Ni verdad ni mentira

Hace ya dos años que aprendí a escribir y a leer y me acabé toda la Cartilla. El año pasado hicimos el libro del Mono (el que tiene un mono en la tapa) y este año ya tenemos el Segundo Libro de Lectura.  

La señorita María nos hace aprender versos de memoria. Aquel que empieza: A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron que por golosas murieron presas de patas en él ya me lo sé todo.

Dos mil moscas son: Muchiiiísimas. Un día cuando estaba en el patio empecé a contar y llegué hasta 573 sin equivocarme, que es mucho y aún no había llegado ni a mil, pero tuve que parar porque se había acabado el recreo. Pueees…, ¡2.000 moscas son muuuchos recreos!

Anita, mi hermana mayor, va a la clase de las mayores y también le hacen aprender versos de memoria. Ahora todo el día va repitiendo uno que de tanto oírlo yo también me lo sé: En este mundo traidor nada es verdad ni mentira todo es según el color del cristal con que se mira.

Se para un poco y después toma aire y dice con voz más fuerte y sin respirar: donramondecampoamor (que no sé qué quiere decir, y acaba como traidor, que tampoco sé qué es).

Lo que sí sé qué quiere decir es verdad y mentira, porque antes no lo sabía pero un día dije una mentira y mamá me lo explicó.

Yo había empezado a estudiar piano en el colegio y me gustaba mucho la forma de la clave de sol pero me costaba dibujarla y siempre iba probando a ver si me salía. Un día que lo probé en la pared del baño me salió muy bien pero se parecía un poco a la jota mayúscula y luego le añadí unas letras más y entonces decía Josep. El nombre de mi hermano.

Pero el cuarto de baño era nuevo y las paredes acababan de pintarlas. Cuando mamá lo vio, de momento se enfadó un poco y me riñó. ¡Qué has hecho! Y yo le dije: Yo no he sido. Yo esta jota no la sé hacer. Habrá sido Josep.

Josep es el mayor de todos. Tiene seis años más que yo. Por eso pensé que me había salido tan bien que la habría podido hacer él, aquella clave de sol tan preciosa.

Entonces me pareció que mamá se aguantaba la risa y me dijo que aquello era una mentira, una cosa que no era verdad. Que verdad era lo que pasaba o se hacía de veras y que siempre tenía que decir la verdad. Y que si me gustaba dibujar y escribir, que les pidiera una pizarra a los Reyes Magos.

Pero eso de «el color del cristal con que se mira», que hace desaparecer las mentiras, me gusta más. Y en la carta a los Reyes de Oriente les he pedido tantas gafas como colores de cristal haya.

Sus Majestades siempre me traen lo que les pido, pero esta vez no ha sido así (quizá porque había dicho una mentira) y en lugar de las gafas me han dejado una pizarra con tizas de colores y también una caja con lápices de colores.

Mamá me ha dicho que con las tizas puedo dibujar y pintar en la pizarra y que con los lápices también puedo escribir cosas que me invente con el color que más me guste. Y los colores que más me gustan son los del arco iris, que también me los sé de memoria: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y violado. A este me gusta más llamarlo violeta.


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Hoy, ordenando el altillo, en un rincón he encontrado una cajita de madera, con un candado pequeño y un llavín sujetos con una cinta rosa. La recordaba vagamente de cuando mi hija era pequeña. Era la que usaba, según decía, para «guardar sus tesoros».

Picada por la curiosidad, la he abierto. Contenía unas hojas manuscritas, con su letra infantil: el texto que he reproducido aquí, algunos dibujos y un montón de cuentos como estos, escritos con diferentes colores.

Después de leerlos, me he quedado pensativa… Cuentos de colores con lápices «de los Reyes de Oriente»… Y he llegado a una conclusión: que entre la verdad y la mentira están la imaginación y la fantasía.

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Mi madre sacó del olvido estos papeles cuando publiqué mi primer texto. Y con ellos regresé a mi infancia, a la ilusión, con mi hermano y mis hermanas, de antiguas fiestas tradicionales que tanto potenciaron nuestros padres. Como también el amor por las lecturas que me hablaban de tiempos lejanos y de países desconocidos donde sucedían cosas maravillosas, y el gusto por la historia y el arte, todas las artes. ¡Con qué gratitud los evoco, en este relato que no es verdad ni mentira!

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