Escucho su voz continuamente, me dice que confíe, que tenga fe, que tengo que creer en ella; aunque acto seguido me empuja bruscamente y me hace caer al suelo, pero eso lo hace para que yo aprenda y me levante cada vez que me tira.

A veces, me golpea tan fuerte, que no oigo ningún otro sonido, tan intenso que pierdo hasta la visión del mundo cercano que me rodea; me grita que la escuche, me obliga a que levante la cabeza y la mire de frente; si soy yo quien quiere gritar me tapa la boca, no me deja que me desahogue, quiere que resista, que me haga valiente y dura como una roca, su objetivo es moldearme como una escultura, enseñarme como a una aprendiz.

Si le digo que no me maltrate más, que ya estoy cansada, agotada de todo el sufrimiento que me hace sentir; si le suplico clemencia, me contesta que es por mi bien, que eso es lo que necesito, que debo aprender  lo que hay detrás de los golpes y las caídas que recibo.

Y me pide que siga confiando en ella, que continúe siendo fuerte; quiere enseñarme, que cada golpe, es un diamante para mí, que con cada caída mi actitud se fortalece; pero para mi es más fácil ver la tragedia, que buscar lo bueno que hay detrás de aquello que me hace daño y me duele.

¡Pero aquí estoy!, convirtiéndome en roca, siguiendo hacia delante con ella   y continuo cada día ofreciéndole mi mano para que me guie, pues ella es la única que sabe lo que me conviene, pues ella es una perfecta escultora, ella es mi gran maestra, ella es…

…LA VIDA.

Confiemos en la vida.

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