2:37 de la madrugada, Karl se encontraba sentado junto a su ventana, veía la lluvia descender y rebotar contra el pavimento, algunas de las gotas se detenían y formaban palabras que solo él podía entender “suicídate, suicídate”. Se encontraba al borde de la locura, había sido lastimado cerca del pecho por una jovencita de mirada de angelical y el dolor comenzaba a expandirse por todo el cuerpo. La literatura en gran manera, había calmado su deseo por el suicidio pero la poesía siempre le terminaba por arrinconar contra sus propios miedos, le arrebataba su mente, su cordura, su aliento, su salvación y lo transformaba en un individuo sin sentimientos, sin amor, sin patria, sin religión, era solo una sombra que deambulaba por las calles de la av. Siempre Viva, era un villano con dolor de muela, era un asesino sin asesinatos, era Peter Pan, sin aquel mundo de las maravillas.

Las personas lo creían loco, constantemente le repetían que no había arte en su escritura y en su manera de vivir, por esa razón y por muchas otras, ya no quería volver a escribir, ya no quería esa vida, la vida de los perros sin destino, sin amigos, sin mujeres, sin familia. Fue hasta la cocina, agarró un cuchillo y se dispuso a cortarse las manos, así ya no tendría como volver a escribir, que el huracán sople en otro ser, que la descendencia de los poetas malditos llamé a otra ventana, el solo quería dormir. Colocó su mano derecha encima de la mesa y cuando estaba a punto de dar el golpe final, recordó aquella noticia de aquel viejo al que todos llaman el zurdo Bou que también había decidido cortarse las manos, comenzó con la mano derecha y cuando quiso cortarse la mano izquierda, no lo consiguió, salía tanta sangre de sus venas, que antes de poder cortarse la otra mano, se desmayó, ahora firma con la mano izquierda, come con la mano izquierda, se limpia el culo con la mano izquierda, Karl, simplemente no podía imaginarse una vida limpiándose el culo con la mano izquierda, así que guardó el cuchillo y volvió a sentarse junto a su ventana.

Comenzaron a volver las palabras fuego a su mente, palabras que el mundo no comprendía, palabras que filtraban la verdad y destapaban el cerrojo de la humanidad. Si existían 8 mil millones de personas, porque la eterna soledad había decidió acampar en su regazo, porque los cantos de Plath no desistían, porque los libros Fante ya no lo satisfacían como antes, porque la humanidad buscaba la fama, pudiendo encontrar la armonía en la nada. Cayó un rayo muy cerca de su ventana, la tierra tembló junto con su cuerpo y su alma. Él sabía de dónde venía, pero no hacia dónde iría a parar, había navegado por 25 años en afiladas miradas suicidas, nunca permaneció mucho tiempo en el mismo lugar. La miel, como toda, era dulce al principio, pero luego el amor lo echaba a perder y las miradas terminaban por apagarse. —No soy yo, eres tú— siempre le decían y tenían razón. Él sabía con exactitud que el problema lo tenía él, había comenzado a detestar a la humanidad desde antes de empezar a hablar, busco incendiar su casa a los 12 años, apartó a toda clase de personas de su vida y nunca trató de aferrarse a nada ni a nadie, detestaba a los gobiernos, a los maestros, a los abogados, se detestaba a sí mismo.

Abrió la ventana, tres pisos de altura, un pequeño abismo contra un gran dolor, la melancolía se aferraba a la lluvia y poco a poco se desbordaba sobre su piel. Cerró sus ojos y comenzó a pensar en la idea de saltar, había la posibilidad de caer y no morir, qué pasaría si no moría, tendría que vivir el resto de su vida postrado en un cama alimentado por un tubo en la garganta o en el mejor de los casos, pasaría el resto de sus días sentado en una silla de ruedas, viendo la vida caminar por su delante, lo que sí estaba claro era que necesitaba algo de valentía en ese momento. Observó la acera desplegar sus brazos en su dirección, se escuchaba el ronroneo del ventilador acariciando al viento que soplaba con furia, intentó encontrar una estrella, una persona, un rayo de luz, pero no había absolutamente nada a qué aferrarse. Una postrera canción sonaba a lo lejos, el cristal lloraba por la ausencia de un solitario, cerró los ojos y cuando estaba a punto de saltar sonó el teléfono, Karl se bajó de la ventana, fue a por el teléfono y contestó, se quedó esperando a que alguien hablara, pero nadie habló, pensó en colgar, hasta que finalmente una voz femenina dijo — ¿Eres Karl?

—Algo así —contestó.

—Como, no entiendo.

—Algunas veces me siento como Merdardo Ángel Silva enamorado de amores imposibles, otras veces como García Lorca, que se pasa la vida chupando pollas a imbéciles que se creen dioses dentro de paredes de cristal, otras veces soy una rata de alcantarilla que escribe a altas horas de la madrugada y pocas veces me siento como Karl Loconi.

—Estás loco —dijo ella.

—Conoces a alguien que no lo esté —después de esto hubo un silencio prolongado.

— ¿Y tú quién eres?

—Soy Cindy —Cindy pensó, él no conocía a ninguna Cindy o al menos no lo recordaba en ese momento.

—No te conozco —dijo con voz firme.

—Bueno, no nos conocemos, vivo en el edificio del otro lado de la calle, –Karl se acercó a la ventana, miró hacia el edificio de enfrente y observo una pequeña sombra escondida detrás las persianas –estaba mirando la lluvia y de pronto te vi subir a tu ventana, quería saber qué pensabas hacer.

—Estaba a punto de suicidarme.

—¡A punto de suicidarte!

—Sí, pienso saltar por la ventana.

—Karl, no creo que sea la mejor opción.

—Ya lo sé, solo que no conozco otra forma de hacerlo.

—No me refiero a la forma, hablo que el suicidio no es la respuesta a los problemas, piensa en el terrible sufrimiento que le causaras a tu familia.

—No tengo familia.

—¿Debes tener alguna mascota?

—Tampoco tengo mascotas

—¿Debes tener algo que te importe?

—Me importan las plantas y los animales.

—Entonces vive para que los cuides.

—Ya lo intente, pero todo lo que me importa termina por desaparecer, he llegado a comprender que la mejor forma de vivir la vida es aferrarse al presente y no crear esperanzas para el futuro

—¿Y el pasado?

—Dale bienvenida y déjalo saltar por la ventana —Cindy sonrió, se escuchó una pequeña risa a través del teléfono, que Karl no comprendió, aquel tipo estaba completamente loco, pero de alguna manera le agradaba.

—Karl… porque mejor no vienes a mi departamento y seguimos conversando, tengo varias botellas de cerveza en el refrigerador, te parece si bebemos un poco y después te suicidas.

—Está bien —Karl colgó el teléfono, cerró la ventana, bajó las persianas, agarró un paraguas y se dispuso en ir a casa de Cindy, había sido salvado por una mujer, las cosas comenzaban a ir bien.

Etiquetas: relato corto

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