Comencé a escribir porque el mundo debía saber tu historia.

Comencé a escribir porque el mundo debía saber tu historia.

Me resulta un poco complicado empezar a redactar. Ni siquiera recuerdo tantas palabras como antes, y eso que en secundaria fui la estudiante con mayor léxico de la escuela. Incluso una revista chilena público uno de mis escritos, y gané segundo lugar a nivel nacional con un artículo de investigación que escribí y estuve a punto de no mandar, si no fuera porque tú me diste la confianza que necesitaba tener en mi misma para hacerlo, Gustavo.

Quién diría que gracias a eso me ofrecieron una beca en una buena universidad. No sé que hubiera pasado si tú no me hubieras insistido para mandarlo. Yo realmente creí que apestaba, pero al final no era una escritora tan mala como creí. Y sé que tú tampoco.
Nunca entendí el por qué quemabas todo lo que escribías. Habían poemas que seguramente hubieran tocado miles de corazones, pero amaba ver tu rostro después de que el papel se hiciera cenizas, era como verte renacer, verte feliz, verte con ganas, con energía, sentía que en ese momento eras capaz de comerte al mundo tú solo, por eso nunca te detuve cuando hacías la fusión del fuego con tu arte.

Tal vez estábamos lejos de ser poetas malditos, como Henry. O escribir como Neruda, tampoco podríamos haber llegado a plasmar la realidad como García Márquez, pero algo nos habría de tocar. Tú decías que tus textos servían de algo si impactan una vida. Decidí adoptar ese pensamiento también.
Sin embargo, viejo amigo: las letras se alejaron de mi desde hace ya bastante tiempo.
Mejor dicho, me alejé de ellas. Aunque fueron de gran ayuda para no morir de depresión muchas veces.
Los fonemas y yo teníamos algo así como un pacto: yo los usaba para escupir la mierda que tenía dentro de mi, en hojas de papel. Y ellas obtenían admiración de las personas que llegaban a leerme de vez en cuando. Así éramos felices, pero nada es para siempre, eso es algo que tarde o temprano la vida nos lo deja en claro.

Decidí regresar a Santa Ana, el lugar que me vio nacer y crecer durante 18 años. O sea, prácticamente toda mi vida.
Mis padres se alegraron de verme. Sabían que iba a regresar después de lo que pasó, pero no imaginaron que llegaría un día después de… bueno, ya sabes.
Es extraño escribir como si fuese un maldito diario. Nunca me gustó tener uno, pero siendo sincera; redactar aquí, me hace sentir como si estuviera hablando contigo. Y no puedo evitar dejar caer algunas lágrimas, ¿dónde te habrás metido, tonto?

Es un poco nostálgico regresar al pueblo, ¿sabes? Fue como ver una película en donde las escenas que considero importantes en mi vida, pasaban una tras otra; fue como una obra de teatro, pero en vez de ser el actor, yo era solo una espectadora más.
Mi primer beso, las retas de fútbol con los primos, el café al que íbamos todos los jueves, el bar donde nos vendían cerveza sin ser mayores de edad, ja, ja, ja. Tantos recuerdos que tengo contigo, es imposible no pensar en ti.

Es difícil hacer como si nada pasara. La realidad es que el pueblo ya no es como antes. Tenías razón, las generaciones atrás de nosotros se excedieron aún más y todo esto se fue a la mierda.
Cualquiera se siente poderoso. Y eso que solo son tiradores, vaya mierda. ¿Puedes creerlo? Lo único bueno es que los grandes aún siguen en sus lugares. Aunque parece que eso es algo que no durará mucho.
Sé que nunca quisiste entrar a vender. Decías que era como matarlos. Así que descarté la posibilidad de que hiciste algo y pagaste el precio. Te conozco demasiado, no puedo aceptar la versión que dicen de ti.

No puedo permitir que te ensucien tu nombre de esa manera. Tenias un defecto; todos los seres humanos tienen uno mínimo. Pero el tuyo no te dominaba, de eso estoy completamente segura.

Es difícil escribir así. Pero tengo que hacerlo. Decidí cambiar la forma de redacción, espero no te moleste, amigo mío.
Escribo porque tú ya no puedes hacerlo. Por lo menos, no por un tiempo. Te has vuelto loco, pero sé que eres el mismo Gus del que me enamoré.

Gustavo Angel Flores Rosas. 

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