Hazlar, la Comarca escondida. (Primera parte)

Hazlar, la Comarca escondida. (Primera parte)

 Hazlar, la Comarca Escondida

Primera parte

_¿Sí, abuela Fela?

_Así es Will, todo lo que te he contado es cierto, si no creyéramos en un mundo de personajes fantásticos, e historias inverosímiles, sería muy diferente la vida y correríamos un grave peligro.

_¿Un grave peligro abuela?- Interrumpió Will asombrado.

_Me temo que sí Willowwind, seríamos condenados, y a partir de ese momento, nos faltarían para siempre, los cuentos de antes de dormir, las leyendas sorprendentes que se guardan  en los libros, y muchas historias que están aún por venir. Se marcharían a otros confines del  Universo, por un camino que nadie conoce, en la hilera más triste y silenciosa que haya existido nunca. Es un secreto muy bien guardado, el lugar  donde se irán, nunca se podrá conocer.

 Terminada su respuesta, se lo llevó a su habitación, quería contarle una historia, y que no la interrumpieran mientras la relataba. Había decidido que fuera ese día el que le contaría a su nieto todo lo acontecido en Hazlar para que la fantasía no lo abandonara nunca. Una vez allí, encendió  a su querida  Agripina, su vieja lámpara, sabia como ninguna, con aquella gracia que tenía de saber,  qué luz era la apropiada en cada uno de los pasajes de lo que se iba contando. Dejó la lámpara, y fue hasta la ventana, donde tenía unos folios escritos, por ambas caras. Parecían  pergaminos  que se desmoronarían en cualquier momento, tan frágil era su aspecto. Pero nada de eso sucedió.  Por fin  fue hasta su butaca Adelfa, que ya estaba nerviosa viendo que Felicia no acababa de sentarse. Una vez allí la acomodó todo lo mejor que pudo, sabiendo que estaría sobre ella mucho tiempo.  Una manta que aún no tenía nombre, por llevar muy pocos días en casa, abrigó sus cansadas piernas, mientras su taza Doriana, que siempre estaba atenta a que no se derramara ni una sola gota, rozó con el suave borde de su porcelana los labios de Fela, que quedó embriagada con el elixir «del no olvidar ningún detalle» que había guardado para ella. Una vez bebido el elixir, estuvo tentada a dejar la  taza suspendida en el aire, mas Gertrudis, la mesa de noche,   le recordó que esa magia  ya estaba muy vista, por lo que    optó por ponerla sobre la misma Gertrudis, que se la mantenía tibia como a ella le gustaba. Un momento antes de empezar, Adelfa se acercó un poco más a la chimenea,  el pequeño Will se acurrucó en la alfombra, que dormía aún, ah¡,  y su perra canela, se recostó sobre sus pies. Entonces una vez que estuvieron todos acomodados en sus respectivos sitios,  comenzó a contarle a Will, la increíble historia de Hazar, la Comarca Escondida, sin que se le olvidara ni un solo detalle:

«… Este cuento llegó del Eterno Reino de las Leyendas-, dijo la abuela Felicia y prosiguió- allí donde todo el que tenga boca ha de contar, al menos, una historia de Hadas, Duendes, Brujas, Genios buenos, Ogros y hasta de princesas que no se casaron nunca con un sapo. Este es el cuento de las abuelas mágicas, aunque a decir verdad, eso no es nada raro Will, todas las personas mayores lo somos. Esto que te contaré hoy, lo contarás a tus nietos, o a tus sobrinos, o  a cualquier niño y niñas que conozcas.  Mi abuela me lo contó a mí, y a ella la suya, y así muchísimos abuelos lo contaron a sus nietos, y a sus amigos, hasta empezar en la primera que fue quien lo vivió, y comenzó seguramente así …

_ Esta aventura sucedió en los tiempos de cuando las calles de algunas ciudades parecían puzzles por   los adoquines negros y resbaladizos que lucían;  por encima, pasaban las ruedas de los carruajes chirriando a todo pulmón y buscando un lugar entre el bullicio de niños correteando y vendedores ambulantes que invitaban a la compra…. Ah¡ y de cuando la llegada del tren con su larga cabellera de vapor eran los días de ponerse la ropa de los domingos también …, y que más, …, y de cuando los cometas eran los reyes de las alturas y los únicos que podían ver los secretos que guardan algunas personas misteriosas. En esos tiempos, vivía un niño de nombre largo e impronunciable al que todos llamaban simplemente Will.

_¿Igual que yo abuela?

_Así es Willowwind, pura casualidad, aunque el niño del cuento tenía una w más: Willowwwind_ y continuó.

Will para los diez años que tenía era uno de los niños más altos de la escuela comparado con los de su edad. Su cara repleta de pecas, le daban un toque de granujilla que en nada se parecía a la realidad. Vivía en una modesta casa, con sus padres, su abuela y su perra Lucy, una labradora que tenía la cara más dulce del mundo perruno. Su casa estaba muy cerca de un precioso parque donde crecían enormes árboles que brindaban en las tardes calurosas, fresca sombra y quietud infinita que invitaban al sosiego y a la fantasía. Allí iban Will y su abuela cada día a sacar de paseo a su perra Lucy.

Mientras jugaban el antiguo juego del perro y la pelota, la abuela Fela se sentaba siempre en el mismo banco de tablones oscuros y carcomidos por el sol y la lluvia, y allí entre el bordar un pañuelo y quedarse ensimismada, cuidaba de Will y Lucy. Después de quedar extenuados el niño y la perra, se tumbaban cerca de un arroyo, en la suave hierba y allí comenzaba Will a contarle a Lucy increíbles historias de duendes, ogros y princesas encantadas, y créeme, Lucy se quedaba en silencio escuchando las historias contadas por el niño con la boca cerrada, sin ladrar ni una sola vez. Cuando ya se ponía el sol y la abuela Fela a penas podía ver el  pañuelo que tejía, los llamaba y regresaban con pasos cortos a la casa del jardín.

-¿Estabas contando tus cuentos a Lucy?

-Sí abuela, solo tú y Lucy quieren oírlos,  los demás me parece que no gustan de estas historias.  

-Que muchacho este.

Y era cierto, las historias fantásticas que iba contando a sus amigos y amigas, provocaban en innumerables ocasiones risas y burlas que habían convertido a Will en un niño solitario e incomprendido.

Pues bien, esa mañana había poco frío, despertó más temprano que otros días. Sin hacer apenas ruido,  para que su abuela no se despertara, sacó a Lucy de paseo al parque.  Su abuela le había dicho esa noche, que estaba muy cansada que hiciera un paseo corto con Lucy  y que por la tarde harían  un paseo más largo en compensación. 

 Llegaron sin ningún problema. Lucy era muy disciplinada.  El viento se arrastraba lentamente por el suelo y con su voz suave iba avisando a las hojas caídas  que era la hora de arremolinarse y bailar sus danzas preferidas, al menos eso era lo que decía Will. El parque estaba desierto, aún no había nadie.

Como los dos caminaban en silencio, entraron al parque como de costumbre, “hay que entrar, sin hacer ruido, a la magia no le gusta mostrarse, hay que sorprenderla”, decía siempre su abuela. Will y Lucy le obedecían, Will permanecía callado y Lucy, con aquellas patas gruesas y acorchadas, sólo emitía un tímido murmullo apenas imperceptible. 

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Y como de costumbre comenzó Will a contarle a Lucy, dando rienda suelta a sus fantasías, que desde hace muchos, muchos años, habitaban en el parque, unos seres pequeñitos, que en las noches, sobre todo, cuando ya todos dormían, salían de sus escondrijos a reparar y organizar todo lo organizable y reparable en que había quedado el parque donde vivían. “Sí”, decía Will, “estoy seguro, Lucy, que cada parque tiene sus propios guardianes”.

Pero lo que ni Will mismo esperaba era lo que iba a suceder en unos segundos, allí delante de las narices de Lucy y Will el mundo fantástico que creían existiera en su imaginación, estaba delante de ambos. No fueron los únicos sorprendidos, aquellos pequeños hombrecitos y mujercitas, también quedaron boquiabiertos cuando se vieron descubiertos. Lo primero que hicieron, claro, fue salir corriendo, hacía los agujeros bien disimulados que sólo ellos conocían. Corrían en todas direcciones, el parque estaba lleno de minúsculas aberturas muy bien disimuladas en cada árbol, e incluso hasta en las mismas patas de los bancos del parque.

Will no supo que hacer, sentía mucho haber organizado aquella estampida, no había sido su intención, porque nunca pensó que sus fantasías fueran a tener cabida en el mundo real. Lo primero que hizo fue sujetar a Lucy que con curiosidad pretendía ir detrás de aquellas pequeñas figuritas que habían desaparecido a penas en unos segundos.

Will tranquilizó a Lucy y se fue a su casa dudando de lo que había visto. Lucy miraba hacia atrás una y otra vez tirando de la cuerda. Ya en casa no habló de lo sucedido a nadie. Demasiado sabía que no le creerían, hasta él mismo dudaba de lo que había visto. Se marchó a la escuela y esperó pacientemente que pasara el día. A la mañana siguiente se levantó más temprano que nunca, le puso la cuerda a Lucy en el cuello y emprendieron el camino al parque. Llegó sigilosamente, pero ni una hoja se movió. Dirigió sus pasos al agujero donde había visto que habían entrado algunos de aquellos duendecillos o lo que fueran, se tumbó en el suelo y les habló de una manera suave y con voz muy baja para no sonar como un trueno a sus diminutas orejillas. Y aconteció que al tratar de introducir un dedo dentro de aquel agujero, su dedo se hizo tan pequeño que pensó que lo había perdido, retiró rápidamente la mano y su dedo volvió a ser el de siempre. Volvió a intentarlo y sucedió otra vez lo mismo. Cada vez que introducía alguna parte de su cuerpo este empequeñecía en un santiamén. No lo pensó más, fue metiendo un brazo primero, la cabeza después, y así en unos segundos estaba completamente dentro de aquel agujero mágico haciéndose tan pequeñito como aquellos duendecillos que había visto la mañana anterior.

Fuera, Lucy ladraba desesperada, con sus patas trataba de abrir el agujero, pero con Lucy no funcionaba la magia. Will veía sus enormes patas y las uñas como sables que agrandaban la entrada levantando un sin fin de piedrecitas. Will gritaba que se calmara pero Lucy seguía una y otra vez en su empeño de acompañarlo. Después de un largo tiempo escavando, Lucy se detuvo y no volvió a sentir nada más.  

– Ya estoy dentro, no sé qué hacer, tal vez andar hasta encontrarme con esos duendecillos -. Pensar y ocurrir fue la misma cosa. Al instante se vio rodeado de cuatro hombrecillos que tendieron su mano, al tiempo que le decían:

-Bienvenido a Hazlar. -Dijo uno de ellos.

-Quiero que sepas , -continuó-, que una vez que haz entrado no podrás volver a salir.

-Es la única manera de conservar el secreto, -apuntó otro.

Will quedó mudo, no sabía que decir, mas no hizo ni preguntó nada, aunque las palabras se atragantaban en su garganta.

-Hace mucho, mucho, tiempo que sabíamos que se cumpliría la profecía un día como hoy. A pesar que lo esperábamos, Lucy nos asustó.

_ Es mi perra labradora, es muy buena,_ se atrevió a decir._Y continúo   

– ¿Y cuál es esa profecía? _ Se atrevió a decir Will.

– El gigante que aparezca con el monstruo Lucy será el que nos traerá la paz y la felicidad._ Dijo el que aprecie jefe. 

– Es que todo ha sido una casualidad- balbuceó Will.

-Hace mucho tiempo que estamos observándote, pero como vosotros los gigantes sólo reparáis en las cosas grandes y evidentes, no os dais cuenta las miles de señales que suceden unas detrás de otras, avisando de montones de cosas buenas y malas que ocurren a vuestro alrededor. ¿Recuerdas aquella gotas que cayeron en tu frente la semana anterior sin que lloviera? Pues te avisábamos de que no fueras por ese camino con Lucy, Sombrío estaba acechando y quería confundir tu paseo para que no llegaras a nosotros. Pero las profecías son las profecías. Una vez pronunciadas se cumplirán pese a todo.

El hombrecillo sujetando suavemente las manos de Will, le miró sonriente y quitó el miedo que éste tenía reflejado en su rostro y en su corazón.

-Lo hemos aprendido de vosotros, habéis olvidado mucha magia que os pertenece.- Y dando la espalda a Will miró al grupo diciendo:

– Nos pondremos en marcha, se está acercando la noche más negra, hoy no habrá ni luna ni estrellas, por lo que tendremos que cuidar las dálilas que están brillando y tal vez a punto de nacer.

Will miró hacia arriba asombrado, cinco pequeñitos soles que alumbraban aquel extraño y hermoso lugar se fueron hundiendo en el horizonte cual brillante collar de luces. Ya lo que era una cueva se convirtió en un enorme bosque con plantas que nunca había visto antes. Extraños animales se asomaban al sendero y lo miraban con desconfianza.

– Cada vez que se extingue un animal o planta en la tierra de los gigantes, vienen a nosotros para que guardados y cuidados no desaparezcan nunca más. Cuando llegue el gran día, según se cuenta, saldremos de Hazlar y les devolveremos a los lugares donde habitaron. Pero date prisa nos espera mucho trabajo esta noche. Ya habrá tiempo de contestar todas tus preguntas. Ahora sólo confía, ¿tienes ese don?

Will no contestó y siguió al grupo.

Habían multitudes de senderos que se cruzaban cual tela de araña en el verde camino. Los había estrechos donde sólo cabía un solo hombrecillo y los había anchos como carreteras. Después de un rato caminando se detuvieron, olfatearon el aire, aguzaron los oídos estirando y moviendo en varias direcciones sus orejillas puntiagudas, para finalmente, después de comprobar que no los seguían, adentrase por un camino estrecho que entraba por debajo de un bosque de hierbas gigantes, con hojas de diferentes tonalidades de verdes.

-Este camino es secreto, conduce a la Gran Colmena, único lugar donde crecen las hadas. Son nuestras mejores aliadas para luchar contra Sombrío. Está siendo muy difícil que nazca una sola, desde hace mucho tiempo no completan su estadío y no sabemos lo que pasa. Úntate en la cabeza, orejas y párpados este polvo dorado, ésto nos hará más seguros.

Will se echó el polvillo y continuó preguntándose qué era lo que pasaba.

– Hay una flor gigante a la que le llamamos Flor de Espejos. Nace un día inesperadamente, sale de la tierra con sus pétalos brillantes, mira hacia el cielo, y busca las semillas de hadas que en forma de estrella fugaz caerá con suerte en el mismo centro de la flor de espejos.  Allí dormirá mil días con sus mil noches, una vez transcurrido ese tiempo, la recogemos, justo antes de que la flor de espejos desaparezca, la traemos a la gran Colmena y la colocamos para que en unos días se forme una Dalila. 

– ¿Una Dalila?- Preguntó Will.

– Sí, esa bolsita brillante que están suspendidas en la colmena.  Ahí  permanecerán 100 años hasta que puedan nacer.

– ¿Tanto tiempo?

– Sí Will, es mucha la magia que tienen que aprender esas pequeñas Hadas.
De pronto detuvieron su marcha frente a un enorme árbol que le recordaba a un olmo, con un imponente tronco y de donde pendían numerosas Dálilas, cada una brillaba con diferentes colores. Unas eran azules, otras blancas, otras verdes, sólo una era dorada.

-¿Por qué hay una sola Dalila dorada?

– Es que esa dorada, si completa su estadio, será la Reina de las Hadas, no tiene explicación el por qué, sólo sabemos que nace una cada cientos de años y que a nosotros nos ha tocado cuidar de ésta. Es muy importante que las Hadas tengan una reina. Son muy sabias, tienen el conocimiento del Universo y la infinita Bondad, son las encargadas de repartir los dones que tendrán que administrar las otras hadas, y esos dones se otorgarán según los colores con los que nazcan sus alas.

– Es increíble todo lo que tenéis aquí en este mundo.

– Así es. Una vez, hace mucho tiempo, compartíamos nuestros conocimientos con vosotros, pero el mundo a dejado de creer en la magia, pensáis que con lo que sabéis podréis explicar todo lo que pasa a vuestro alrededor, y desconocen y desprecian al Gran Misterio; pero en fin, debemos de trabajar rápido, no conviene que descubran nuestra presencia en este lugar. Éste es nuestro secreto más importante.

De repente, comenzó la tierra y las plantas a llenarse de colores brillantes, multitudes de pequeñas muchachitas aladas aparecieron moviéndose sobre sus piernas con una rapidez increíble.

Cada una de un color diferente. Las hadas azules atrapaban a algunos duendes acercándolos en un vuelo suave hacia las Dádilas suspendidas en las ramas, éstos acariciaban las bolsas donde estaban prendidas. Las hadas verdes se ocupaban de batir las alas alrededor de las dádilas, otras en cambio, de alas blanquísimas, sacaban un finísimo tubo donde hacían llegar al interior de la bolsa un líquido transparente.

-Imagino que no entiendas nada de lo que está pasando: vez las que baten sus alas verdes, llenan de esperanza a la crisálida. Las blancas alimentan sus fantasías con néctar de 100 flores diferentes, y las hadas de alas azules, las llenan de confianza y entereza.

Todo transcurría en el más absoluto silencio. Una vez terminada la faena, las hadas azules dejaron a los duendecillos en el suelo, las verdes dejaron de ventilar las brillantes bolsitas y las hadas blancas enroscaron su finísimo tubito hasta hacerlo desaparecer, y se marcharon como vinieron, aunque dejando una bolsa de un finísimo polvo dorado. No volaban, sería muy llamativo, sino que corrían velozmente sobre sus finas piernecitas perdiéndose rápidamente por el verde sendero.

– Un día más, no nos han descubierto, hay muchos que querrían saber de este lugar.

– Pero no creo que sea muy difícil.- Dijo Will.

– Sí que lo es, hasta dentro de un tiempo largo no serás visible mas que a nosotros mismos. Ese polvillo dorado que te he dado al entrar a este lugar te hace invisible a los ojos de nuestros enemigos, te hace más despierto, agudiza tu vista y afina tus oídos. También las hadas toman sus precauciones, regresan por debajo de las hojas de estas hierbas, así disimulan con el brillo de éstas su propia luz, aunque no les gusta mucho andar sobre sus pies, no queda otra en bien de la seguridad de las Dádilas, que llegar e irse andando.

Continuaron el intrincado sendero hasta que salieron a un camino amplio que los llevaría a la Comarca. Will no quiso preguntar más, confió en que Ruan, que así se llamaba el que parecía el jefe del grupo, le contara todo de lo que fuera menester saber.

Pensó en su familia, pero el enorme deseo de aventuras, de conocer lo que imaginaba, el descubrir el mundo mágico que habitaba bajo sus pies, impedían la vuelta atrás.

De repente se detuvieron frente a un enorme árbol, algo así como una secuoya gigantesca.

Ruan dio dos golpes fuertes en el suelo con sus botas puntiagudas y montones de pequeñas puertas se abrieron a todo lo ancho del tronco. Will no salía de su asombro. De cada puertecilla salía un cálido chorro de luz. Entraron ordenadamente. La primera fila era la única que miraba el árbol, una vez entraron, los que le seguían que estaban de espaldas, se dieron la vuelta y penetraron a su vez; era una ingeniosa manera de estar en guardia. Los últimos eran un pequeño grupo en los que se encontraba Ruan y Will.

Al fin llegó el momento de entrar. Ruan volvió a dar los dos golpes en el suelo en cuanto estuvieron dentro del árbol.

– Apresúrate que sólo tenemos unos minutos.

Will saltó como pudo y se encontró con otra sorpresa. El árbol, al que llamaban sencillamente La Casa, era prácticamente hueco. Los duendes se movían como hormigas, desafiando la gravedad, se les veía subir por las paredes sin dificultad, y con la velocidad que precisaba la acción que pretendían hacer. Ruan que parecía leer mis pensamientos me dijo: te llevaré a tu Morada.

– ¿Qué es eso de Morada?

– Así llamamos nosotros al espacio en que vivirás por un tiempo.

– ¿Por un tiempo?

– Si por un tiempo, nos mudamos cada 5 años, cambiamos de Morada, eso nos ha enseñado a mantenerlas en óptimas condiciones para el que venga a vivirla. Fue una costumbre heredada de nuestros antepasados, evitó las reclamaciones de Fayers que se creían en desventajas con los demás: “éste sitio es más lejos que los otros”, o, “mi Morada tiene peor situación”.

Ruan se detuvo frente a una empinada rama. Miró la asombrada cara de Will y dijo:

– Inténtalo, ya verás que podrás hacer lo que hacemos todos. Una vez entras en este sitio, La Casa te obsequia con un sin fin de cualidades que no tenías y otras que tienes pero que desconoces.

Así lo hizo, y se vio correteando por las paredes verticales, saltar grandes distancias, andar con la cabeza hacia abajo, incluso dejándose caer junto a Ruan de una gran altura sin hacerse ningún daño.

– Ya es hora de que te retires a descansar, la mañana nos espera. La tuya es esa de ahí, dijo señalando un perfecto agujero que al acercarse se transformó en una peculiar puerta sin aberturas para la llaves.

– La puerta sólo te abrirá a ti o a los que quieras, además, puedes cambiar su forma con sólo pensarlo y desearlo, yo te puse la que más abunda en la zona que te ha tocado vivir. Dentro tendrás todo lo que necesitas.

– ¿Incluso comida? Tengo mucha hambre.

– Incluso comida, sólo tienes que pedir a la mesa lo que desees y la mesa te servirá los alimentos más ricos y deliciosos que jamás hayas degustado. Hasta mañana Will. Yo te vendré a buscar.

– Hasta mañana Ruan.

Se alejó unas cuantas ramas al oeste. Saltaba a gran velocidad, llevando con cuidado el pequeño saco que las hadas le habían dado antes de marcharse.

Una vez dentro observó con curiosidad. La primera estancia estaba casi vacía, disponía sólo de una especie de gavetero de tres cajones, Will se acercó y abrió el primero.

– ¿Qué deseas de mi?, dijo la gaveta con una voz crujiente.

Will turbado pensó y respondió:

– Quiero la foto de mi familia que tengo en mi habitación.

Y en un pis pas, en su mano apareció un pequeño cuadro, enmarcado donde vio las caras de su padre, su madre y su abuela.

– ¿Algo más Will?

– No gracias, estoy bien.

Y el cajoncillo se cerró con un chasquido. Will miró las otras dos, pero pensó que ya era suficiente por ese día.

 Se acercó a la mesa, allí habían unos panecillos y zumos, comió y bebió ávidamente. Una vez saciado, se dirigió a lo que pensaba que era el cuarto donde dormiría. En efecto, allí había una vieja cama, pequeña y de madera. Puso el cuadro en una pequeña mesa que había a su lado, quitó la manta, se introdujo en ella, e inmediatamente comenzó a escuchar una voz que decía: 


“Hubo una vez, hace mucho, mucho tiempo, en cierto reino, un mercader muy rico que comerciaba con piedras preciosas traídas de los confines de los reinos de oriente, casi todas vendidas por el mismísimo nieto de Aladino según se decía. Tenía una hija en edad de casarse que todos admiraban por su exquisita belleza y sabiduría y que el Rey guardaba como una joya de inestimable valor…” Primero se asustó, pero luego se quedó escuchando aquella historia que hablaba de la envidia y la bondad, del amor y la perseverancia. Y por mucho que quiso seguir escuchándola el sueño fue más fuerte y sus ojos se fueron cerrando hasta quedar profundamente dormido. La manta arropó su cuerpecito, sonó un cálido beso en su mejilla a la vez que una suave voz le decía, “buenas noches Will, descansa, confía, sueña, mañana sabrás que hacer”. Y así quedó profundamente dormido, y en su cara se dibujó una leve sonrisa.

No supo qué tiempo había pasado cuando un rayo azul entró por una ranura de la ventana, abrió los ojos mientras la voz del cuento decía: ”y vivieron tanto tiempo e hicieron tanto bien que mil años después, todavía cuando se cuenta esta historia, se humedecen los ojos de todo el que la escucha”.

Buscó con la mirada por donde salía la voz y no encontró nada que la escondiera.

Se levantó y abrió de par en par las dos puertas que cerraban dicha ventana. En el cielo brillaban los cinco solecillos, cada uno con un tono diferente. Allí parecía que cada cosa se pintaba con diferentes colores, y Will pensó que sería por alguna razón que aún no había desvelado.

Después de prepararse y asearse, se acercó a la mesa. Allí estaban las más exquisitas frutas que jamás había visto, eran dulces y jugosas, también pasteles, leche, queso, en fin, todo lo que se podía desear para un buen desayuno. Ya saceado quiso tomar otro pastelillo cuando la mesa dijo con voz persuasiva. 

-“Ya es suficiente Will.» 

Y era verdad, estaba bien con lo que había comido. Entonces, limpió su boca. Hizo su cama y guardó el resto de comida que había quedado. 

– Adiós, hasta la vista Mesa.

– Adios Will, Ruan te espera abajo, que tengas un provechoso día que y aprendas muchas cosas”.

– Gracias Mesa.

Se abrochó sus botas y asomó la cabeza por la puerta. Abajo Ruan le decía: “Date prisa nos espera un agitado día Willowwwind, ¿no es ese tu nombre? ”.

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