Era ella, con su cabello extenso como la mirada que perpetraba sus ojos. Era su caminar, su gran e idóneos pasos hacia el encuentro perfecto.

La sonrisa, que digo sonrisa, la belleza simbolizada en su alegría; aquella que desmesuraba mi paladar continuamente, pues no había nada que remplazara lo dicho. Mi temor a tener un acercamiento inmediato era profundo como la verguenza que desvía mis sentimientos. 

Cada día, cada noche, cada minuto, cada segundo es sinónimo de su retrato en mis pensamientos; porque: ¿Comó ella con una disminución en sus primaveras puede prevalecer en mi hogaño?. 

Ya pasaron más de 3 abriles, abriles que se convierten en infinitud diaria. Solo bastó una divisa para comprender que nada estaba perdido, que nada podía alejarme de ello. 

Las sincronías eran obvias, correctas, añoradas, aclamadas por mí. Aunque era muchas pero muy singulares a la vez. No olvido como decidí arrojarme al desdén de la virtud amorosa, tampoco olvido como hechizas ligeramente mis penas para transformarlas en felicidad. No se si llamarle  ilusionarse o cualquier ademán parecido, solo inclinaré  mis deseos hacia un esperanzado amanecer.

Etiquetas: locura perfecta

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