Celos de porcelana.

En una comunidad muy pequeña. Los pobladores eran fieles creyentes de que el momento más preciado de la existencia humana, era la niñez. La forma más bella de
congelar el tiempo, era a través de las muñecas. Por ello hacían pequeñas reproducciones de las chiquillas nacidas en ese lugar. Los maestros artesanos hacían réplicas tan exactas que al colocarlas juntas era difícil discernir la real de la ficticia. Toda casa, tenía su niña inmortalizada. Pronto muchos las consideraron un miembro más de la familia. Sin embargo eran gemelas que jamás envejecían. Las conservaron a pesar de que siempre llegaba el fin de la niñez. Las pequeñas, pronto dejaban atrás su infancia, pasaban a lucir un cuerpo hermoso de señoritas, eran cortejadas por jóvenes gallardos que pedían su mano en matrimonio. Las pomposas bodas y la vida perfecta de éstas convertidas en madres, eran contempladas por los ojos de vidrio de las réplicas. No había más juegos entre ellas, no más secretos confiados a sus fieles
oídos. Ubicadas en el rincón de «honor» en la casa; solas, ignoradas; acumulaban polvo, quedaban en silencio. ¿Quién diría que los celos fueran tan poderosos que hicieran que un objeto hueco buscara arrebatarles su felicidad?

El llanto inundaba las casas. Todo comenzaba por extrañas pesadillas de las nuevas generaciones de pequeñas.

-Mamá, ¿esa niña hizo algo malo? ¿Porque está encerrada en la vitrina?

-Es un regalo de mi padre cuando era pequeña. Pero es una muñeca, no una niña de verdad, aunque se parece a mí cuando tenía tu edad.

-¿Yo terminaré igual que ella en la vitrina?

-¡Por supuesto que no! ¡¿De dónde sacas esa idea?!

-Es lo que ella dice por las noches cuando me visita en mi cama.

En ese momento, lo intentaban todo inútilmente. Enterradas, quemadas, hechas pedazos. No importaba cómo, ellas seguían visitando a las niñas en sus habitaciones. Les arrancaban uñas y cabello, rabiosamente les herían a mordiscos, desquitando la ira acumulada por años. Por lo que nunca llegaron a ser.

Duraban poco tales ataques, pero todos tuvieron el mismo final. Pequeñas cajas blancas, con un desfile de deudos arrepentidos por dejar que la imagen de sus hijas
se convirtiera en un objeto frío. Deseosos de regresar en el tiempo y terminar con todas esas abominaciones.

La infancia termina, la perfección no existe, se puede ser inmortal a través de la porcelana y el encaje. Pero siempre será más fuerte el deseo de vivir y crecer.

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