El niño, el demonio y el muerto.

El niño, el demonio y el muerto.

Draaki14

14/11/2022

El niño, el dominio y el muerto

por Franco Oyarce

Editora: Karina Valdebenito.

1

Me encontraba tendido entre las suaves sábanas, preguntando por mi nueva compañera, la muerte. Cuando se le abraza tan de cerca, el temor se esfuma poco a poco porque no hay nada más que hacer, solo recibir el último golpe. Curiosamente aún me quedaban esperanzas, de que no era un final, solo el transcurso a una temporalidad mejor para mi ser, donde el sufrimiento ya no yace y por lo tanto, tampoco la alegría.

En esos momentos postrado en una cama con apenas treinta y dos años, me gustaría haber dicho que viví una vida corta pero buena. Lamentablemente no fue así, mis demonios internos que existían antes de mí actual enfermedad me tenían encadenados, mi ser que poco a poco se hacía más pequeño, llegó al punto de no tener voluntad y deseos, de casi no existir. En consecuencia se podría decir que ya morí. Estos demonios no se veían a simple vista, se escondían más allá de la piel, más allá de las estructuras de calcio, más allá de la mente misma. Y por lo tanto yo los evitaba, hasta que poco a poco en mi delirio, empecé a sospechar de ellos.

Estaba mirando el techo sin pensar absolutamente en nada, se podría decir que fue el momento más presente de mi vida, mi mente no estaba en el futuro ni en el pasado, solo estaba. De repente me di cuenta de que el color blanco de la habitación, me quemaba. Pero no solo la habitación, sino todo el manicomio, tenía esta tonalidad cegadora, capaz de matar a un vampiro. En todos los años que estuve internado, no me había percatado tampoco de ciertos sonidos, como el mini reloj que se encontraba en el baño conjunto, el gas corriendo por los tubos de calefacción, el temblor de las ventanas por el suave viento, las llaves de los enfermeros, el zumbido de algunas moscas y muchos más sonidos. Que no era posible reconocerlos antes, por la corriente de pensamientos que tenía a diario. Por lo cual considere ese instante un regalo, sin duda el más bonito que he tenido. Lamentablemente no duró mucho ya que abrieron la puerta bruscamente.

Entró mi abuela, a la que no había visto en doce años, murió cuando apenas tenía dieciocho. Dejo a mi padre ya viudo en ese entonces, aún más solo, ya que yo estudiaba y vivía en otra ciudad. Ella era más alta que el promedio de mujeres, tenía la piel arrugada pero tampoco le colgaba, sus cabellos rizados eran reflectantes al igual que la habitación, tenía ojos azules vidriosos como la de un cadáver y también unas uñas tan largas que podría despellejar a cualquiera. Ella me miró con un rostro de lástima, siempre me miraba así cuando me ocurría algo negativo de niño, y por eso odio esa cara. La cual volví a ver cuando me encerraron aquí, ese rostro condescendiente que colocaban de los enfermeros y visitantes, lo odiaba y pensaba siempre que ellos en el fondo agradecen no estar en mi lugar. Mi abuela se sentó en la silla que se encontraba al lado de mi cama.

-Hola mijo, ¿cómo se encuentra hoy? -posó su mano sobre la mía.

-Bien abuelita, la cara no me duele y tampoco el ojo.

-Parece que el tumor se ha retraído un poco, se te ve mejor -sonrió ¿No tienes hambre?, la comida de acá debe ser horrible.

-Extraño mucho tu comida, hecha con mucho cariño y que nunca más probé algo igual. Tus pasteles, tortas, pescado, tortillas, todo era perfecto.

-No le lances flores a mis platos, solo lo hice para que crecieras fuerte como tu padre -me acarició la mejilla con mucha dulzura.

-¿Mi padre? Me hubiera gustado ser el uno por ciento de lo que es él, con solo eso me conformaría -dije con decepción. Tendría que haber sido su semejante, digno de ser su hijo, de su descendencia y de su cariño.

-No digas esas cosas, él te valora muchísimo.

-Ahora tiene una nueva familia -quite su mano de su mejilla y mire hacia la ventana-, espero que sus nuevos hijos sean lo que yo no pude ser, lo que él esperaba que fuera.

-¿Y qué esperaba que fueras?

-Tu sabes, un ciudadano ejemplar. Trabajador, con una familia, independiente, socialmente activo, inteligente y reconocido. Como él.

-Bueno ya lo serás, cada cosa a su tiempo.

-Ya no me queda mucho tiempo abuelita, pero tal vez en estos días pueda ser un poco como él. Aunque, no estoy seguro realmente.

-¿De qué no estás seguro? -preguntó con mucha curiosidad.

-De si quiero ser co….. -de repente la mire y ya no estaba-. ¿Abuelita?

La puerta se abrió nuevamente de golpe, entró Karine y me sonrió. En toda mi vida, nunca nadie me había sonreído y mirado como ella. Con amabilidad, simpatía y dignidad. Lamentablemente solo era mi enfermera, en el interior quería algo más, pero yo no estaba en condiciones de preocuparme por eso. Además se va a ir luego, me comentó la otra vez que le quedaban pocos días para terminar su práctica.

-Hola, ¿cómo te encuentras hoy? -colocó su mano sobre la mía.

-Bien enfermera, la cara no me duele tanto y tampoco el ojo -ella sacó su mano de la mía, revisó el suero y me ordenó las sábanas.

-Parece que el tumor se ha retraído un poco, se te ve mejor -sonrió ¿No tienes hambre?, te traeré algo de comida si quieres.

-Por ahora no -dije fríamente- ya no tengo hambre. -Ella se sentó al lado mío y puso su mano sobre mi mejilla. Empezó a acariciarla suavemente.

-¿Porque me acaricias, ya no lo habías hecho?

-Es la primera vez que entre hoy, tal vez fue tu abuela. -Detrás de Karine observé cómo un hombre empezó a pintar la esquina de la habitación.

-¿Viste a mi abuela?

-Creo que necesitas comer algo, te traeré una sopita, ¿de qué la quieres?

-Sorpréndeme -dije sonriendo.

Ella se fue, dejándome solo con el pintor, siempre me pregunté por qué pintaba la pared con óleo y con un pincel tan diminuto. Lleva en eso meses, su gran obra maestra le ha dicho a los medios, en la esquina de una habitación de un manicomio. Los artistas están más locos que los propios locos, o bien, eso decía mi padre. Que irónico, años después su hijo caería en un manicomio, por lo menos no fui un artista ja, ja, ja. En un momento pensé, que mi risa mental la escuchó el pintor, porque se dio vuelta y me sonrió con tristeza. Me hubiera quedado en el hospital, estuve en el manicomio dos años, cuando detectaron el tumor estuve en una clínica unos meses, pero como no tenía salvación me devolvieron para acá. Iba a pedir que me cambiaran de habitación pero la obra del pintor se me hacía familiar e incluso me dio ganas de pintar aunque eso era una pérdida de tiempo, además que no tengo la fuerza física ni de pararme.

La comida no llegaba, el pintor se había aburrido y se esfumó. Me volteé hacia la ventana, era ya de noche, el frío viento pasaba por debajo de la ventana, las estrellas apenas se divisaban y no había rastro de la luna. Si no fuera por las luces de la ciudad, sería una noche muy oscura y bonita de presenciar.

Con mucha hambre y por lo tanto sin ganas de pensar, encendí el televisor, esté le costaba mostrar los canales, pues de vez en cuando aparecía una pantalla llena de puntos grises y un sonido de interferencia. La televisión de mi habitación me agradaba, creí que podría ser el mismo modelo que tenía en mi casa, cuando vivía con mi abuela y padre. En su imagen la señal volvió, mostraba un niño, de cabello y ojos castaños, con piel blanca y fina. Estaba en una especie de alfombra, dibujando quien sabe que, además comiendo unas galletas y de vez en cuando hacía a sus juguetes pelear. Una luz cálida cruzaba la sala del niño, esa tonalidad de la vida, de la fuerza, del descanso, de la voluntad y de la cobardía. Más tarde me di cuenta de que él miraba la televisión que se posiciona enfrente de él, el modelo era parecido al que tenía yo en la habitación. En la TV frente al niño, me podía ver a mí en la cama postrado, con el suero a mi lado. Levante el brazo, efectivamente vi a través de la tv del pequeño como moví el brazo, saque la lengua en modo de broma, el niño sonrió y golpeaba sus manos contra el suelo. Yo seguí bromeando con gestos de mi cara, hasta que se me acababan las ideas, de repente el niño, se volteó mirándome de frente, sentí un escalofrío, la tonalidad de la tele se transformó en más azulada y el niño sonrió. Me mostró lo que estaba dibujando, era una figura larga y negra. Casi impresionista. El niño movió sus pupilas hacia mi derecha, observé a mi lado y me espanté.

Una figura negra, larga y flaca me miraba, además las luces se apagaron y la tv cesó. Los pelos se me erizaron, mi cuerpo se puso tenso, empecé a hervir como una tetera, el nudo en la garganta infaltable y una presión horrible en el pecho. Sensaciones que siempre tuve en mi vida, cuando pensaba en salir o hablarle a alguien, que solo las pastillas podían apaciguar. Pero ahora que no tenía mis pastillas conmigo, cerré los ojos lo más fuerte posible, deseando que se fuera. Percibió que se acercaba, no evitaba que me salieran lágrimas a pesar de mis ojos cerrados y abrí solo un ojo. Un rayo de luz de la luna, recientemente saliendo, iluminó su cara y lo reconocí.

-¿Padre? -sentí un alivio.

-Hola hijo -sonrió- te ves mejor pero no lo suficiente.

-Lo sé, a pesar de todo hice todo lo posible para mejorar ¿Cómo están mis nuevos hermanitos? -trate de cambiar el tema, pero no dio frutos.

-Están bien, aunque no es lo importante ahora. Tu eres lo que importa, que te sientas mejor es mi preocupación de cada día.

-Luego no lo será, yo me habré ido y por fin te liberaras de mí.

-No quiero que eso ocurra -rodeo la cama y se sentó a mi lado. Verás, nunca he entendido por qué crees que sabes como pienso.

-Lo percibo, tus pensamientos a través de tu mirada, fría pero reconfortante al mismo tiempo. Me transmitían fe en mí mismo a pesar de mi degradamiento, por eso me quería suicidar, no logre cumplir con tus expectativas, tampoco la de los demás y mucho menos las mías.

-¿Dices que soy el principal responsable de tu intento?

-No lo sé, me encantaría decir que no. Puede que tengas razón.

-En que soy el responsable -con actitud amargada.

-¡No! -grité, sin saber por qué-. Soy responsable también, siempre pensaba en lo que los demás quieren que yo sea para ellos. Y el manicomio me dio un alivio, de no demostrar nada a nadie y tampoco ser como los demás para encajar -las lágrimas corrían por mi cara, la angustia se apoderó de mí y la tristeza floreció-. No me hagas caso, puede que tenga aún más razón y tal vez si fuiste culpable, en su totalidad, no, solamente una parte, no, retiro lo dicho. No se, ya no se nada en este punto, solo que me duele mucho.

-¿La cara?

-No…mí alma. Ya no me soporto, quiero descansar de mí, si tú quieres eso, es lo único que puedo darte.

-Mira hijo, debes descansar, las decepciones y sorpresas son parte de la vida. Pero creo que decepcionaste a otra persona, no a mi.

-¿A mi abuela? Ella estuvo aquí esta mañana.

-¿Tu abuela? -dijo con sorpresa, ella está muerta.

-Lo sé, pero vino y Karine la vio.

-Karine, ¿la enfermera?

-Si -sonreí- es amable y dulce.

-Tu madre tenía esa personalidad, incluso en sus delirios se mantenía así.

-¿También tenía un tumor?

-No, padecía cáncer al corazón, ya te he contado muchas veces -lo percibí algo molesto.

-No sé qué me has contado o no, que he vivido y que no. Ya no sé -hice una pausa y me puse a llorar-, ya no sé cual es la realidad, no se si eres real, si estás muerto o vivo, si estas aquí o en casa, si estás feliz o triste. Creo que ni siquiera tengo la edad que creo tener, soy más viejo tal vez, tengo canas, la piel arrugada aunque no me cuelga, las uñas largas tanto que podría despellejar a alguien. En realidad ¿soy yo o soy otro? ¿Quién soy? ¿Soy mis pensamientos? ¿Mis emociones? ¿Mis recuerdos? ¿Mi personalidad? ¿El conjunto de todo eso? ¿O más que características y funciones? Tal vez no soy solo un ser, sino varios en uno. -Note que mi padre ya no estaba, miré el techo y vi un cúmulo de estrellas, sonreí brevemente y finalmente cerré los ojos.

Al otro día Karine entró, abrí los ojos lentamente, me sonrió suavemente y me dio un beso en la frente.

-Lo siento, pero me tengo que ir, es mi último día aquí y fuiste un excelente paciente y amigo.

No tenía fuerzas para reaccionar, el día de ayer agoté todas mis energías, aun así trate de decir algo.

-Te quie….-no me salieron las palabras restantes.

-¿Cómo? -dijo ella con curiosidad.

-Espero…que te vaya, em, muy bien y gracias por todo. -Me costaba articular las palabras-.

-Muchas gracias a ti, por escuchar mis lamentos.

-No hay de que -sonreí, ella se dio la vuelta, poco a poco mi vista estaba más borrosa, vi como una silueta blanca se alejaba de mí y atravesaba el umbral.

Ahí triste, con el cuerpo casi inamovible, con un dolor en la cabeza y cara inimaginable, lo comprendí. Se a quien decepcione, a quien le quite y aborrecí sus creencias y deseos. Al niño de la televisión, a mí mismo, preferí el martillo antes del pincel, de los demás ante mí, dejándome de lado poco a poco y ahí nacieron mis demonios. Esos sentimientos en el pecho, que se generaban a un paso de salir de mi casa, a punto de decirle una palabra a alguien, de cambiar mi vida. Me acobarde y deje todo igual. Querer que todo siga igual fue mi culpa, y ante los cambios, aparecieron mis anhelos por volver a ese tiempo más fácil, de más libertad, de niñez. Sin embargo, seré esclavo y configurado, por mi genética y los demás. Pero sin duda por mi mismo. El demonio era yo.

A pesar de todo no podía dejar las cosas así, tenía que hacer una última cosa y primer sacrificio de mi ser, decirle te quiero a Karine. Me levanté, crujieron todos mis huesos, y caminé pero me caí. Con mucha paciencia y dolor logré levantarme nuevamente. Fui hacia la puerta y salí al pasillo, caminaba muy lento al principio, después de bajar al primer piso me sentí más capaz de avanzar más rápido. Estaba casi caminando como una persona sana, me dio placer y alivio, a pesar del dolor en mi cabeza. Cada vez caminaba más rápido, pase por la secretaría.

-¿A dónde va señor? -me preguntó la secretaria deteniendo mi gloriosa caminata.

-A despedirme de Karine -dije seguro.

-¿Quién es Karine?

-La enfermera que me atendió.

-No hay ninguna enfermera llamada Karine -el lugar era pequeño, todos se conocían entre todos, me pareció raro que no la conociera-. Señor le pediré que espere ahí -le hizo señas al guardia.

Mis piernas de repente funcionaron, una corriente de electricidad recorrió mi cuerpo y comencé a correr. Salí de la instalación, traté de llegar al portón lo más rápido posible cruzando el estacionamiento y ahí la vi. A Karine, pero no de la forma esperaba, hubiera preferido verla con alguna pareja. La vi en un cartel, de publicidad, decía: ”Clínica de salud mental Karine, expertos en tu bienestar”. Y un primer plano de Karine con su dulce sonrisa. Pensé en devolverme, mire hacia atrás, vi como el guardia venía hacia mí, sin poder con su propio peso paraba cada tres pasos. Mire el bosque que rodeaba el lugar, no di marcha atrás, caminé, luego troté y finalmente corrí, lo más rápido que pude. La carretera y el bosque se hacían más borrosos y blancos. Todo a mi alrededor era blanco, como la habitación o mejor dicho como la obra del pintor.

A lo lejos visualizaba unas figuras. Una mujer, de cabellos y ojos castaños. Al lado suyo un señor alto y delgado. Mis padres me esperaban, por fin iba a ser libre, del mundo y de mi. Los alcancé, los dos sonrieron con dulzura, mis lágrimas generaban cántaros, no sentía ni enojo ni alegría, era un sentimiento neutro, de atención plena y de paz. El lugar se hizo cada vez más blanco al punto de volvernos figuras abstractas y perdernos en la infinidad del infinito.

FIN

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