La verdad oculta.

La verdad oculta.

Daniel PL

18/05/2022

La verdad oculta

Era un día como cualquier otro, gente común realizando actividades comunes, a excepción de un joven de unos 18 años, con cabellos castaños como el caramelo, piel blanca como la nieve, sus ojos como un par de esmeraldas y una sonrisa tan resplandeciente como la luna, aquel muchacho de nombre William, acababa de lanzar el libro que se encontraba leyendo hasta el otro lado de la amplia habitación. Su pecho subía y bajaba mientras comenzaba a blasfemar, debido a las historias de siempre, las mismas mentiras con las que había crecido, ¿Alguien podría culparlo si el se negaba a creer que Dios lo creo todo?

Su hermana, quien había entrado hace poco a la habitación, observando el libro en el suelo cuestionó a su hermano el porqué de su acción, el joven respondió que simplemente se había acordado de lago, intentando restar importancia al tema, la chica de nombre Cristina, recogió el libro que yacía tirado sobre el suelo, observándolo por unos breves momentos, percatándose de que este, pertenecía a su tío, miro nuevamente a su hermano para regañarle, advirtiendo que él podría enfadarse, recibiendo una única respuesta del adolescente.

“Que lo haga, ¿Qué mas puede pasarme que una riña y un castigo? Ah, ya se, que me queme en la hoguera como vil brujo.”

Cristina lo miro horrorizada, mientras comenzaba a persignarse, pidiendo por la Santa Virgen que no volviera a decir eso, justificando que aquellas mujeres que son quemadas en la hoguera reciben el castigo divino por retar a sus padres y a la Santísima Iglesia, siendo interrumpida por William, preguntando a su hermana si verdaderamente creía en lo que su tío decía, argumentando que aquellas mujeres eran simples curanderas que buscaban otras formas de sanar a la gente, cerciorando que otras formas, no significaban hacer pactos con el demonio, si no que significaban buscar plantas medicinales, para luego arrebatar el libro de las manos de su hermana y retirarse a algún otro lugar, ignorando los reclamos que esta lanzaba. Salió de la gran casa para acercarse hacia un gran árbol en el que se sentó recargando su espalda en el troco de este, haciendo volar su mente hacia todos aquellos mundos que no están plagados de falsas creencias que tiran la verdad a un abismo, donde todo tenga una explicación lógica y no con el usual “Dios lo creo todo”

Quería encontrar las respuestas, gritar a los cuatro vientos que toda tenía una razón, pero no podía hacerlo, amenos que quisiera al clero completo juzgarle en el nombre de Dios.

Pero no todo estaba perdido, incluso la oscuridad mas intensa tiene un destello de luz, el joven de cabellos castaños suspiro pesadamente, para luego levantarse del lugar donde se encontraba, caminando tranquilamente hacia el oscuro bosque, no sin antes asegurarse de que nadie lo seguía, pues aquel joven de vista pudiera parecer una inigualable joya, con un comportamiento digno de la realeza, sin embargo, esa apariencia bien porta que poseía era una simple mascara a lo que realmente quería, pues aquel mozo, hambriento de respuestas. Mientras más se acercaba a las profundidades del bosque, su emoción aumentaba, pues a lo lejos divisaba una casa, que a simple vista podían observarse las tan malas condiciones en las que estaba, pero guardando entre sus paredes un gran tesoro, semejante a una ostra.

Cuando William por fin hubo entrado a la casa, miro emocionado todo lo que lo rodeaba, variados papeles regados sobre una mesa de madera, los cuales tenían varios escrito, que muchos hubieran llamado “herejías”, pero para el joven eran “respuestas”, explicaciones lógicas a los sucesos que regían el orden natural; sin perder más el tiempo comenzó a escribir rápidamente sobre las hojas en blanco, mientras en su rostro se plasmaba una sonrisa, no como aquella con la que se presentaba todos los días ante los altos mandos del clero y la iglesia, aquella era una sonrisa verdadera, tan pura como las perlas del mar, aquella alegría y emoción que sentía era incomparable, al fin podía ser quien verdaderamente es, hacer lo que realmente quiere hacer, entre esas cuatro paredes se sentía mas libre que en toda la extensión del pueblo en el que vivía, aquel ligar plagado de gente incrédula, que tachaba cualquier comportamiento fuera de las reglas eclesiásticas como acciones inducidas por satanás. Después de pasado un buen rato, decidió regresar a aquella prisión que llamaba hogar, mientras en el camino volvía a adoptar aquel comportamiento que lo hacia sentir asqueado, pues esa apariencia era totalmente una mentira a la que era obligado a realizar.

Al llegar a la gran casa, actuó con “normalidad” frente a los presentes, subiendo las escaleras directamente a su habitación para asearse y arreglarse, para bajar como de costumbre, a cenar junto a su hermana y a su tío, quien después de haber terminado de comer, procedió a hacer la mención de que el joven William seria un futuro miembro del clero, que hipocresía, aquel joven se volvería lo que mas aborrecía, el castaño estaba enojado, quería reusarse ante aquel destino al que había sido encadenado, pero no podía, debía comportarse y mostrase feliz ante aquella decisión tomada sin siquiera haberle consultado, así que, con toda su fuerza de voluntad, mostro la sonrisa más falsa que había puesto jamás, siendo acompañada con un asentimiento, para luego, pedir poder retirase a su habitación, con la excusa de que había sido un día cansado, y que mañana tendría que levantarse temprano para poder presentarse ente la iglesia y se le delegaran sus respectivas labores, sin más, se levanto de la mesa y a paso rápido se encerró en su habitación, donde finalmente pudo maldecir su suerte, recostándose sobre la cama aun enojado, y al cabo de unos minutos caer dormido.

Al caer la mañana el joven abrió los ojos pesadamente, sabía que hoy tendría que presentarse ante la iglesia, no quería levantarse, pero debía hacerlo, mientras William se encontraba sumergido en sus pensamientos, un fuerte estruendo lo hizo sentarse en la cama, observando como dos hombres conocidos del clero atravesaban la puerta, acercándose a el y tomando sus manos para inmovilizarlo, para luego mostrase frente al chico, el sacerdote principal de la iglesia, quien ordeno a los dos hombres que lo sostenían, llevarlo a las mazmorras. El joven intento resistirse, pero no tenia escapatoria, el sabía que la única razón por la que estaba siendo aprisionado, seria porque finalmente habían encontrado su pequeño escondite, sin mas dejo de luchar y resignándose a su destino, se dejó guiar cual cordero hacia el matadero. El lugar al que fue llevado era frio, podía sentirse la humedad del aire y percibirse el intenso olor a muerte impregnando las paredes, era gracioso como un lugar tan sombrío en el cual se practicaban actos tan inhumanos, podía se encontraba bajo el lugar más santo y puro.

Su estancia en las mazmorras no fueron mas que días plagados de torturas constantes, burlas frecuentes de los miembros del clero, quienes lo llamaban hipócrita, siendo ellos peores que él, pues el único pecado que el joven había cometido era una simple búsqueda de la verdad, mientras que aquellos que lo acusaban eran frecuentadores de rameras y viles ladrones de los más pobres.

Los días pasaron con lentitud, llenos de dolor y agonía, hasta que al cabo de un mes fue presentado en la sala de juicios, siendo el primero en hablar el juez, quien estaba acompañado del Santo Obispo, los dos principales cargos, acusando al joven de practicar brujería, pactar con el diablo y darle la espalda a la salvación, actos totalmente prohibidos por Dios, declarando finalmente la culpabilidad del joven, quien una vez dicho el veredicto, fue llevado hasta la hoguera, siendo atado por dos hombres aun poste de madera, rodeado de paja y leña, todos los presentes blasfemaban en contra de aquel joven mientras el sacerdote pedía que las llamas del infierno consumieran el pecado y que la gracia divina de Dios los protegiera de él, para finalmente rezar un padre nuestro y persignarlo, todo con repulsión, alejándose rápidamente una vez terminada su breve tarea, después de eso solo hubo fuego y humo, acompañado de los gritos que desgarraban la garganta de William, al sentirse envuelto en las ardientes llamas.

¡Sigan en su inmundicia de mediocridad! ¡Continúen con su fanatismo hacia un dios que los ignora! ¡Recen hasta hacer sangrar su lengua! ¡Vivan sumergidos en un mundo de mentiras!

Fueron las últimas palabras del joven, antes de que su vida terminara de manera injusta, siendo culpado de un pecado que no era pecado, porque lo único que él quería era conocer la verdad de las cosas.

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