¿Dónde estoy?

¿Dónde estoy?

Georgina

29/08/2022

“¿Dónde estoy?” piensa. No puede ver nada, todo está demasiado oscuro. Está acostada de lado, el suelo algo húmedo, lo nota en su mejilla izquierda y en la mano que tiene extendida frente al rostro. No llega a verla, pero siente cómo el dedo índice le roza levemente la nariz. Hunde la mano en la tierra, el barro le pasa entre los dedos y se le junta debajo de las uñas. “¿Dónde estoy?”.

Cuando intenta sentarse descubre que las piernas no le responden, no puede moverlas, se concentra en la tarea hasta que le empieza a doler la cabeza y tiene que parar. “¿Dónde estoy?”. No puede ver, nunca va a saber dónde está porque la oscuridad la rodea, no llega ni a distinguirse los dedos de la mano. Le empieza a faltar la respiración.

“¿Dónde estoy?”.

Le falta el aire, siente un nudo en la garganta, quiere gritar, pedir ayuda, pero la boca tampoco le responde. “¡¿Dónde estoy?!” quiere gritar, pero en su lugar sale un gemido casi inaudible. Sus respiraciones se vuelven cada vez más cortas y superficiales, el aire apenas le llega a los pulmones. “Me voy a morir”, piensa, y el nudo en la garganta se le hace insoportable. “Me voy a morir acá, sola y sin saber dónde estoy”.

Escucha soplar al viento, las ramas de los árboles chocándose entre sí, parece que se burlaran de ella. Intenta moverse una vez más, pero es inútil. La desesperación hace que el dolor en el pecho crezca, y las ganas de gritar de angustia son tan grandes que la presión en la garganta empieza a ahogarla, se vuelve insoportable.

Siente la mejilla derecha humedecerse, son sus lágrimas, se da cuenta mientras las siente bajar libremente por su rostro. No puede parar de llorar y, la verdad, es que parte de ella no quiere porque es el único modo de expresión que le queda en el cuerpo. Siente cómo se van formando varios caminos: las lágrimas bajan hasta entrarle en la boca, y les siente gusto salado; algunas siguen de largo, se deslizan por el mentón y continúan su viaje por el cuello. Cuando el llanto se vuelve desconsolado, las lágrimas no llegan a hacer el camino más largo, simplemente corren por la nariz y se le amontonan contra el dedo.

No sabría decir cuánto tiempo estuvo así. Le duele el pecho, el corazón, le duelen los dedos por tenerlos clavados en el suelo y, si pudiese ver algo, probablemente descubriría que también le sangran. Cuando las lágrimas por fin se detienen, ella sabe en lo más profundo de su ser que no le queda mucho tiempo. Su respiración es superficial y espaciada, pero no le preocupa, al contrario, siente como si un manto de paz la cubriese, y ella lo acepta agradecida.

La brisa trae hasta su nariz olor a pino y rocío, refresca su rostro acalorado de tanto llorar y seca el rastro que dejaron las lágrimas. Su piel ahora tensa y suave, el roce de sus pestañas húmedas sobre las mejillas es como la caricia de un fantasma…

Sus pestañas.

El corazón de da un salto. La mano comienza a temblarle, pero ella la detiene cerrándola en un puño. Respira hondo y exhala, el aire le sale tembloroso. Tiene miedo. Vuelve a abrir la mano, el olor a barro le inunda la nariz y la relaja. Ahora sí, respira hondo

y abre los ojos.

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