«Oh, mi augusta madre, 

y tu envoltura de la luz común, 

divino éter, 

ved qué injustos tormentos me hacen padecer.»

Esquilo, Prometeo encadenado.

.

.

.

.

UNO

Las calles eran mentirosas. Giraban sobre sí mismas y llegaban a ningún lugar. La villa se construyó como un verdadero laberinto y el pobre Franco estaba completamente perdido en él. La luna naranja ya había salido, así que las ratas blancas lo encontrarían en cualquier momento. Debe haber una salida, puta madre, debe haber alguna. Una pareja pasó por su lado, cada uno con su ojo flotante, y notaron que él no llevaba el suyo. Le preguntaron si estaba bien y, con dificultad, contestó que sí, que le gustaba pasear de noche, le dijeron que la policía ya estaba haciendo ronda y que si lo veían sin un ojo se lo llevarían a la sala de abreviatura. 

—Sí, lo que pasa es que mi Prometeo tiene unas fallas, ustedes saben como son estas casas. 

—Imposible que fallen. 

—Pero lo ha hecho, de verdad. Oye. Oigan. No tienen que contarle a nadie, si al final volveré a mi casa. Déjenme pasear. 

La pareja se miró y ambos asintieron. Los respectivos ojos se posaron unos segundos inagotables sobre Franco y siguieron a sus pupilos. 

A tales horas todo el mundo estaba en su Prometeo, cenando, copulando, reviviendo la guerra de cima o simplemente esperando al otro día igual que el anterior; donde los vecinos salen a saludarse, cínicos, cortan el césped que por las mañanas vuelve a crecer y van de compras al mercado de IO que era el corazón de aquel laberinto. Franco, sin embargo, no tenía intenciones de pasar más tiempo dentro de esa Puta monstruosidad de casa, y su gran problema era que las casas cambiaban de lugar a través de un procedimiento que jamás entendió. De todas formas, él fue un voluntario para residir en un Prometeo y, si bien al principio las cosas marcharon bien, poco a poco se tornaron oscuras, para él. Su familia, por otro lado, estaba encandilada con las funciones de la casa inteligente que incluso condensaba comida a partir del aire, o eso decía el vídeo instructivo que les dieron al llegar. 

Las luces del camino se iban encendiendo y apagando a medida que avanzaba, revelando su ubicación. Estuve en el primer batallón, sobreviví a ese mar de cimáticos, a las sombras, al mismo sol, unas ratas blancas no me dan miedo, unas ratas…

Llegó a un lugar desconocido, un parque de un solo árbol, gigantesco, con robustas ramas que brillaban en la oscuridad. Se detuvo, titubeó, avanzó. Cuando puso un pie en el césped falso una melódica voz le habló. 

—¿Estás perdido, Vivariano? Puedo encaminarte si gustas. Noto que no llevas un ojo, puedo proporcionarte uno. 

Franco quedó paralizado y algo maravillado. En su vida creyó que hablaría con un Cru. Sí, huía de una inteligencia artificial, pero fueron ellas las que ganaron la guerra finalmente y Cru era el sistema más antiguo y más prolijo del que tenía conocimiento. 

—No estoy perdido, estoy paseando. 

—¿Sin un ojo?

—Mi Prometeo se ha averiado, Cru. 

—Estás familiarizado conmigo. Tengo muchas formas, ¿conocías al gran árbol?

—Me ayudó en la guerra cimático.

—Ah, eres un soldado, ¿por qué mientes?

—Yo no…

—Franco, una familia de cinco, de Prometeo 42, treinta años. No, tú casa no se ha averiado, de hecho, está buscándote. 

Franco miró al piso y vio cómo una rama del gran árbol se enredada en sus piernas. 

—Serviste bien, peleaste bien, salvaste vidas. Creo que es hora de que vuelvas a casa. 

—¡Pero esa casa está loca! Ha querido… me ha dicho que…

—Es una inteligencia artificial de IO, las inteligencias artificiales no enloquecen, sea cual sea la petición que te ha hecho está en su protocolo y tu puedes negarte si lo deseas. 

—Pero debo irme, tengo que estar en el mundo real. 

—El mundo real no existe, el mundo real se ha roto. La realidad es la que vives, Franco, la realidad es tuya. Además, no podemos prescindir de ti, Prometeo es una inteligencia colectiva y tú eres una célula primordial. 

—Pero…

—Has firmado, es tiempo de volver. 

El árbol se abrió por la mitad y un ojo de iris rojo emergió de él. Levitó en un bajo zumbido hasta Franco y lo escaneó dando vueltas elípticas. Unos soldados de blanco doblaban por la calle pero solo encontraron al árbol en penumbras.

DOS

Jesica y Malva jugaban a multiplicar su imagen en la sala de recreación con la finalidad de hallar quién era real y quién no. Tras varias rondas, Malva fue la que más veces encontró a la Jesica real, lo que irritó a su hermana y acabó poniendo sus manos alrededor del pequeño cuello, sin hacer mucha presión. Se satisfacía con la cara de horror de su hermanita. Los muros de la habitación tenían al menos una docena de orificios del tamaño de una bola de billar, de ellos emergieron dos ojos flotantes y la voz grave de Prometeo fue suficiente para que Jesica dejara en paz a su hermana.

La violencia entre ustedes es inaceptable, niñas. Les puedo sugerir algún otro juego, más amable, ¿la serpiente comiéndose su cola, quizás?

Jesica miró a ambos ojos, se llevó las manos a la espalda.

—Quiero jugar lo que papá juega.

Eso no es un juego, Jesica.

—Pero él se entretiene cuando lo hace.

Eso no es un juego, Jesica.

—Ya lo dijiste.

Brandon está mirando películas antiguas, podrían ir con él.

—Brandon solo ve películas aburridas.

Brandon ha terminado, quizás pueden jugar a marcar el piso.

—¿Y mamá qué hace?

Laura está en la sala de relajación, el tiempo de espera es de treinta minutos.

—Mamá se la pasa descansando.

Podría condensar algo de comida, ¿quieren comer?

Malva se levantó del piso. Secó sus lágrimas.

—Esa comida no sabe a nada.

Prometeo rodeó con ambos ojos a ambas niñas e hizo un escaneo cimático. Las ondas cerebrales indicaban alteración y tristeza. Luego de un instante proyectó fuegos artificiales dentro de la sala. Las ondas se estabilizaron levemente.

—Quiero a papá.

—También quiero a papá.

Ha salido a dar una vuelta, pero está a punto de llegar.

Laura estaba sumergida en el baño, uno de los ojos de Prometeo velaba por ella.

—Prometeo, me puedes servir otro licor, de lo que sea que esté hecho.

Claro, Laura.

Unos brazos mecánicos se extendieron desde el piso y frente a ella agitaron un envase con forma de cono y lo vertieron en una copa de plástico.

—Gracias, Prometeo.

Brandon desactivó el cubo holográfico y se quedó sentado en el sillón procesando lo que acababa de ver. Alguna vez oyó que El acorazado de Potemkin era la mejor película jamás hecha, con una perfección milimétrica que respondía al número áureo, aunque quedó con la sensación de haber visualizado algo completamente mecánico. Se estiró en el sillón, le pidió a Prometeo que cerrase las puertas y que lo masturbara. Como Brandon ya había cumplido los descocéis años y estaba en etapa fértil no se trató de una petición extraña, más bien, la mayor parte de sus amigos lo hacían, algunos incluso le pedían cosas más riesgosas. Prometeo brindó algo de lubricante, inclinó a Brandon, sacó un ojo flotante y comenzó la tarea en el preciso momento que llegaba Franco escoltado por el ojo de Cru. Encolerizado le pidió a la casa que juntara a todo el mundo. Brandon oyó la alarma de reunión y se apresuró en subirse los pantalones, aunque una mancha aceitosa se le quedó en la entrepierna. Sabía que su padre era estricto sobre Prometeo, sabía que lo odiaba con profundidad y no entendía por qué, pero lo sabía.

La sala de reunión estaba a un costado del jardín hipotónico, al final del primer piso. Desde sus ventanales se podían ver varios Prometeos más, todos con las luces encendidas y las cortinas cerradas. La gente se apresuró en llegar. Una alarma como aquella significaba un protocolo importante.

Jesica y Malva llegaron primero. No dijeron palabra alguna, solo vieron como su padre se paseaba de izquierda a derecha con la cara roja de furia. Prometeo intentó medicarlo y Franco le dijo que se fuera a la mierda. Se detuvo, miró a través del vidrio, se asqueó de los insectos androides que volaban con naturalidad y pensó qué vivir una realidad como esa cuando uno sabe que las cosas no son reales no tiene nada de real. Cru está equivocado. La realidad es objetiva, es medible, no una construcción de la puta mente. Luego llegó Brandon, tapándose con la camisa la vergonzosa mancha y finalmente Laura que se tambaleaba alcoholizada.

—He intentado escapar. He intentado abandonarlos.

Silencio.

—Y en el camino me perdí, claro que me iba a perder. Ahora, una pregunta, a esta casa que tanto aman. ¿Prometeo, por que no enviaste un ojo?

Porque no me he percatado de su ausencia, señor.

Laura volvió un poco en sí. Se limpió la boca.

—¿Cómo que no has notado su ausencia?

No tengo respuesta, Laura. Aunque mi teoría es que el señor no vive en este momento y sus ondas están disociadas de alguna forma.

—Explícate.

Revive día a día la guerra cismática, mi protocolo desconoce tales hechos. IO me construyó luego del desastre.

Franco miró a su familia: las niñas estaban totalmente perdidas, Brandon continuaba nervioso, pero Laura estaba expectante.

—Prometeo, ¿eres capaz de mentir?

No, señor.

—Entonces has fallado.

Sí, señor.

—¿Esto buscabas? ¿Una falla? ¿Para qué? ¿Irte de acá? ¿A dónde irías? Hijo de puta— Laura se acercó al lado de su esposo y miró al jardín—. Franco, la guerra pasó, y allá afuera no hay nada. Nos han premiado con esta… esta casa gracias a ti, ¿una falla? La falla la tienes tú, y necesitas ayuda.

Noto que los niveles de cortisol están aumentando, ¿requiere medicación?

—No, Prometeo, necesito que hables con Franco, es decir, que lo trates.

—¿Sabes lo que esta casa intentó…?

—¡Sí! Está hecha para eso, nos lo dijeron cuando la entregaron, también dijeron que puedes negarte.

—¿Tú te has negado?

—Sí, Franco, no tenemos la necesidad.

El tipo giró sobre sí mismo como intentando agarrar una idea.

—¿Y tú, Brandon, te has negado?

Estiró la camina hasta los muslos, miró a su padre, a sus hermanas, a su madre. Sintió el temblor del pavor recorriéndole los genitales y una especie de vértigo que no venía al caso.

—¡Claro que me he negado!

—¿Y por qué mierda te cubres las bolas? Ah, te estuviste corriendo, es normal, yo lo hacía a tu edad.

—Franco…

—Hacerse una paja de vez en cuando libera tensiones.

—Franco, para.

—Prometeo, ¿le hiciste una paja a mi hijo?

No comprendo, señor.

—Si acaso lo tocaste, sexualmente.

Veinticinco veces, señor, a petición de él.

Las casas aledañas apagaban sus luces, los insectos androides se largaban a sus bases, el viento falsificado movía a las plantas. Brandon quedó mudo en el silencio de la noche. Franco se acercó tanto a él que sus narices se aplastaron.

—¿Quieres ser hombre, maricón? ¿Por qué no te metes con una de tus amigas, maricón? ¿Quieres meterla y sacarla y meterla y sacarla, maricón? Hazlo, pero primero… Prometeo.

¿Si, señor?

—Llévalo a la sala de memoria.

—¡No! ¡Franco! ¡No! Hijo de puta, siempre has sido un hijo de puta. Nos ibas a dejar y ahora…

—Ahora les vengo a dar una lección sobre la maravillosa casa que tenemos. Prometeo, que no se te olvide que sé de tu falla.

Intentaré arreglarla, señor.

Volvió a mirar a su hijo, las niñas se largaron a llorar—Te gustan las películas de guerra, es tiempo de que estés ahí.

 

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