En el silencio nocturno, el reloj en el buró marca el tic tac de mi impaciencia. Cómo un fumador, espera el momento de encender un cigarrillo, yo espero a que él aligere el peso de mi reclusión con su peso. Ahora, mi pecho, mi carne, toda yo, le pertenezco más de lo que nunca perteneceré a mi esposo, más de lo que nunca pertenecí a ningún hombre.

A veces caigo en la cuenta de la terrible esposa que soy: no siento culpa y no sé en qué momento el amor por si marido se volvió… esto.

O quizá sí lo sé. Desde que enfermé mi amado no me toca; quiere que mi juventud se pudra en esta cama junto a mi cuerpo que se debilita cada vez más. Quién puede culparlo cuando a mí me asusta ver los huesos cuyas aristas saludan, apenas cubiertas por una fina capa de piel ceniza. Si los músculos ya no abrazan los muslos bajo mi bata, ¿por qué ha de hacerlo mi esposo?

Pero el otro, sigue visitándome en la oscura quietud. Besa mis labios resecos por el suero intravenoso y acaricia mi tórax, más costillas que senos. Lame mi lengua sin temer a la extraña sin nombre que me postra. No le importa si los doctores dicen que me muero, que no tengan una explicación. ¿Qué importan las explicaciones sí la vida se me escapa? Es importante para ellos, no para mí, no para él; cuando el alma liberé mi cuerpo mi esposo consentirá que investiguen con mi carne, como si fuera el dueño de la misma.

Da igual.

Nada importa salvo el pasajero placer que mi Sombra me brinda. Antes de sus visitas el sexo era secundario… ahora… mis fuerzas sólo vuelven cuando me posee, aunque ya ni siquiera alcanzan para gemir.

Mientras mi memoria me cuenta cosas que ruborizarían mis mejillas si alcanzara la sangre en mis venas, mi entrepierna se humedece. Un peso sobre el colchón me roba el aliento. Avanza a gatas bajo las sabanas, sobre mí cuerpo, bajo su moral. Tiemblo mientras se introduce, firme, seguro, decidido. Será la última vez y no le importa, no es del tipo sentimental y lo reafirma en cada embestida. Viene y va, un golpe tras otro, hasta que en el momento del clímax siento como lo último de mis fuerzas vitales es extraído por su boca, dirigido por su lengua. Él traga, yo muero, ambos nos desvanecemos en el silencio de la noche fantasmal.

Etiquetas: eroguro erotismo terror

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