Nina la maravillosa niña.

Nina la maravillosa niña.

Erika Proaño

28/09/2021

Nina, ese era el nombre de la guagua que gozaba de simpatía, aunque los matices -coloridos del rostro de su madre parecían jugar a cambiar de lugar, pero ella lograba que éstos se convirtieran en arcoíris con una sola mirada tan profunda, como la profana mirada de las tierras indomables de su origen, como si en sus ojos se proyectara esa esperanza tan anhelada por todos. Espíritu, eso era lo que Nina tenía, y este bailaba en las nubes. Con los ojos del color de la tierra fértil y sus cachetes rojos como el capulí, no por ser la coloración natural de sus mejillas, más bien, era porque el frío había rozado su suave rostro, y a su causa quedaron así; su trenza siempre iba de lado a lado, como un campo de trigo movido por el viento; su sonrisa, que a pesar de su lucha resplandecía como el “Inti” por las mañanas, que logra dar calor a quien lo busca y aunque cansado por su reaparición, siempre estaba presente. Al parecer, el sol salía cuando ella sonreía o se ocultaba entre las nubes para dormir hasta que ella vuelva a mostrar sus dientes color crema como los granos del choclo tierno.

El primer día, al ver la impetuosidad de sus rodantes ojos en su rostro… allí, escondidos tras las pecas de su tez, fue el mismo día que ella salvó a los míos del ahogamiento en melancolía por el mayor desprendimiento que se ha experimentado jamás; ver partir a tu madre en el primer día del jardín; aquel estado que te hace sentir desnudo de la vergüenza, y estar desprotegidos del velo protector de nuestra seguridad. Yo apenas lograba sentir que el dulce olor de mi madre, quien se iba dejando atrás almas inseguras que empezaban a sentirse en confianza para descansar sobre los reducidos bancos color verde del salón; entonces, su madre decidía irse, dejando a su entusiasmado y asustado hijo, ahogándose como las nubes grises al llover.

La tonalidad de las ventanas tenían gamas azules como el cielo que yacía oculto gracias a un día frio, ebrio de agua, al parecer las nubes habían enfurecido con el vapor; pese a esto, un foco de tonalidad amarillo, dio respuesta a la quietud de la oscuridad. Nina apareció y todo se alteró, ella parecía ser el rayo de luz que alumbraba el salón, sin darse cuenta si quiera, era una luz que al parecer solo yo miraba y que otros ignoraban, más importantes eran las temperas y las figuras pintorescas colgadas en la pared, gusanitos con las vocales y conejitos llenaban el ambiente.

Al acercarse y sentarse a mi delante pude notar el apego que tenía por la sonrisa de luz infinita aún más grande que la suya; su madre, y como ésta sabía calmarla. Nina sonriente le dijo a ella:

  • Dame unas pastillas de sabores… por favor- abrazando el frágil brazo de su madre.

Ella inmediatamente sacó aquellas pastillas dulces de un bolsillo que no alcancé a ver.

  • Comparte- le dijo al verme a mí con los ojos fijados en la golosina, pero aún más deslumbrada por la delicadeza de sus gestos coquetos.

Ella, mi salvadora extendió su brazo y me alcanzó dos pastillas de sabores y apenas los tomé ella volvió a su tímida posición.

  • ¿Me puedes hacer… eso…. con los hilos? -Desesperada por simpatizar conmigo, mientras hacía unas señales en el aire para que su madre la entendiera.

La mamá de Nina algo molesta arrancó varios hilos de su chal, los amarró entre puntas, y ahora, Nina tenía con qué jugar; realizó el truco donde con sus delicados y minúsculos dedos ponía el hilo entre el pulgar y el meñique, a su vez el dedo índice pasaba por el medio dejándose tomar por el hilo y pidiéndome que ponga mi dedo medio de ellos, de repente zafó los hilos de sus dedos índices dejando mi dedo atrapado, pero al ejecutar los mismos movimientos se liberó de nuevo. Sus manos estaban provistas de suavidad como si de lana se tratase. Interpuse de nuevo mi mano para que ella atrapara mi dedo y lo vuelva a desamarrar, con nerviosismo lograba sostener mi mano en el aire, me opuse a omitir sonido alguno mientras percibía la sedosidad de los hilos deslizándose en mi piel y de pronto:

  • Ya me voy, regreso por ti en un rato- dijo la madre con suavidad antes de marcharse.
  • Bueno mami, la bendición.

Con suma serenidad aceptó su partida luego de recibir la señal de la cruz en su frente con las manos, pero ella no sabía que mientras recibía la bendición estaba a punto de experimentar uno de los dolores más desgarradores por primera vez, el desapego de extrañar a su madre, era el momento de llorar, pero de mi pequeña y pálida boca salieron palabras muy relajadas:

  • No llores, ya va a volver. Juguemos- terminé diciéndole, viendo sus húmedos ojos fijados en mí.

Luego de ese día, todo estaba empezando a ir bien, el sol salía cuando sus dulces y pequeñas perlas resplandecían, el viento no se atrevía a despeinarla y al jugar el florón, escondidos en sus pequeñas manos, eran más divertidos aquellos dulces que entregaba, aunque sacrificara parte de su cucayo para que todos tengamos uno. Los días de risas y quietud comenzaron a empeorar. El sol dejó de salir, el viento dejaba de arrullar a Nina y ellos empezaron a llamarla “india”.

El manto protector de su madre no era tan fuerte para darle valor a Nina de escapar de las maliciosas garras de la discriminación, pero más poderoso era el poder de inseguridad que hacían que la pequeña diosa fuera perdiendo su brillo, y los niños crueles fueron aumentando su ego, pero lo que nunca paraba era su constancia de reír y su capacidad de asombro. El miedo era grande y nunca supe qué hacer, y ella tampoco sabía cómo reaccionar, pero, lo que siempre lográbamos, era sonreír en nuestras travesuras y ver como el césped nos llamaba para acostarnos sobre él y contemplar el firmamento; era el único momento de calma que podíamos compartir, el sol de su sonrisa y apenas vela ardiente la mía, pero no por mucho se mantuvo ese desenfoque de la realidad.

Aquel trágico día, no habíamos sino ido a dar una vuelta cuando Nina tenía un coro de crueldad gritando:

  • “ la india”.. “la Nina cochina”… “la Nina sin comida”…

De un jalón lograron zafar la larga trenza de Nina y sus cabellos cayeron casi sin vida sobre su espalda, ella sin ganas simplemente se desplomó y el cielo al no poder ver nada ignoró lo que había pasado, hasta el sol la había abandonado, pero cuando escucho el susurró del viento justo en ese momento, Nina se levantó y el viento ondeó su cabellera, como si de la bandera se tratase, los corazones estaban más agitados de lo normal, pues parecían tambalear contra el pecho y todos tenían las manos sudadas y las miradas clavadas en la pequeña sumisión de Nina, pero pronto se levantó y sosteniendo mi mano pude admirar como sus mejillas detenían sus cristalinas lágrimas, que su sonrisa se iba desvaneciendo y de nuevo, brotando otra vez en sus pestañas se veían húmedas de aquel reflejo de lo triste que se sentía; corríamos. ¿A dónde corríamos? ¿Al lugar de paz, al lugar donde ella reía para sí y para todos? No lo sé, pero aquellos niños habían roto el alma del lastimoso último día de Nina.

El huerto de Paquita, se convirtió en el nuevo refugio y viendo con gracia los girasoles marchitos a falta de su presencia, el cansancio solo dio un toque profundo a la situación y en un largo suspiro rebotamos en el verde pasto y nos echarnos en él. El hacedor de luz y calor parecía brillar más, para ver si Nina se encontraba bien o para intentar ocultarnos el arcoíris circular que estaba a su lado.

  • ¡Qué lindo es!- con asombro percibió, con aquella sonrisa de dientes de leche.

De nuevo la sensación de sosiego respondió al cuerpo de Nina, decía sentirse en paz con sus fieles compañeros, que el sol la calentaba y que el viento le susurraba canciones de arrullo para su calma.

Al final, una dulce y amarga mirada se ensamblaba en el rostro colorido de tonos fríos de su madre, se posó sobre el rostro de la pequeña niña, y se fue con aquellos cortos pasos de la mano de su madre. No había nada que hacer o preguntarse, no había más que callar y respirar hondo.

Días eran fríos y el sol no veía salir, quizá se fue a buscarla en donde ella se había escondido. Entre tanta penuria y la extremada soledad que, un foco de tonalidad amarilla te entrega, rodeada de matices azules y crayones me preguntaba ¿Dónde está Nina?..

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