Recuerdos de olvidos

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¡Vaya! Qué infortunio, con las ganas que tenía yo de leer un ratito el diario digital mientras saboreo un café americano sin azúcar.

Me he olvidado el móvil con su eficaz aplicación “zona wifi” y no podré informarme con mi tableta china de cómo los cánones periodísticos mandan y creer que conseguiré comprender alguna faceta velada del mundo.

A menudo los descuidos causan alguna que otra situación desagradable. Y éste, aunque de menor gravedad comparado con el terrible descuido de un primo mío de nombre Joanet que se olvidó las llaves del apartamento al cual nos dirigíamos con la ilusión de pasar unos días de reposo etílico, es uno que me afecta solo a mí y me está haciendo escribiros estas líneas.

Ese olvido de mi primo nos puso en el brete de tener que adaptarnos a la situación y la solución fue, sin lugar a dudas, apoyar las posaderas en el primer bar abierto. El bar, siempre ahí para ayudarnos.

Inevitablemente, los olvidos son y serán sucesos cotidianos eternos, errores en la administración de nuestro entorno, pequeños fallos memorísticos, que algunos pueden llegar a causar desastres inauditos.

Imaginaos que, después de gastar una hora preñada de decepciones, a la espera de que os concedan algún tipo afirmación burocrática que os incluya dentro del conjunto de la sociedad aptos para ser desangrados mensualmente, en el último momento, cuando estáis sudando, heridos moralmente, cansados y tristes, la ocupante detrás de la ventanilla anti covid os suelta a bocajarro y en slow motion: 

-¿Ha traído el certificado catastral de mis huevos con purpurina? (No existe tal certificado, que conste)

Un silencio, un rostro desencajado, miedo.

Y la pregunta vuelve a tí: 

-Perdone ¿tiene el certificado catastral de mis huevos con purpurina brillante?

Al fin como un autómata, respondes entre incipientes lágrimas: 

-No.

Y la recepcionista, sin un resquicio de misericordia, (incluso seguro que esa situación le hace más ameno su trabajo, disfrutando del sufrimiento ajeno) te contesta con un bloqueo muscular de los mofletes, para que no se detecte en ella la felicidad de su momento: -Lo siento mucho Mari Carmen, pero deberá volver a pedir cita. Tome, le paso la dirección web y un curso intensivo de tres meses que necesitará para poder salir indemne, sin traumas, ni ataques de ansiedad, de todas las trabas y zancadillas que les ponemos para que se sientan unos ignorantes frente a la pantalla.

La pobre Mari Carmen, que siendo perra vieja se esperaba esa posibilidad que todos albergamos cuando debemos entregar una cierta cantidad de papeles a una gestoría, extrae con furia su Luger de nueve milímetros escondida en la pechera y, apartando con rabia el inefectivo separador anticovid, le descerraja un tiro justo en el chakra que tan bien controlaba Tenshinhan en sus mejores tiempos.

No sé si se me interpreta.

Puede que haya sido un poco brusca nuestra amiga Mari Carmen, puede que lo mejor sea pedir perdón y no molestar más a la funcionaria psicópata que se excita con la falta de documentación de sus clientes, puede que lo más humanitario que debamos hacer sea marcharnos directamente a una tienda de personas racializadas, concretamente a un Chino, comprar un buen par de cuerdas de cuero duro y flexible y fustigarnos la espalda a latigazos mientras de rodillas avanzamos por la calle.

En muchas ocasiones el encargado de ayudarte en la odisea de conseguir agrupar todas tus bolas de drac (tus papeles) parece que está esperando un paso en falso para agujerearte con saña una estocada, ofenderte y hacerte sentir con su paternalismo que eres un poquito tonto, que no te enteras, vaya, que espabiles.

No se si se me vuelve a interpretar.

Así que estad alerta, mucha atención siempre que vayáis a salir de casa con una carpeta repleta de hojas incomprensibles con un tamaño ofensivo de las letras. Parad un momento y volved a repasar todo lo que necesitáis llevar para matar al malo final.

¡Ah! La Luger llevarla también con vosotros por si se os trata como a un gilipollas y consideráis oportuno librar al mundo de esos inaguantables funcionarios que os miran con condescendencia.

Buen viaje.

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