Una pareja de ancianos me distrajo, con su charla, en la plataforma 27. No podía ver cuando llegaría mi bus. Un colectivo de larga distancia cubría gran parte de mi visión. En un momento vi a la chica de la boletería hacerme grandes señas desde la plataforma 20. Apúrese, casi me gritó. El bus está a punto de partir sin usted. Subí rápido y el bus estaba ocupado casi en su totalidad. Me senté al lado de una mujer joven y un poco obesa. Los asientos son estrechos y me costó acomodar mi campera y mi bolsa con libros. Dentro del bus hacía calor. Hice malabarismos para sacar mi celular y ponerme auriculares. Sintonicé radio shopping mientras leía los los últimos mensajes. Pensé en que sería conveniente pagar suscripción en Spotify y escuchar música que me gusta. Hasta la salida a la ruta, las calles no son lisas y el vehículo se mueve demasiado. En la ruta el andar es más suave. Cinco kilómetros antes de Jesús María empezaba la congestión de tránsito que pone a prueba los nervios del chofer y los pasajeros. Llegamos a la terminal. Bajé con alivio y liberado de esa prisión. De inmediato conseguí un remis y llegué en minutos a casa.

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