Una cercenada realidad

Una cercenada realidad

Dante Ramos

13/01/2022

Su cuerpo se encontraba exhausto, como en aquellos tiempos donde las batallas eran interminables, recostado ahora sobre su patética cama miraba un techo blanco; miraba por la ventana un cielo plomizo con pequeñas manchas blancas, como estrellas.

Se aventuró a mover un brazo, no sin al mismo tiempo sentir un profundo dolor en su columna parecido al que le había proporcionado una esquirla de artillería en el ´44. Con la respiración acelerada buscó el vaso sobre la mesita casi hecha polvo por polillas inescrupulosas. Alcanzó a acariciarlo con la yema de los dedos; su compañero en el frente le había aplicado una dosis de morfina en el estómago, era todo lo que podía hacer.

Su muñeca izquierda estaba conectada con una aguja que hacía sangrar aquel pinchazo que no sintió en absoluto, estaba casi en coma. A un costado, cuando observó atentamente, se encontraba otro del mecanizado número IV, en vano quiso producir una pregunta que se ahogó en sus labios. Lo miró de reojo, desde los pies hasta la cabeza, pero no pudo reconocerlo, una venda cubría el rostro del agónico cuerpo y unas manchas rojas se dejaban ver sobre la cien derecha del moribundo.

Entabló una conversación consigo, repasando cada uno de los momentos en la playa, el mar teñido de rojo, la arena con pedazos de quién sabe sucumbían ante sus fatigados ojos, del mismo modo que sucumbía su pulso para tomar el vaso de aquella mesa. Se sentía a salvo pensando que el horror había quedado atrás, que las ráfagas de las Thompson no habían podido dañarle, sin embargo no podía levantar su cabeza, un agudo dolor recorría su espina como él mismo había recorrido el sinuoso camino cuando desembarcó en aquella maldita playa.

A lo lejos se escuchaban sirenas, esas mismas que alertan de un bombardeo inminente. Su pulso se aceleró rápidamente, no sabía si era una pesadilla o si realmente estaba a salvo de los proyectiles del enemigo. La frente le quemaba la piel, la fiebre era tan alta que el delirio se mezclaba con la realidad, la que lo mantenía aferrado a su fusil de una manera casi autómata. Se dijo que debía avanzar en zigzag para esquivar la artillería y los encamisados proyectiles que estaban haciendo pedazos a sus compañeros. En un atroz instante producto de su instinto de supervivencia recordó que se había parapetado detrás de un compañero cuyas piernas habían sido mutiladas, el infeliz seguía gritando y en vano un médico se acercó hacia ellos para aliviar el sufrimiento. Rechinando los dientes y con el pulso tembloroso alcanzó por fin el vaso. Bebió un trago corto, todo lo que pudo hacer en aquel momento fue saborear un agua rojiza que le produjo un vómito involuntario, pero al mismo tiempo asqueroso.

Su mente le decía firmemente que se incorpore de inmediato, pero sus piernas parecían no querer responderle. Como si le perteneciesen al infeliz mutilado por un obús de mortero. Trató con todas sus fuerzas de incorporarse, trato de mirar sus piernas que yacían rígidas, tal vez por el miedo, tal vez porque ya no estaban allí.

Por milagro o porque el destino a veces favorece a los más débiles, un médico acudió en su ayuda, se acercó sigilosamente por su flanco izquierdo, le preguntó si se encontraba bien, si sentía dolor. Quiso decirle que la fiebre lo consumía, al mismo tiempo que lo agarraba firmemente del brazo, el casco con aquella cruz le profería cierta seguridad, aunque las sirenas sonasen a lo lejos, aunque pedazos de su compañía estuviesen esparcidos por toda la playa, aquella figura de la cual no quería separarse le infundía un atisbo de esperanza que parecía desvanecerse segundo tras segundo. Pero la realidad es cruel, es una daga que se clava en la garganta y hace que quien confía en que todo es un sueño termine abandonando esa quimera con el gusto amargo de la furiosa realidad.

Cuando por fin pudo reunir las fuerzas suficientes para levantar su cabeza, vio con un profundo asombro que sus piernas estaban a un par de metros de su cuerpo. La cama en la que penosamente se encontraba era un profundo sentimiento de su imaginación que le estaba jugando una horrible pesadilla mental. Aquella muñeca, la que ahora no podía mover según su propia voluntad había sido alcanzada por un proyectil. Estaba cercenada, al igual que su mano, que ahora no permitía agarrar con fuerza aquel fusil que había llevado consigo cuando desembarcó. Atónito ante la realidad que lo sucumbía miró hacia todos lados, recordó como aquellos proyectiles desmembraban a sus compañeros, como poco a poco la cama se iba tornando de un color rojizo al igual que el agua que bañaba la costa. Justo en ese preciso instante en el que todo se confunde por el propio dolor y por el ajeno y mismo sufrimiento, estiró nuevamente la mano para alcanzar una granada que se encontraba sobre la mesa. La llevó a su boca al igual que el vaso, y como si bebiese un largo trago de agua hizo saltar la espoleta. ¿Quién puede afirmar si estuvo realmente en aquella cama del hospital donde se sintió por un instante a salvo?

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS