Junio 06 1978
¿Recuerdas el libro que te regalé? Visité varias librerías esa semana. Pensaba en la forma en que articulas tus palabras procurando encontrar una pista, un rastro, un vago comentario que arrojara luz sobre este cuestionamiento, pero he sabido fallar. Me distraía al imaginar tus labios acompañados de esa mirada coqueta y tras largos debates dirigidos a mí mismo en tercera persona, terminaba avergonzado y derrotado al no poder serle fiel a mi ingenua pretensión de enamorarte. Hacía lo posible por concentrarme, pero con basta dificultad reconstruía fragmentos escuetos de nuestras conversaciones y ahora que lo escribo, pienso en lo absurdo de mi propósito, pues intentar desenfocar tu presencia rescatando exclusivamente el discurso, es como sostener la atención en el fondo difuminado antes que en las vivencias o personajes que encarnan el interés.

Y ahí estaba. El libro reposaba en la estantería y cubierto de polvo se enmarcaba la pasta brillante que lo protegía, parecía desamparado, solitario y pensé en vos. Tú que siempre has odiado la soledad al concebirla como el verdugo cruel que fatiga tus días, has de aceptar a regañadientes que nuestras disputas no han tenido completo sentido, pues entre tardes nubladas y cafés oscuros, lo único real han sido los desencuentros. Tengo que confesar el miedo que me producías (aunque no es necesario) porque las manos temblorosas y la palidez de mi rostro delataban cualquier intento de disimulo.

Yo que nunca aprendí a ser paciente, terminé por tomar el zurriago y latiguearme hasta el presente, pero hoy termina. El tiempo que he dispuesto a fantasear contigo me ha ayudado a reconocer que el amor es el sesgo ridículo ante el cual todos se arrodillan, colocarle diques al narcisismo por el puro placer de ver gozar al otro, es de las sensaciones más intransigentes que pueden habitar en nosotros, y ¿acaso no es ese el sentimiento que nos envuelve? Finalmente, la literatura ha expiado nuestras culpas como si de un delito se tratase y ¿para qué? El dolor que implica desconocerse de los libros nos ha encubierto en un manto indeleble y transparentoso, pretendemos observar la podredumbre de las avenidas y aceras desde la calidez de las letras y abogando por un falso intelectualismo alejamos al resto, a esos leprosos, indecentes, mediocres y fatigosos escombros de una ciudad corroída que es mantenida como la belleza superficial de las grandes élites. Yo que lo he visto con claridad, me río de este intento desesperado por pertenecerte y tras varios meses de profunda desazón, rompo los escritos que te he dedicado. Me niego a entregarte más horas de reflexión y escritura, me niego a recordarte como la dulce mujer que encantó mis días con una sonrisa lustrosa y, ante todo, me niego a recrear un carisma y belleza que nunca que existieron.

Sin fin de preludios han compuesto las rimas que he organizado en tu nombre y en honor a ese cuadro costoso por el que no mostraste interés, te destierro de mis memorias, te obsequio mi más sincera indiferencia y te proclamo como la desgracia de mi año pasado.

Att: Sneyder

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