Imhotep no fue solo el personaje de la película pochoclera La Momia.
Imhotep fue un arquitecto. ¿Por qué no? Según dicen, el primero.
Podríamos suponer, tal vez, que por ser el primero, sus búsquedas formales eran rudimentarias, por eso menos sofisticadas. Lejos de eso. Antiguo no implica menos refinado, fue la obra de Imhotep y la de toda su cultura, la que definió el ser arquitecto.
¿Por qué?
En primer lugar los primeros europeos en fascinarse con la cultura egipcia, más que nada por su colosal magnificencia, fueron los franceses durante la invasión a Egipto en la era napoleónica.
Por supuesto, creyeron ser los descubridores de toda una cultura antigua, no por esa percepción menos viva.
Este “rescate arqueológico” influyó de forma definitiva en la formación de una naciente academia del lado de Occidente [École des Beaux-Arts]. Por supuesto, cargada de las complexiones culturales de una sociedad “civilizada”, que llega hasta nosotrxs al tiempo y espacio latinoamericano por procesos de colonización cultural e intelectual.
Cuando visité el sitio de Saqqara en octubre del 2018 y entré al pasillo de piedra de Djoser, había sido recientemente publicado el Pabellón Argentino en Venecia, [VERTIGO HORIZONTAL] curado por Javier Mendiondo, Pablo Anzilutti, Francisco Garrido y Federico Cairoli, y mi cabeza no pudo dejar de hacer referencia visual con lo que estaba viendo: un truco de magia dejado por Imhotep desde el 3600 a.C. El desierto estaba siendo proyectado en el interior de las paredes de piedra pulida en el pasillo en penumbra. En simultáneo, a exactamente 4313km de allí, el horizonte argentino estaba siendo reflejado en espejos, tan lejos de casa.
Estando ahí pude entender un todo.
Los temas de la arquitectura en 5600 años de historia no habían cambiado.
El cobijo, el resguardo -con esto me refiero a la culturización del cobijo a lo largo de la historia- es uno de lo más claros ejemplos de que como especie en vez de adaptarnos al entorno, el entorno lo adaptamos a nosotrxs. [Hoy el ser conscientes de esa terrible y magnifica facultad, es imprescindible].
Pero lo más fundamental, es la facultad como especie de crear belleza, rodearnos compulsivamente de belleza. El destino que le damos a esa facultad es donde reside el cambio. Lo que culturas como la de los egipcios reservaban celosamente para la vida posterior a la muerte, hoy lo creamos para el ahora, para esta vida. Entonces, no puedo evitar tener como inquietud elemental hoy, como profesión, como productores de belleza ¿Adónde, a quienes, dirigimos esos saberes?
Porque los demás temas y los recursos de la arquitectura para hacerlo, siguen siendo los mismos: La luz y la sombra, la capacidad reflectiva, de opacidad, de los materiales. El contraste. El plano y el contorno en la composición del espacio. El espesor. Su combinación, su disposición.
Todo a favor de los placeres de los sentidos.
La innovación es un falacia, y donde ésta es más evidente es en la revolución tecnólogica.
El ingreso a la Necrópolis de Djose en Saqqara, se realiza por un hueco en un muro de 21 metros de alto. Son 7 pasos de espesor lo que se tarda en llegar del exterior desértico al interior donde desborda la magnitud y la verticalidad.
La compresión, la expansión. El contraste. Mismo recurso.
Azza, guía turística, puedo decir orgullosamente amiga, emocionada, me dice -usted es arquitecta- abre los brazos hacia arriba y me presenta: -El primer aire acondicionado del mundo.
Entendido.
El aire fresco no necesita motor ni electricidad para ser conducido, eso ya lo sabía, pero observar el ingenio de algo tan simple como las horadaciones repetitivas en el intercolumnio y la forma ondular de la piedra en la cubierta, entendí que esa frescura, esa calidad de aire difícilmente pueda provenir de la boca lineal de un aire acondicionado. Un invento paliativo de personas que pensaban resolverlo todo a través de la fuerza motriz, que a partir de la revolución industrial venía a solucionar absolutamente todo. Solo un intento más de complejizar aún más nuestra vida por nuestra propia incapacidad de adaptación.
Pero no. Miles de años más tarde (literalmente) debajo de los Paraguas de Amancio Williams, es el único lugar donde circula aire fresco en la hirviente ciudad de Santa Fé y con un uso diario de costo energético igual a cero. Al igual que el de Imhotep son puro ingenio, pura revolución.
Allí, donde reside la técnica.
Y, la arquitectura.
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