LA MALDITA CIUDAD

Otra vez salí de mi casa, fui al trabajo y estuve ahí hasta el almuerzo. Comí solo y de prisa, pues debía entregar varios pendientes. Regrese a casa y otra vez, descansé seis horas. Para hacer lo mismo, sin ningún cambio. Observé esta monotonía, lo triste de mi vida, respiré mi soledad. Decidí hacer cambios importantes, no de fachada, sino interiores.

Empecé conociendo a mis vecinos de a lado, me dijeron que trabajaban en un taller mecánico y que les gustaba cocinar. Me invitaron a comer y tomar una cerveza. Al día siguiente, fui con la vecina de frente. Abrió la puerta de forma temerosa, Alejandra era una señora que vivía sola con sus gatos. Me contó que su marido había fallecido y no quería salir de su hogar, porque el mundo le parecía muy cruel y no quería que la lastimaran.

Posteriormente, salí y saludé al conductor del camión, se llama Ramón. Me dijo que todos los días me veía, cuando tomó el transporte por la mañana. Le respondí, que era un gusto conocerlo y qué si gustaba un café, a lo que asintió. Baje del camión, y había una señora con un niño en una silla de ruedas, me pidió una moneda para comprar la medicina de su hijo, le pregunte que tenía el niño, y me dijo: fibrosis, le pedí la receta médica, y al regresar, le entregue sus medicamentos y un juguete para el pequeño Damián, la señora limpió sus lágrimas, se creó un silencio, no necesitábamos las palabras.

Salude a mis compañeros de trabajo, algunos respondieron, otros seguían con su trabajo como autómatas. Nadie convivía, pocos conversaban y solo vivían preocupados por las cuentas y su siguiente compra.

Regrese a casa temprano, y llame a mi madre. Se extrañó, me preguntó si había pasado algo. Le dije que solo quería saber cómo estaba y si se ofrecía algo. Entonces me di cuenta de que la ciudad, cambia o crea a las personas; las vuelve frías, inexpresivas, materialistas, solitarias, siempre apresuradas, en un disfraz de éxito, bajo una estela de consumismo. Que muchas personas, son transformadas en personajes, y que muy pocos, sabían ser personas.