Sobre el suelo, descansaba aquel precioso sujetador de encaje negro que hacía poco había escogido para ti.

Mis piernas se podían ver enredadas entre las sábanas blancas y el sol comenzaba a entrar a través de la persiana como deseando iluminar toda la escena.

Una precisa luz sobre mi piel le incitó a buscarme y yo, aún apartada de tanto calor corporal, anhelaba que fueran tus manos las que se deslizaban por mis muslos.

En silencio comencé a pronunciar tu nombre para poder aferrarme a nuestro exquisito recuerdo y así intentar ligar este absurdo acto.

Luego está él, que sabe bien como proporcionar tanta perfección a cada centímetro cuadrado que me roza, sin saber que toda su dulzura y esmero ya no son correspondidos de la misma manera.

El pensamiento me ha vuelto a tentar y volví a abrazar tus recuerdos para pretender saborear una vez más ese trocito de universo que hemos creado juntos.

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