Si supieras hijo mío,

el amor que por ti siento,

abre surcos, cala hondo,

obnubila el pensamiento.


El mirar tus ojos negros,

es igual que ver el cielo,

y tocar tu piel de seda,

es el bálsamo que anhelo.

Si tus manos tibiecitas,

se acarician con las mías,

es saber que estoy bendita

por tenerte cada día.


Si entendieras vida mía,

pedacito de coral,

que el impacto de tu beso,

vale más que todo el mar.

Las estrellas palidecen,

cuando posas tu mirada;

tan profunda, tan candente,

como el sol de la alborada.


Se silencia el frío viento,

al oír tu tierna voz;

y es murmullo dulce aliento,

que mitiga el odio atroz.

Llama ardiente hay en tus venas,

manantiales de agua clara,

sangre fuerte, siembra buena,

trigo limpio, luz que ampara.


Gota blanca de mi vientre,

corazón de tu mamá,

si me abrazas, fuerte, fuerte,

nada importa si tu estás.

Alma mía, flor de azahares,

capullito de piedad.

No me dejes, no te vayas,

quiero anclarme más y más.


Si algún día, Dios bendito,

lo arrebatas de este prado,

quiero ir con mi angelito,

palpitar fuerte a su lado.

Nos tomamos de la mano

y cruzamos el umbral,

que separa tierra y cielo,

juntos vamos a llegar.


No podrá fuerza terrena

desprenderme de tu piel,

y habrá nieve en vez de arena,

si me llevan lejos de él.

Celulita diminuta,

que creciste junto a mí,

no imaginas cuanto te amo,

mi flor dulce de alelí.


Por tus poros corre cielo.

Por tu savia, inmensidad.

Por tus venas, flor de anhelo.

Por tu huesos libertad.


Autor: Maria Cecilia Abuauad Abo-mohor, mi amada madre.

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