1.

Los ruidos de la mañana inundaron la habitación helada, incluso antes de que lo hiciera la luz. El hombre abrió los ojos y descubrió, no solo que aún estaba oscuro, sino que los taninos del vino barato de la noche anterior dejaron secuelas en su cabeza. Pensó que un café negro le ayudaría a recuperarse, o tal vez comer algo. Se incorporó y al hacerlo se halló acompañado.

El frío de la mañana acarició la espalda de la mujer, que, de espaldas desnudas al hombre, dormitaba con evidente intranquilidad. El hombre la cobijó de nuevo, mientras se preguntaba quién sería, tratando de olisquearla para reconocerla por su aroma matutino bohemio. Nada.

Se levantó por ese café. Tuvo que prepararlo, porque no había hecho. De todas formas, estaría frío.

—Carlos. — escuchó de tras de sí— Me voy.

Carlos se volvió para ver el rostro de la voz que no reconoció. Nada.

—Hola, buenos días. ¿Quieres café?

—Tengo que irme.

—Tómate un café antes.

—No puedo, me siento algo enferma.

—¿Quieres una soda? Tengo sal de frutas también.

—No me siento bien. — Agregó con una voz temblorosa y enfermiza.

—Sí, ese vino barato tampoco me cayó bien.

—Yo no bebí esa cosa.

—¿No? Bueno… entonces, ¿por qué estás enferma?

—No lo sé. No me siento bien.

Carlos se quedó pensativo, tratando de recordar el nombre de la mujer y por qué decía que no había bebido vino.

—¿Vas a ir al médico? ¿Quieres que te lleve?

—No, gracias. Voy para mi casa. Mi mamá me preparará algo y me sentiré mejor.

—¿Vives con tu mamá?

—No. Anoche te dije que estaba de visita en la ciudad, que discutí con ella y por eso no me quedé allá.

Carlos no recordaba nada de aquello y le pareció una historia delirante.

—No puedo recordar nada de anoche, excepto el vino.

—Eso parece. Eres raro.

—¿Te parece?

—En las pocas horas que llevo de conocerte, sí: eres raro.

“¿Horas?” — se preguntó Carlos, aún más confundido. Por lo menos ahora entendía porque no lograba recordar a la mujer. Por fin decidió dar el salto:

—Disculpa, no es mi intención parecer raro, pero, el vino y la madrugada me tienen ofuscado.

—Me lo puedo imaginar. Me presento de nuevo: Me llamo Elena, sin hache.

—Hola, Elena. No sé cómo terminaste durmiendo aquí, pero, bienvenida.

—La verdad no dormimos. La idea era que me quedara en casa de Sofía, pero, en cambio, llegamos aquí los tres.

—¿Sofía estuvo aquí? ¿Estará en la sala?

—Ella se fue luego de que te dormiste. Estaba cansada. Todos estábamos cansados.

—Acaso por el vino. — agregó satisfecho de sus dotes detectivescas.

—Por el vino y por el sexo.

Carlos trató con todas sus fuerzas de no revelar sus pensamientos con sus gestos, pero, la respuesta de Elena le dejó helado.

—No era la idea, pero, todo estuvo delicioso. El vino no era muy bueno, pero, la comida estaba deliciosa— agregó Elena, impasible, como enumerando baldosines. — El sexo… estoy impresionada. Nunca había estado en un trío.

Carlos ya no pudo sostener más la inquietud, pero, mantuvo la compostura:

—¿Tuvimos sexo con Sofía?

—¿Te extraña? Ambos alardeaban de lo compatibles que eran en la cama.

—¿De veras? No recuerdo haber tenido sexo con Sofía, ni anoche, ni en ningún momento del pasado.

En ese momento, la tetera empezó a hacer su sonido característico. Carlos puso el filtro sobre un pocillo, con el café y empezó a verter lentamente el agua, mientras los dos, hipnotizados por el sonido y el intenso olor se sumergieron cada cual en sus pensamientos.

—Creo que ahora sí te recibiré ese café. ¿Tienes pan?

—Sí, claro. ¿Quieres algo más, huevo, salchichas…?

—Solamente pan, gracias.

Se sentaron los dos a la mesa, en la cocina. Carlos no atinaba a ver a la mujer a la cara. Moviendo la mirada por el resto del espacio, divisó varias cajas de comida china, amontonadas al lado del bote de la basura. Ya había un par de moscas sobrevolando el área, atraídas por el aroma. Al lado había también una cierta cantidad de botellas vacías de vino, cerveza y ron.

—¿Hace cuánto que consumes marihuana? — retomó Elena.

—Varios años ya.—Respondió, volviendo el restro con sorpresa —¿Fumé anoche?

—Todos lo hicimos. Sofía insistió en que no tendría sexo con una mujer sobria.

—Elena, por favor, cuéntame qué pasó anoche.

—Está bien.

2.

El teléfono sonó con tal estridencia, que Sofía no pudo evitar contestarlo de inmediato.

—Sí, con ella. ¿Con quién hablo? Ah, hola. Sí, anoche. Con Carlos, Jorge, Daniela y mi amiga Elena. Te estuvimos esperando la plazoleta Doral hasta las diez y luego nos fuimos para El pony amarillo. Jorge quería ver el partido. Oh, hasta que se acabó el partido. Luego nos fuimos. No, no he hablado con ellos. ¿Por qué lo preguntas? Oh. ¿Ya llamaste a Jorge? Sí, claro, había trabajado todo el día y nos tomamos unas seis cervezas antes de salir; ya debe estar por despertar: no le gusta quedarse en cama pasado el mediodía. Voy a ir a la casa de ella, directamente, para ver que sucedió; en cuanto sepa algo te devolveré la llamada. Adiós.

Ni bien hubo colgado, hizo una llamada. Tardaron en contestar:

—¿Carlos? Hola. Casi no reconozco tu voz. Acabo de hablar con José, el esposo de Daniela. Anoche ella no llegó a la casa. Aún no ha llegado. ¿Sabes de ella? Eso pensé: bebiste demasiado. Pensé que no ibas a ser capaz de cumplir con tu deber anoche. Alístate, que ya salgo para allá. ¿En serio? Increíble: en la misma noche que la conociste. ¿Qué te pareció? Sí, me imagino que ella puede escuchar. Luego hablaremos del tema: ya salgo para allá.

3.

—¿Me prestas la ducha y una toalla, por favor?

—Claro: en el baño, bajo el lavabo están las toallas. Puedes tomar una barra de jabón fresca, si prefieres y en la ducha hay un gorro de baño, si quieres usarlo.

—¿No me vas a restregar la espalda?

—¿Por qué no? Pero, déjame usar el baño primero.

—Está bien. ¿Me prestas el teléfono? No he hablado con José y debe estar preocupado.

—Está descompuesto. Se supone que vendrían a repararlo ayer.

Una hora más tarde, los dos estaban riendo y jugando bajo la ducha, tocándose mutuamente, primero con ternura y luego con brusquedad: ninguno quería reconocer que el atractivo era más que físico. El agua caía sin intermitencias, mientras la pareja se besaba apasionadamente, ignorando todo a su alrededor. Daniela, de figura pequeña, se podía levantar con facilidad y acomodar al gusto del hombre que no dudó en hacerlo para satisfacer la urgencia de los dos. Los gemidos de la mujer y la forma en que le rasguñaba la espalda y le asía los glúteos daban cuenta de que estaba haciendo bien la tarea. Metódico en su profesión, en la cama e incluso en la ducha, sopesaba cada movimiento y cada posición, en función del placer. De pronto, Daniela le detuvo.

—No, por el culo no. No hoy. Ya sabes que me queda la molestia todo el día.

El hombre rió brevemente y volvió a tomar a Daniela, y los dos siguieron gimiendo y disfrutando, mientras el agua seguía cayendo, caliente, sobre sus cuerpos.

4.

—Tocan. Debe ser Sofía. Ya regreso: voy a abrirle.

Carlos bajó corriendo los tres pisos que le separaban de su amiga; bien pudo haber abierto desde el apartamento, usando la cantonera eléctrica, pero, quería hablar a solas con Sofía.

—Hola, ¿se dañó el sistema? —preguntó Sofía, viendo la cara de agitación de Carlos.

—¿Qué pasó anoche?

—Que bebimos y disfrutamos. Muy bien, por cierto: felicitaciones.

—Sofía, es en serio: ¿cómo me dejas con una desconocida?

—Es mi amiga Elena, no es una desconocida. Desde siempre, ha sido abiertamente bisexual y me dijo en el pub que tú le gustabas. Yo sabía que estabas disponible y se me ocurrió todo el plan.

—¿El plan? ¿De qué hablas?

—No me siento cómoda teniendo sexo con una mujer si alguna de las dos está sobria y ese vino tuyo estaba asqueroso, así que los tres fumamos de tu yerba, que estaba tan horrible como el vino. ¿Dónde compras eso?

—Sofía, por favor, en serio.

—Tranquilízate: estuviste regio. —agregó, empujando al hombre que obstaculizaba su entrada. Tras ella, subió Carlos.

En el apartamento, las dos mujeres se saludaron con una sonrisa maliciosa, bajo la mirada de Carlos que no sabía cómo reaccionar.

—¿Te quedó un poco de esa yerba horrible?

—Sí—contestó Carlos, secamente. Mientras buscaba, preguntó sin exaltarse:

—Pensé que íbamos a buscar a Daniela. ¿Sabes dónde está?

—Creo saber, aunque no estoy segura. ¿Puedo servirme café?

—Sí. También hay huevos con salchicha. ¿Dónde está Daniela?

—Gracias. Hum, huele todo muy bien. Veo que te atendieron como es debido, Elena.

—Carlos es muy buen anfitrión. —Contestó la mujer, mientras miraba, lisonjera y libidinosa a Carlos, quien ya preparaba un cigarro, todavía obnubilado.

Se sentaron a la mesa y Sofía empezó a hablar de nuevo:

—Es sábado. ¿Qué vamos a hacer?

—Buscar a Daniela. José está preocupado, ¿no es eso?

—Daniela está en buenas manos. Muy buenas manos: me consta. —Las dos mujeres rieron. Carlos estaba de mal humor. Bebieron café y fumaron todos del mismo cigarro. Sofía se levantó del asiento y se puso frente a Carlos, tomándole el rostro del mentón, con las dos manos.

—¿Podrías dejar de ser gruñón por un momento y aprovechar la visita?

Carlos opuso una dudosa resistencia, pero, se dejó besar por Sofía. La conocía desde hacía años, y solo una vez antes habían tenido sexo, pero, nunca hablaban de ello; no se sentía cómodo incluso, lo negaba. Y ahora, la marihuana le había desinhibido así que se dijo “¿por qué no?”. Sofía, sin dejar de besarlo, se sentó a horcajadas sobre el regazo de Carlos, asiéndole por la nuca. Con los dedos llamó a Elena, quien se levantó de la silla, con la ropa con la que durmió y con la que estaba desde el día anterior y empezó a masajear los hombros de Carlos, quien se sintió en la gloria. Elena besó el cuello de su anfitrión, acercándose a las orejas, que lamió con suavidad, mientras alcanzaba el pecho y la entrepierna de Carlos con las manos, que se encontraron con las de Sofía. En este punto, le quitaron la camisa a Carlos y le hicieron levantar. Como en una coreografía, ambas mujeres se pusieron de rodillas, bajaron el pantalón de Carlos y aplicaron sus labios y lenguas sobre el miembro del hombre, que no atinó a otra cosa que a aplicar presión sobre su rostro con las dos manos. Las dos mujeres cubrieron con sus bocas, toda el área disponible, mientras Carlos trataba de no pensar en otra cosa; tomó el cigarro y siguió fumando mientras sonreía mirando al techo.

Le arrastraron al cuarto y le desvistieron completamente. Ellas hicieron lo propio, mientras se besaban delicadamente, la una a la otra. Carlos no podía creer lo que sus ojos veían. Elena le empujó hacia la cama y se sentó en el rostro de Carlos, quien entendió la tarea encomendada, al tiempo que Sofía se sentaba en su hombría y sin dejar de moverse, besaba y lamía la espalda de Elena. Esta se giró a poco y mientras Carlos seguía siendo el perfecto anfitrión, las mujeres se besaban el cuerpo y acariciaban impacientes sus senos y sus entrepiernas. Los muslos de ambas sudaban y temblaban, sin querer detenerse ni por un momento.

5.

Sofía reía con el café en la mano, escuchando todo lo que Daniela le estaba contando. Hacía un sol intenso, de mediados de verano, cuando llegó Elena. Las tres mujeres estaban satisfechas de lo transcurrido el fin de semana y tomándose de las manos, a la vista de todos en el café, riendo y hablando al tiempo, decidieron que debía repetirse. Con Carlos o con quien fuera, porque, nada las detendría, nada evitaría que disfrutaran de sus cuerpos. Y si ningún hombre cerca, lo era lo suficiente para complacerlas, siempre estarían la una para la otra.

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