– Mamá, ¿por qué sos tan fanática de Peñarol?- me preguntó un día.

Mi hijo no encontraba explicación. Sabía que algo muy especial me había decidido a ser hincha del aurinegro desde muy pequeña. Él también lo era, había heredado de mí el amor por la camiseta.

Pertenecemos a una gran familia futbolera. El que fuera mi tío, Juancito López (nada menos que el DT del 50), había creado en sus visitas semanales a mi casa un culto por ese deporte. Con él nos acostumbramos a colocar un enorme Pabellón Nacional en la ventana de la antigua casona de mis abuelos en el Parque Rodó cada vez que jugaba nuestra selección. Como no había televisión, escuchábamos todos juntos los partidos, sentados alrededor de un aparato de radio que ocupaba toda la mesita que estaba en el hall de entrada. La voz de Carlos Solé revivía con emoción cada instante y aunque a los jugadores solo los reconocíamos por su nombre, todos entendíamos muy bien cuando se acercaba una jugada de gol o se salvaba el arco con una buena defensa.

Me acuerdo de ese tiempo del “Chiquito” Ladislao Mazurkiewicz, considerado uno de los mejores arqueros de la historia de nuestro fútbol. A pesar de su apellido extranjero, era muy uruguayo y además de ser golero de Peñarol, era el guardameta de la selección. También recuerdo a Pedro Virgilio Rocha, a Alberto Spencer, a Néstor Goncálvez, a Julio Abadie, a Juan Joya, a Roberto Matosas, a Pablo Forlán…

Sin embargo, la única hincha de Peñarol, dentro de toda la parentela, era yo y solo yo. Para mi abuelo Elías, socio vitalicio de Nacional, esa nieta era “la oveja negra de la familia”.

Entonces, cuando mi hijo me preguntó aquella vez de dónde había nacido mi pasión peñarolense, enseguida respondí con firmeza: «Soy carbonera desde 1964, desde mi ingreso al colegio, desde mi primer día de clase en primer año».

Me faltaba un mes para cumplir los seis años pero la decisión que tomé ese día, quedó grabada en mi memoria y jamás me arrepentí de ella. Resolví ser hincha del aurinegro para siempre.

Aquel lunes de marzo llegué muy temprano al Colegio de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia, llena de ilusión y ganas de aprender. Era una institución de primaria solo para niñas, así que, junto a mis compañeritas, hice fila frente a la puerta del salón de «1°A» para entrar a clase. La Hermana Eusebia, una religiosa joven, muy  entusiasta, sería mi maestra. Ella recibió a cada una de sus nuevas alumnas con una pregunta: «¿De qué cuadro eres?» A las que le respondían: «De Peñarol», les decía: «Muy bien, seguro este año pasarás de grado sin problemas».

Cuando me tocó a mí, aunque era hincha de Nacional por tradición familiar, no dudé en convertirme en aurinegra de inmediato. Sentí temor de no pasar a segundo antes de empezar a cursar primero, así que, cuando mi maestra me preguntó: «¿Y tú de qué cuadro….?», me declaré enseguida hincha mirasol.

Estaba segura de haber tomado por mi cuenta la decisión correcta por primera vez en mi vida. Pasaría de grado y nunca me cambiaría de cuadro, ganara o perdiera, así nadie jamás podría decir que yo era «una pastelera».

Al entrar al salón observé a mi maestra que vestía un hábito negro de la cabeza a los pies. Solo se le podía ver la cara, con sus mejillas rozagantes y sus ojos redondos y negros que irradiaban luz. «La cara de mi maestra parece un sol», pensé. A esas alturas la figura de Sor Eusebia ya tenía para mí los colores de la camiseta: amarillo y negro.

Cuando a la hora del recreo la religiosa salía a jugar con nosotras, sus alumnas, siempre lo hacía con una pelota bajo el brazo. En aquella época y en un colegio de niñas, no se jugaba al fútbol, pero sí al manchado. En cada tiro, la monja futbolera ponía tanto entusiasmo como cualquier delantero experto de primera división frente al arco contrario decidido a meter un gol. Por eso, el cuadro de la maestra siempre tenía el triunfo asegurado. Eran tiros certeros, enérgicos, llenos de pasión, como el entusiasmo que se notaba en su expresión cuando les decía a todos muy orgullosa: «Soy de Peñarol y esta, mi clase de primero, es toda hincha de Peñarol sin excepciones».

Sor Eusebia había nacido en Colonia, en el mismo pueblo donde mucho después nacería el «Cebolla” Christian Rodríguez. Se había convertido en religiosa en Buenos Aires y desde allí se trasladó a Montevideo.

Mientras nosotras cursamos la primaria, la maestra de nuestro primer grado siguió saliendo al recreo con la pelota bajo el brazo. Aunque ya no estábamos en su clase, seguíamos jugando con ella al manchado, peleando por estar siempre en su mismo cuadro.

Entre glorias, copas y mil emociones, mi pasión por Peñarol creció con el tiempo. Había ganado la Libertadores del ’66 y ese mismo año, la Copa Intercontinental, coronándose «Campeón del mundo» luego de ganarle al Real Madrid en los partidos de ida y vuelta con igual resultado, dos a cero; uno aquí, en Uruguay y otro allá, en España.

Años más tarde, conocí a mi vecino, Fernando Morena (el «Nando»). Mis tías iban a la feria vecinal y me contaban: «A ti que sos hincha del amarillo y negro, te aviso que hoy Doña Pola estaba en el puesto comprando pepinos». La madre del goleador les decía a todos: «Es que Fernandito juega el domingo y tiene que meter muchos goles». (Ella le decía «pepinos» a los goles de su hijo).

Cuando pasábamos por la casa del ídolo, las puertas siempre estaban abiertas y desde la calle se podía ver un gran mural de Morena, como si en lugar de ser su hogar fuese un museo, testimonio de la grandeza y generosidad peñarolense que el campeón compartía siempre con todo el barrio.

Con Fernando Morena – Año 2011

Aquel día seguí recordando con mi hijo:

– Cuando eras muy pequeño, te llevé muchas veces al Centenario a ver al cuadro de nuestros amores. Ibas muy nervioso, envuelto en la bandera y te acurrucabas en tu asiento de la Amsterdam esperando el resultado. Me dabas una bolsa de papelitos y me decías: «Mamá, cuando yo te diga, tiralos y gritá por mí: … ¡Peñarol, Peñarol, Peñarooooollll que no ni no!.. y agitá bien alto la bandera.»

Una vez, tus tíos lograron convencerte. Ibas a cumplir nueve años y te hicieron hincha de Nacional por tres meses. Te regalaron la camiseta del bolso y una pelota.

Un domingo, después de almorzar, te fuiste a tu cuarto a escuchar un partido del tricolor. Antes de cerrar la puerta me dijiste: «Si vuelve a perder, mamá, te juro que me hago para siempre, para siempre, hincha de Peñarol». Y perdió nomás. Así que cuando saliste, junto a tu cama estaba colgada de nuevo la bandera de Peñarol.

La camiseta tricolor y la pelota nunca más las encontré. Creo que se las regalaste a un vecino. El mismo que sigue siendo hincha de Nacional y todavía viene a casa a mirar los partidos. Sufre en los clásicos y nosotros siempre tenemos algo que decirle. Él se queda callado, porque sabe que no puede gritar los goles tricolores… ¡si es que nos hacen alguno por error, claro!

«Mi corazón palpita y se estremece

Cuando me envuelve el mirasol de tu bandera

Y esta pasión que cada día crece y crece

como vos siempre florece

año a año en primavera.

Sos mi locura y mi pasión

Tuya es mi vida Peñarol

Como decirte de una vez cuanto te quiero

Por eso canto a viva voz

Este homenaje es para vos

Y a cuatro vientos que lo
escuche el mundo entero

Cuánto te quiero Peñarol, cuánto te quiero,

campeón del siglo te lo dice el mundo entero

Cuánto te quiero Peñarol, cuánto te quiero

¡Adentro de mi corazón sos el primero!»

©Victoria2022

Historia basada en hechos reales


*MÚSICA: Himno «Peñarol, Campeón del Siglo», compuesto por Roberto Martínez Barone, con arreglos de Raúl Medina, y la voz de Julio Pérez (2011, ritmo de murga)

EN EL CLUB ATLÉTICO PEÑAROL:

Texto elegido finalista en la convocatoria: «RELATOS EN AMARILLO Y NEGRO» (para personas mayores de 60 años, julio 2022)

JURADO: Integrado por 6 miembros de connotada trayectoria, elegidos por el Club y la Comisión de Asuntos Sociales, a saber:

César Bianchi: comunicador, periodista, escritor
Daniel Quintana
: coordinador general de la comisión de historia CAP, escribano, escritor
Leonardo Haberkorn
: periodista, escritor
Marcelo Fernández
: comunicador, periodista, abogado
Raúl Castro
: cantautor, escritor
Valeria Tanco
: comunicadora, editora, escritora

PREMIOS

– Mención Campeón del Siglo
– Mención Campeón Intercontinental
– Mención Campeón de América
– Mención Doble Quinquenio

CEREMONIA DE PREMIACIÓN: 

27 de octubre 2022 – 18:30 hs Estadio Campeón del Siglo  Tribuna Henderson



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