Acelerando el paso.

Acelerando el paso.

Silvia Eslava

19/07/2022

A veces no sabemos si tenemos la capacidad para lograr algo pero aun así lo hacemos. Aunque aparezca la incomodidad, el dolor, el desanimo y la incertidumbre. 

Habíamos volado hacía el oriente Colombiano apenas el día anterior.  Mi amiga Magnolia y yo teníamos una cita con la montaña y aunque no estábamos seguras a qué nos enfrentábamos ambas sabíamos que bajo el pecho latía algo muy grande y pesado. Y que quizás, si acelerábamos lo suficiente el pulso brotaría y podríamos dejarlo allí. 

Esa mañana, despertamos muy temprano con el revoloteo habitual de estar en casa de mis padres. Me sentí abrigada y agradecí, porque supe que a pesar de cualquier situación por precaria que pareciera lo realmente precario sería no tenernos a nosotros mismos. En mi casa crecimos con pocas palabras de afecto pero con los años uno se da cuenta la estela de amor de cada acto; esos que cuando tenemos corta edad no los vemos y parecieran pequeñeces. 

Yo, había llegado con el atardecer en el rostro. Ese momento en donde la luz y la oscuridad se empiezan a tocar. Mi casa se paro para recibirme y un sentimiento bello me invadió. Había tanto amor a mi alrededor. La sala se lleno de un fantástico color ocaso que me acompañaría a transitar hacía la oscuridad y mientras aprendía a esperar pacientemente el sol salir de nuevo.  

Una parte de la tropa familiar se nos unió para apoyarnos en esta gran aventura: ascender por una montaña desafiando un alto grado de desnivel; todo un reto. Pero sobre todo, alivianar la pesadez de un corazón roto envuelto en un manto blanco, el mío.  Y otro corazón impregnado de los destellos multicolor de un pequeño latido que se gesto pero no llegó a termino, el de mi amiga. 

Entre ruedas, cascos, improvisación y prisa llegamos a la hendidura. Pasamos junto a uno de los ríos que quizás causó este accidente geográfico y nos vimos en un pequeño pueblo en las entrañas del cañón y apreciamos desde allí sus grandes paredes verticales. Fuimos los primeros en llegar y mientras nos acomodábamos a ambas nos punzó la duda de sí íbamos a ser capaces de llegar a la meta. A medida que llegaban los otros corredores entre todos intentábamos adivinar por los rasgos físicos e indumentaria quienes serian los que iban a ganar. Mi hermano a quien también embauque en esta aventura; ya había hecho algunas carreras. Por mi parte, en mi preadolescencia competí en patinaje de carreras y mi amiga Magnolia…Ella era la gran revelación y este día tendría su primera medalla. 

-Nuestra meta es llegar… Así sea en último lugar pero terminar. Dijo ella.

Corrimos literalmente con suerte; pues por fortuna las nubes se posaron sobre la montaña dejando el sol resplandecer a medias.  Ahí, aprendí que aunque el sol brille no es sinónimo de preeminencia. Que dependiendo las sendas que transitemos, unas nubes pueden ser caricia y una lluvia sosiego. Y acá íbamos por terreno árido. 

Mi hermano estaba bastante optimista. Al llegar la hora de empezar, la presión empezó a ahogar un poco el aliento. Y ahí estábamos los tres parados esperando la partida. 

-Hace años que no estaba en una línea de meta. Pensé. 

Al escuchar el pitido del juez nos echamos a correr. Sabía que mi hermano iba más adelante pero a Magnolia la tenía al lado mío y la perdí. No quería ir sola pero no había más que hacer, si no correr. Ya había avanzado los primeros metros y no podía parar a mirar alrededor. 

En los primeros 500 metros me asalta la primera duda y me dije: no voy a poder. Llegamos hasta una pendiente escarpada de piedras grises. Mis pies resbalaban con facilidad y mis piernas se empezaron a sentir más lentas. Intentaba no dejar de correr pero me di cuenta que a ese ritmo no iba a llegar a los 2 kilómetros.  No paré pero me propuse un nuevo ritmo que pudiera mantener. Mire para atrás y en la cola de la serpiente que dibujaban las personas sobre esa primera colina, creí ver a Magnolia. En el fondo sabía que los tres íbamos a lograrlo pues ya teníamos impregnado a nuestro paso un camino árido y seco que a cada uno nos había tocado transitar.  Y que llegado su momento les iré contando. 

Al llegar al primer punto de hidratación sabía que ya había logrado los primeros dos kilómetros de cinco que debíamos recorrer. Tomé un poco de agua y el resto la vertí sobre mi cabeza y seguí. Había asomado un poco el inclemente sol. Ví que pasé aquel chico de camiseta negra con el número 16 y en ese momento, él, represento todo lo que no quería que me volviera alcanzar. Me ví a puertas de un mes faltante para lo que pudo ser el primer año desde que me vestí de blanco y refunfuñe. 

-De él, no me voy a dejar alcanzar. Dije en voz alta. 

Lo podía escuchar detrás de mí y apreté aún más el paso. 

-Será que no me voy a librar de este. Pensé. 

Recuerdo el dolor en mi cintura, no lograba controlar la respiración, mis piernas cansadas parecían cada vez tener menos fuerza para pisar firme en un camino lleno de obstáculos. El golpe de calor empezaba a sentirse. Y ahí, vino la parte más difícil lidiar con las incertidumbres de la cabeza. 

-¿En qué me metí? Dije inconscientemente en voz alta. Un señor que había arrancado varios minutos antes que nosotros para apreciar el desafío desde más arriba volteó hacía mi. 

– Yo tampoco, no pensé que fuera así el camino. Hasta el morral y los cascos de la moto traigo. Pero ahí voy.. !Hágale ! Va muy bien, siga con fuerza. Remató diciéndome. 

-Gracias ! Le dije después de tomar aire profundamente. No me refería a la carrera pero ahí voy y acá voy. 

Me sonrió sin entender muy bien a que me refería pero creo que algo en mi expresión le hizo saber que sus palabras me cayeron con una suave llovizna. 

-¿Y sí me devuelvo? ¿Seré la primera en desertar?.  Me seguía auto-saboteando. 

Por un momento pensé que no había entrenado suficiente y que lo mejor era aceptarlo y detenerme. Pero a mi mente vino: ¿Qué hubiera pasado en ciertos momentos de mi vida si hubiera tenido más determinación?. Un  flashback de fotogramas pasaron rápidamente por mi mente. Me ví  también lentamente caminando lejos de quien creí iba estar ahí en la meta acompañándome este día y muchos otros.  

-Si renuncio, esto también me quedaría a medias. Seré como él, que abandonó empezando la carrera. Me dije y apreté el paso. 

Ese trayecto lo pasé recordándolo a él. Y en aquella conversación que tuvimos de como la gente hoy en día no quiere hacer el mínimo esfuerzo. Porque en la actualidad nos quiere vender la idea de fluir, soltar, dejar ir y un amor propio que nos desdibuja la línea de caer en un estado ensimismado en donde también se pierde dar y abrazar. Lo cierto es que ahí iba él, huyendo de nuevo porque viaja mejor liviano. Y me di cuenta que cada cosa que me dijo no ser era en el fondo todo lo que quería satisfacer. Por eso, él también estaba corriendo su propia carrera contra si mismo.

Al llegar casi al cuarto kilometro noté haber dejado a el número dieciséis un poco mas atrás. Llegamos a una parte con una gran inclinación y una gran curva marcada a la izquierda. Noté que había un camino recto que cortaba por la mitad. Decidí coger el largo y apresurar un poco más el paso y mantenerlo. No quería fundirme por la inclinación del atajo pero tenía miedo que el número dieciséis lo tomara y me dejara atrás. Seguí , y no descanse hasta ver en donde se unían nuevamente los dos caminos. Nadie asomaba de la pendiente y nadie iba adelante.  A medida que seguí estuve más segura que lo dejé atrás y sentí alivio.

De repente encontré un aviso: 4.5 kilómetros marcaba. Me llené de entusiasmo y pensé en correr de nuevo pero mis piernas no lo permitían.  Lo más difícil son esos últimos metros al final del túnel incluso cuando ya vislumbramos luz. Contrario a lo que esperaba, mis piernas empezaron a entumecer. Por instantes tuve que para brevemente y pensé en llorar. Pero seguí  y podía escuchar las voces a lo lejos y las risas de quienes habían culminado. Fueron los quinientos metros más largos de mi vida, pero seguí. Cuando pude ver la meta me dije:

– Que necesidad de este suplicio, pero llegué. 

Cuando pude recobrar el aliento, me pare en el filo de la montaña y mire para atrás. Me quedé viendo el camino y abracé cada uno de los momentos en que pensé desfallecer. El suplicio era lo que llenaba el propio hecho de llegar a la meta. 

-Dorsal Número 11, tiempo 1:34:02. Quinta en la categoría femenina y número 29 en la tabla general. Dijeron al leer los resultados. Sonreí. 

No volví a ver más ese día al chico de camisa negra que corría con el número 16 pero pronto volvería a ver a quien le daba significado a ese día en mi vida.

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