Cuando la intervención del letrista concluyó
los artistas aplaudieron a su alrededor,
pero secreta era su conquista
hasta que la hermosa dama captó la pista.
Disimulando los ánimos le sostuvo la mirada
y ella un tanto apenada, se disculpó sonrojada,
confundida estaba, desgraciada esperaba,
y aunque la paciencia no compensaba,
de él recibió una bella carta.
Saludos le enviaba y cortante sonaba,
se despedía de ella aun sin saludarla,
ella entendió el mensaje y se reía a carcajadas
pues lo sentenció antes de que él la firmara.
La gente no entendía nada y vergüenza sentían,
pero ellos estaban sin estar en ese encuentro de gallardía,
se retaban con cierta osadía y recelaban de hurtadillas,
pues subversivos eran y odiaban las linguisterias.
Engendrando versos en esa extraña poesía
negaban con los ojos los juicios que les conferían,
pues amargas eran las vistas que en ellos recaían
en el disfrute prudente que les daba valentía.
Incómodo me sentía al ver su despojada alegría
y no podía dejar de compararlos con la belleza de Alejandría,
pues emanaba de ellos una luz facticia
que producía envidia a quienes no la tenían.
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