capítulo 2 – Enero en la quinta

capítulo 2 – Enero en la quinta

Soledad Godoy

30/11/2022

Mediaba enero y el sol abrazaba todo, secándolo, ajándolo, cansándolo. Apenas eran las 8 y media de la mañana. Rocío preparaba el bolso para ir a la quinta de una amiga. Era la cuarta vez que iba a la pileta de Mili desde que empezó el verano. Los días de semana, como ese martes, eran mucho mejor porque no estaba lleno de parientes desagradables y niños malcriados. Siempre que veía a los sobrinitos y primitos de Mili Rocío pensaba “mis hijos no van a ser así”.

Repasó mentalmente su lista imaginaria. Ojotas. No podía estar cerca del agua con sandalias de cuero. No eran muy cómodas para manejar tampoco, pero eran tan bellas que a Rocío no le importaba su poca practicidad. La radio confirmó sus peores pensamientos: se esperaban 38º de sensación térmica. “Pobre Tanito, se va a morir de calor sin aire”. Decidida, de pronto, tomó el teléfono de su mesita de luz y llamó a lo de Mili. Atendió la madre.

—Buenos días Sra. Castelo. Habla Rocío. ¿La desperté?

—No querida. Milagros duerme todavía ¿Qué necesitás?

—Ehh…― titubeó por un instante ―Es que hoy va a hacer mucho mucho calor y… bueno… muy desubicado de mi parte, pero me preguntaba si podía llevar a un amigo conmigo. Es muy atento y educado y…

—¡Claro querida!― La Sra. Castelo amaba las visitas, y más si eran hombres ―¿Es tu novio?

—No, no… es mi mejor amigo― contestó con algo de vergüenza.

—Bueno, perfecto, los esperamos. Se buena y traé pan. Unos mignones está bien.

Rocío cortó y llamó al Tano, que primero la puteó un rato por haberlo despertado, después se sumió unos instantes en el silencio y finalmente accedió a escuchar el motivo de la llamada.

—¿Querés venir a una quinta conmigo? Es de la familia de mi amiga Mili. Tiene pileta, siempre que voy comemos rico y los días de semana no hay casi nadie.

—Ajá. Mili… ¿Muy cheto todo, no?

—Sí, un poco. Tiene algo de viaje en el tiempo también. Pero ya pregunté si podés venir y te esperan, así que agarrá la malla y esperame que te paso a buscar en 10 minutos, qué tanto lío.

Cuando por fin tomaron el Camino Centenario, después de unos mates, una ducha y la búsqueda infructuosa de una remera decente, el Tano subió un poco el vidrio para poder prender un faso.

―El otro día me pasó algo loco― contó ―Vino a casa Carla con el guachín, que ya tiene cuatro y se habla todo. Bueno, la cosa es que me estaba armando un porrito de los que me dejó Camilo. El guachín ya sabía que eran flores porque me había preguntado. “¿Y para que cortás las flores así tío?” me tira. “Porque tu mamá y yo vamos a fumar un puchito de flores”. Ahí pone cara rara, de pensar con fuerza, y al final me dice: “¿Esos son los puchitos que no hay que contarle a la abuela no?”. ¡¿Podés creerlo?! Cuatro años y ya miente por la madre, terrible…

Siguió hablando pero Rocío no lo escuchaba. Manejaba atenta mientras pitaba. No estaba segura de si llevar al Tano a la quinta era una buena idea. “Siempre que mezclo mis mundos sale todo mal”. Recordó la discusión con Esteban en año nuevo… No le había costado mucho solucionarla, fue tan rápida la solución que sólo una semana después se fue con él y sus padres a la costa. El precio era no volver a nombrarlo al Tano, precio implícito pero obvio.

Llegaron a la casa pasadas las diez. Cuando estaban bajando del auto el Tano le dijo:

―Gracias por no dejarme tirado un día como hoy, Ro.

Lo tomó de la nuca para obligarlo a descender los cuarenta centímetros que los separaban y poniendo la cara en su hombro lo abrazó brevemente. Se separaron contentos y llamaron a la puerta. Apareció Mili, con un pequeño camisón de raso color salmón y pantuflas de peluche. “Peinada y perfumada. Dios que simple que es, cómo la amo” pensó, pero dijo:

―¡Amiga querida! Hasta recién despierta sos una reina. Este es mi amigo Juan Antonio, el Tano, te he hablado de él.

―Sí, creo que sí… Pasen, pasen. Dejen las cosas por ahí. Mamá está en la cocina, papá en el trabajo y mis hermanitos duermen.

―Piola― comentó el Tano, y Rocío disimuló una sonrisa. Mili siguió como si nada.

―Mamá él es Juan Antonio, amigo de Ro.

―Ya se nena si yo le dije que venga― rió.

Los besó dejándoles rouge en las mejillas. Agradeció sobremanera el pan y después mandó a los tres a que se pongan la malla y esperen un licuado al lado de la picina. El Tano le ofreció ayuda y ella se rió cómica. “Todo muy noventoso”.

Pasaron una mañana agradable, nadando y jugando a los dados, y un almuerzo familiar en una mesa larga y excelentemente puesta, digna del gusto y estilo de la señora de la casa.

Era casi el atardecer cuando Rocío y Mili quedaron solas. El Sr. Castelo dormía la siesta y la Sra. Castelo había ido a visitar a su hermana, llevándose al más pequeño de sus hijos. El Tano y el otro niño jugaban al ping pong en el garaje.

―Es hermoso, y muy simpático. Se nota que es inteligente. ¿Por qué no estudia?

―Nunca lo intentó. Supongo que no le interesa. Siempre trabajó, desde chiquito.

―Pobre…

Rocío la miró sin saber muy bien que responder, pero por suerte Mili no esperaba respuesta.

―¿Vos creés que yo le gusto?

―No. Pero le podés llegar a gustar, a cualquiera le podés gustar amiga si sos una reina. Igual, ese no es el problema…

―¿Y cuál es el problema?

―Cuánto tiempo le gustas. La mayoría de las chicas no superan las dos horas. Dos y media ponele. Y después andan llorando por ahi, todo cliché y pedorro y super obvio. Yo, la verdad, no te lo recomiendo.

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