Los duendes de Ritiwawa

Majestuosas se alzaban las montañas en el horizonte, blancas y brillantes en un claro cielo azul, las cumbres nevadas parecían invitar con su belleza a los aventureros a conquistar sus cimas inexploradas.

– Mauuuu –

Yoselin era una aventurera, atravesaría los engañosos bosques, saltaría sobre los profundos barrancos, superaría el impredecible clima en su camino hacia aquellas inmaculadas cimas, entonces seria reconocida como la más grande aventurera del mundo y todos …

– Mauuuu, maauuuu –

– Oye, ya te di de comer «Manchoso» – respondió con fastidio Yoselin

– Mauu – «Manchas» era la mascota felina de la nueva casa donde ahora vivía Yoselin, aun no tenía amigos así que el gato blanco de manchas negras era la única compañía que tenía desde su mudanza de la ciudad a las montañas.

Además de la compañía de su prima Yanina.

– Waa … no ves que estoy en medio de una aventura! – Yoselin protesto mientras «Manchas» se apoyaba cariñosamente en sus piernas – No tengo tiempo para jugar contigo, necesito empezar ¡Ya! – Empujo al gato dentro de la casa y cerró la puerta de vidrio que separaba la habitación de la casa del gran jardín trasero.

Había pasado un mes desde su mudanza, la primera semana estuvo enferma por el mal de altura, la segunda también por un mal estomacal. La tercera se recuperó, pero estuvo haciendo las tareas escolares atrasadas. Además de la vigilancia de su madre y prima todo era un tremendo fastidio, pero ahora su madre estaba fuera haciendo compras, su padre en un viaje de trabajo y su hermano en la escuela privada. No habría otra oportunidad.

Aunque sus padres se habían vuelto ricos, tenían una mejor casa y le compraban muchos juguetes, pero cada vez era menor el tiempo y la atención que le daban, ella necesitaba esta aventura para demostrar su valor incluso si sus padres estuviesen en contra y hubieran ordenado a su prima que la vigilara.

Viajar sola sería peligroso, ella lo sabía, pero tenía algo que la protegería.

Un talismán encantado, un regalo de un mago de verdad.

El amigo de su hermano mayor se lo dio en su cumpleaños, junto con la promesa que siempre que lo llevara consigo estaría a salvo de cualquier mal.

Desde entonces ella lo había atesorarlo con sumo cuidado, manteniéndolo limpio y brillante, siempre que nadie estuviera cerca lo sacaba de su bolsillo en secreto y jugaba con él. El talismán tenía el aspecto y tamaño de un trompo, con una superficie azulada llena de dibujos divertidos, su hermano había tenido uno también, aunque termino perdiéndolo en un viaje a la playa.

Ella no sería tan irresponsable.

Reviso una vez más el contenido de su mochila: una botella de agua, una revista de historietas, golosinas en forma de ositos y una caja de primeros auxilios de juguete.

Segura de llevar todo lo necesario para su excursión comenzó a avanzar hacia el muro de 2 metros que separaba el jardín de la casa con el campo abierto.

Aquel era el primer gran obstáculo que debía superar, el resto sería fácil.

Entonces a mitad del camino hacia el muro algo golpeo su pie.

Miro hacia abajo extrañada, no había nada, rápidamente reviso sus bolsillos, … nada?!.

¡No! – Exclamo mientras sus dedos hurgaban nuevamente en el bolsillo roto de su pantalón.

Volteo hacia atrás y vio como lentamente el talismán, que había caído de su bolsillo roto, rodaba disparejo hacia la tapa semi abierta del pozo del jardín.

El talismán cayo en el pozo.

——————————-

El pozo del jardín no era más que un hueco de medio metro de ancho con paredes de piedra al ras del suelo, este era el área más deficiente en aquella cómoda casa moderna, los constructores probablemente no les importo cerrarlo por completo y les basto con colocar una tapa de madera con un segundo fondo de barrotes de metal, barrotes lo suficientemente gruesos para evitar que un niño los atraviese, pero no para que un talismán en forma de trompo se deslizara hasta el fondo.

Yanina bajo del segundo piso de la casa, su clase virtual aún estaba en curso, pero un presentimiento le hizo bajar para revisar como estaba su inquieta prima Yoselin.

Sus sospechas pronto fueron respondidas por unos maullidos que provenían del jardín.

Ahí encontró a «Manchas» y Yoselin, esta última entre lágrimas trataba de romper la gruesa y pesada tapa del pozo con una cierra.

——————————-

El resto de aquel día Yoselin permaneció en su habitación llorando en su cama.

Nevo ligero aquella noche.

El día siguiente permaneció deprimida en su cuarto, el resto de la semana también.

La nevada nocturna continuo, pero ella no se enteró.

Nuevamente su madre tuvo que salir a hacer las compras, sus tíos insistieron en llevarla, pero ella coléricamente se negó.

Después de una incómoda conversación con su madre, acepto con salir de su cuarto y pasar el tiempo en la sala con vista al jardín trasero.

Después que se marcharan su madre y tíos, se hecho con cansancio en el sofá junto a «Manchas» y de inmediato se puso a hojear el libro de dibujos a colorear que le había dado su tío antes de irse, después de revisar solo 3 páginas lo tiro a los pies del árbol de navidad recién armado.

A Yoselin no le importaba ese regalo de su «tío», de quien no se acordaba el nombre.

Solo quería de vuelta su talismán.

Fantaseaba en cual sería el mejor método para recuperarlo mientras veía el jardín lleno de nieve. Era la primera nieve que veía en su vida, pero no le causo ninguna alegría.

«Quizás si cae suficiente nieve el pozo se inundará y el talismán saldrá a flote»- Pensó Yoselin, rápidamente desecho esa idea, nunca lo arrojo a la bañera para comprobar su flotabilidad, es más, parecía que era metálico así que lo más probable era que se hundiría.

Saco un papel y lápiz de su bolsillo, comenzó a colocar ahí todas sus ideas.

Antes que se ella misma se percatase, se quedó dormida entre planes y dibujos.

– Mauuuuuu – un maullido agresivo se escuchó.

Yoselin se despertó de un sueño de risas y sombras.

– «Manchas» no molestes … – miro el jardín a donde «Manchas» miraba con recelo.

Unas figuras diminutas la observaban desde el jardín.

Lo primero que pensó fue que eran duendes. Aunque no como los que conocía. No tenían gorros, ni abrigos, tampoco tenían zapatos de punta con cascabeles ni llevaban bastones de caramelos. Yoselin suponía que eran duendes solo porque no conocía nada más que encajara con la imagen de aquellas diminutas criaturas.

Yoselin se acercó a la puerta de vidrio y examino al más próximo lo mejor que pudo.

Era pequeño, como uno podría esperar de un duende, sin embargo, la vestimenta que llevaba estaba lejos de ser familiar.

Hojas secas que cubrían su cabeza, espalda y cintura.

Collares de piedrecitas brillantes y coloridas colgaban de su muñeca, cuello y tobillo.

Su cuerpo, de piel expuesta, era de color negro betún, con grietas rojas y naranjas igual que las brasas del carbón.

Se hallaba descalzo, exponiendo unos diminutos pies grises de dedos rojizos.

Llevaba una máscara dorada de boca de buzón.

El rostro en aquella mascara no reflejaba ninguna emoción.

– Ho ..- Tan pronto como Yoselin pronuncio una palabra los duendes se esfumaron.

Desconcertada por aquellas apariciones, Yoselin examino el jardín buscándolos.

Entonces lo vio.

No muy lejos del muro del jardín un muñeco de nieve había aparecido.

Abrió la puerta. Mientras un nervioso manchas la seguía con la mirada.

A solo 12 pasos de la puerta del jardín un muñeco de nieve se hallaba de pie con los brazos extendidos, de sus manos gotas de agua caían, las cuales eran atrapadas en el aire por los duendes que danzaban en círculos a sus pies.

Yoselin respiro hondo y armándose con todo el valor de su corta existencia, avanzo hacia los duendes.

3 pasos.

Con total indiferencia los duendes continuaron con sus bailes y coreografías.

5 pasos.

Nada ocurrió era como si no estuviera ahí.

8 pasos.

Yoselin ya había entrado dentro del círculo de los duendes, los cuales evitaban sus gigantescas piernas haciendo divertidos malabares. Frente a ella, el muñeco de nieve se hallaba a solo 4 pasos de distancia.

Ahora que lo veía de cerca, Yoselin pensó que era un muñeco muy bonito, su piel era cristalina como el vidrio y su vestimenta estaba hecha de nieve al igual que su cabello, era una chica sin duda, aunque de cabello corto, su rostro tenía la misma belleza que las muñecas asiáticas con las ocasionalmente jugaba, su ropa de nieve tenía el mismo diseño que el suyo, aunque con ciertos grabados oscuros de letras graciosas.

Fascinada por aquella imagen, inconscientemente dio un paso más.

Entonces la efigie abrió los ojos.

Eran unos ojos de pupilas negras, tan vivos como los de cualquiera otra niña que conociera, solo que ahora contrastaban en aquel rostro de cristal. La mirada no mostraba ninguna expresión, tampoco sentía que el ambiente hubiera cambiado, solo estaba siendo observada por aquella enigmática efigie.

Pasaron unos minutos. Yoselin, que no podía pensar en ningún saludo apropiado, dijo:

– Hola, soy Yoselin … vivo aquí, ¿Quién eres tú?

La efigie inclinó la cabeza a un lado.

– ¿Eres un fantasma …? – Yoselin aún recordaba el incidente de Halloween de ese año.

La efigie volvió a inclinar la cabeza a un lado.

– Tienes una cara muy bonita … – dijo Yoselin con una sonrisa forzada. Ya no se le ocurrían más cosas que decirle.

La efigie le devolvió la sonrisa. Bajo sus manos y entonces todos los duendes se esfumaron en un suspiro. Los únicos presentes en aquel silencioso prado eran Yoselin y la efigie.

Una sobresaltada Yoselin vio como la efigie lentamente movía sus manos cruzándolas a la altura de su ombligo y finalmente volvía a cerrar los ojos con aquella sonrisa tan peculiar.

Nada más ocurrió. Pasaron varios minutos. Nada de nada.

Yoselin se acercó más y toco tímidamente la piel de la efigie, no hubo respuesta. Era solo una escultura de hielo y nieve totalmente sin vida, pero completamente real.

– ¡Yoselin! ¡Yoselin! ¡Donde estás! ¡Esa niña …! – El susto le hizo pegar un grito, su madre y sus tíos habían regresado, ¿Qué le diría a su madre? ¿Qué les diría a sus tíos? ¿Qué explicación podría dar sobre este evento sobrenatural?, ella no pensó en nada de eso, de inmediato fue con sus familiares y apresuradamente los invito al jardín donde estaba la efigie.

La efigie desapareció.

Que desapareciera era algo que debería de pasar en situaciones como esta.

No en esta ocasión.

Para la alegría de la niña y consternación de sus familiares, la efigie seguía ahí, y ahí se mantendría impasible hasta la navidad de aquel año.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS