Salí del pequeño depósito. Willy quedó acomodando sus amados libros. La noche era oscura y calurosa. Consulté el reloj. Debía apurarme. Ese sector del centro y a esa hora tenía las calles iluminadas y desiertas. A la segunda cuadra de caminata, una prostituta se me acercó y me pidió un cigarrillo. Se lo di y se lo prendí. No intentó ofrecerme su servicio. En las lejanas noches del turno trasnoche esa zona estaba más poblada de chicas de la calle. Seguí mi camino hasta la avenida. Por ella había más tránsito y gente caminando. Compré una etiqueta de cigarrillos y me encaminé en dirección al puente. Apuré el paso. Pensé que pasaría el último bus y no tenía donde quedarme a pasar la noche. Llegué a la parada donde esperaban tres o cuatro personas. A los cinco minutos apareció mi bus. Subí, pagué el boleto. Unos pocos pasajeros viajaban hacia el mismo destino. Busqué un asiento solitario. Me senté y respiré aliviado.



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