Mis padres decían que no valía para esto, puede que tuvieran razón. No los quería escuchar porque desde pequeño me ha gustado el mar. Siempre he pensado que era el único sitio al que podía pertenecer, pero puede que eso haya cambiado.

Seis de la mañana, y me encuentro en la proa del Simon Peel limpiando la cubierta, como me ha ordenado el capitán Edward Silver. Ya hace siete meses que partimos mar abierto en búsqueda de esa isla perdida de la que tanto habla la gente, pero si os digo la verdad, dudo de su existencia.

Solo acepté esto por dinero, no quiero que mi familia pase hambre. Si para darles de comer tengo que renunciar a ellos durante dos años, así lo hare.

El señor Smith cuida bien de ellos, estoy seguro. Nos conocimos aquí, en la Bahía del Sur un caluroso día de verano, me acuerdo como si fuera ayer. Era Domingo, días de mercado en el pueblo y yo, como siempre, iba a buscar el pez fresco para la cena. En casa no andábamos muy bien de dinero, las cosas no han cambiado en ese sentido, y me faltaban dieciocho peniques para completar el importe total del producto. El dependiente no me iba a regalar nada, se le notaba en la cara que necesitaba el dinero igual que yo, incluso se le veía más desesperado. Justo estaba a punto de devolver el pescado cuando de repente un hombre mayor que yo puso los dieciocho peniques encima de la mesa.

-Ya me los devolverás… -Añadió con voz grave.

En ese momento no me salieron las palabras, cuando me giré para darle las gracias aquel hombre ya había desaparecido. No tenía ni la menor idea de cómo le iba a devolver los peniques, pero tenía la sensación de que nos volveríamos a ver.

Esta historia se la he explicado a mis hijos centenares de veces, pero por alguna razón nunca se cansan de escucharla. Supongo que admiran la relación que tenemos.

-Señor Lowell! El capitán desea hablar contigo. -Escuche desde lo más lejano del barco. A esas horas de la mañana, nada bueno podía decirme el capitán, la única vez que le dirige la palabra fue para agradecerle la oportunidad que me dio de estar aquí. Las plazas ya estaban llenas, y le costó hacer un hueco para un marinero con muchos años de experiencia, viejo y preocupado para sacar a su familia adelante.

Me dirigí hacia la cabina principal, el suelo del velero estaba lleno de agua de la feroz tormenta de anoche. Notaba como las zapatillas se llenaban de agua y como se humedecían los calcetines. Sentí un fuerte escalofrío que recorrió desde la punta del pie hasta los pelos de la cabeza, no sé si por la brisa matutina o por el miedo a la noticia de Edward.

-Tenemos que hablar Matthew. -Esto tenía que ser algo importante, desde que entré en el cuerpo de marineros, nadie me había llamado por mi nombre, todos mis compañeros y superiores se referían a mi como Lowell, mi apellido. Nunca me ha gustado ese nombre, era el apellido de mi padre y no creo que quiera tenerlo. Nos abandonó a mi y a mi hermana con tan solo catorce años, me gustaría haber tenido el apellido de mi madre, se lo debo todo a esa mujer.

-Nos llegó un mensaje del gobierno hace un mes diciendo que augmentan los recortes y que esta vez no cobrareis menos, sino que echaremos personal. -Dijo con voz de decepción.

Yo sé cuando alguien miente, me han mentido muchas veces y en esta ocasión sabia que si querían hacer recortes no era decisión del gobierno, no les podía llegar ningún mensaje de ninguna forma, estábamos totalmente desconectados, aislados de la sociedad, rodeados de agua. Por tanto, solo querían echar personal para poder tener ellos más dinero. Triste pero astuto

-Hemos estado observando vuestros movimientos en estos meses de trabajo y hemos podido comprobar que tu junto a Oliver y Sawyer no podéis seguir trabajando aquí. Sois flojos y vulnerables y no tenéis madera para esto.

-Pero… yo necesito el empleo señor, no he estado en este infierno muriéndome de frío y de hambre durante siete meses para que me diga ahora que no voy a cobrar ni un penique.

-Si, lo siento ya he intentado negociar con el alcalde, pero parece que lo tiene muy claro. -Se excusó mirando a Harry, su fiel compañero. -He negociado con el jefe de navegación y hemos acordado que para que sigas cobrando, trabajarás atando cabos en el puerto durante el mes de diciembre junto a los principiantes en marina, no tanto dinero, pero para sobrevivir.

– ¿Señor no le parece un poco raro que me de esta noticia justo cuando estamos en la etapa más fácil del trayecto?

-Perdona Matthew, no le sigo…

-Verá, hace dos semanas que pasamos el agujero de Cribos, la parte más complicada de todo el viaje, donde íbamos cortos de personal. Usted ha esperado a que se relajase la situación para echar a los tres marineros más veteranos y quedarse con los jóvenes a pesar de que no necesitaran el dinero.

-No sé de qué me hablas, de todas formas, la decisión está tomada, ¡mañana al alba partiréis hacia Londres de nuevo y no hay más que hablar!

– ¿Pero, como se supone que regresaremos a tierra firme si estamos muy lejos de nuestro hogar?

-No es evidente? Os marchareis con el bote hinchable, cuando lleguéis si es que lo lográis, avisar al alcalde de que está previsto que regresemos para el año que viene, y que, si todo va bien, se prepare para la colonización.

-Créame capitán, hare de todo menos eso.

Me fui dejando un rastro de ira detrás de mi mientras me dirigía a darles la noticia a los otros dos marineros. De 60 personas a bordo del barco, me tenían que echar a mí, ¿tan mal lo había hecho? Solo seguí los consejos del abuelo… Mis padres decían que no valía para esto, puede que tuvieran razón.

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