Si la reencarnación existiera imagino que se sentiría como una angustia constante de que algo que tenías y amabas, ya no está y no puedes descifrar que es o quién. Personalmente, no creo en la reencarnación pero siento que he vivido tantas vidas, y en todas en versión tan diferente de mi misma que no las reconozco. Fui, esa joven que todos querían, la chica rodeada de amigos, gente y sueños. Una joven que la tuvo difícil pero soñaba tanto que eso la salvó, sus sueños, y el amor. Soy quién le tocó empezar una vida nueva, en donde pensó que era el paraíso, su mundo soñado, y no. Ese mundo «soñado» le rompió el corazón y la durmió. Soy quien estuvo aturdida, dormida, lastimada, rota y no encontraba una salida en esa nueva vida que le tocó asumir.
Pero también soy a quién el amor la rescató, la que era feliz escuchando historias, paseando por las calles frías de aquella ciudad soñada ahora de la mano de alguien que no era un príncipe, era un guardián. Y si, para sanar y volver a ser yo tuve que emprender otra nueva vida, esta vez no por necesidad, sino por un acto de amor propio. En esta nueva vida logré sanar y volver a ser yo pero perdí parte de mi esencia, y lentamente recuerdos que ahora se sienten ajenos, como retazos de una vida que no parece vivida por mí pero que al aparecer, se sienten como un vacío, una angustia.
Quizás la felicidad no es para todos, a mi me tocó ser parte de la gente que resiste, de los que la tienen que pelear todos los días para autoconvencerse que «algo mejor siempre está por venir». Una vida nueva suena lindo, pero no lo es. No cuando te tocado resistir ante tantas injusticias, perdidas, despedidas y desilusiones para que al final del camino sigas como empezaste… sola.
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