Mi barrio tiene muchas caras. Cuando paseo por el barrio de Aluche mi atención está enfocada a las personas con las que me cruzo. ¡Son tan variadas y tan iguales! Las calles, los jardines, las tiendas o  los bares son una escenografía en segundo plano. Lo que llama mi atención es la gente. 

Hace tiempo grababa, a escondidas, conversaciones de bares. Lo empecé a hacer para ayudar en la documentación a una amiga que quería hacer un espectáculo sobre los bares. Ahí me di cuenta del calidoscopio de conversaciones que podían confluir en un instante. Fragmentos de vida, a veces insignificantes, que inundaban el espacio y que conformaban una realidad que, muchas veces, no se correspondía con esa misma realidad. Desde entonces he grabado en otras ocasiones por el mero hecho de hacerlo. Me excitaba robar momentos que acababan perdidos entre la basura digital de mi móvil, pensando que algunos de esos momentos me iban a desvelar algo importante. Era como manipular una trampa para atrapar el carpe diem de la gente. 

Esta nueva tarea del Taller de Escritura(s) me ha dado la oportunidad de volver sobre mis pasos y descubrir si hay algo poético, creativo, en esta actividad clandestina o, si por el contrario, es tan inútil y prescindible como cualquier otra actividad poética o creativa. Por lo menos me facilita la tarea de enfocarme en algo y puedo hacerlo en una dirección. ¿Acertada? Seguramente no. El audio de un paseo por «el paseo marítimo de Aluche» un lunes a las 22:00h.  no va a ser lo suficientemente impactante para sorprenderos. Si por lo menos fueran las grabaciones de los bares con sus chistes fuera de tono y las discusiones sin sentido…

En todo caso, la grabación sirve como banda sonora de mis reflexiones y como combustible para mi viaje, un recorrido baldío, ocioso, por las calles de un barrio que se construyó a sí mismo como consecuencia del éxodo de muchos habitantes de Extremadura y Toledo que veían Madrid como una oportunidad. Después de 60 años esa oportunidad se ha diluido entre sus descendientes que oscilan entre una terraza y otra y que defienden su barrio como si de un tercio de cerveza se tratara. Mis pasos marcan el ritmo como un metrónomo con taras.

El azar cumple su función con maestría siempre. No hay mejor herramienta creativa. Un batido de azar con una buena pizca de determinación y unos decilitros de inspiración son el líquido ideal para afrontar eso que llamamos proceso creativo. Mi trayecto es, por tanto, siempre diferente, depende del día, de la hora y del estado de ánimo de la gente y del mío propio. Si es fin de semana o hay fútbol las terrazas de los bares están tan llenas que las conversaciones se convierten en un barullo sin sentido, no tienes la oportunidad de cruzarte con ese instante redentor que te reconcilia con tu suerte, con el barrio, con sus gentes.

Mi trayecto siempre acaba en El Horreo o en el Rama, soy un animal de costumbres y me gustan los bares en los que se come bien y permiten que entre mi perra. Eso si es en un horario respetable. Después de ese horario mis pasos se encaminan irremediablemente al The Malavida, un templo dedicado a Rosendo y seguramente el bar de copas de Madrid con más años, ¡35!, con el mismo dueño. Al verme, Jose siempre exclama: ¡Ya me has liado!

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