Muchas y muy hermosas son las historias de antaño, las hay por montones, como las de las Anjanas, allá en las tierras de Iguña, o las de los chaneques, guardianes de los lagos y lagunas en México, sin embargo, hay un cuento que no se ha contado todavía, uno que se susurran los árboles y los ríos, el cuento del pueblo de la luna.
Por todo el mundo había un pueblo que se parecía a la gente, pero no era de gente, porque la luna lo había engendrado, y era amado suyo, Largos eran los cabellos de sus hijos, y grandes sus ojos para mirar más allá de ellos, y la cabeza la tenían coronada por cuernos como de carnero, era buena cabeza para entender muchas cosas, porque las habían aprendido de la luna. Vivían en paz, bailaban para ella y cosechaban la tierra, siempre cantaban cuando el sol iba a salir, antes de dormirse, eran felices, hasta que un día los hombres les hicieron la guerra, los cazaban, extinguían los cantos de cualquier criatura, incluso los de su sangre propia, arrasaban los bosques y los mares, hasta se olvidaron de la lengua del corazón y la intentaron acallar con un razonamiento frío que rechazaba toda forma de entender la vida si no era como la de ellos.
Muy apenado, el pueblo de la luna decidió pedirle consejo a su madre, ¿En dónde podrían vivir, si no era en los santuarios de la naturaleza?, ¿Si no era en las canciones y las historias?, ella coincidió, los tomó a todos en sus brazos, y los arrojó a los sueños, desde entonces, allí es donde habitan, y, a veces, si un humano está dispuesto a escuchar, murmuran sus melodías, para que cuando menos dormidos sepamos lo que ellos sabían, lo que la luna les decía.
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