia-

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