La doncella a la que nadie podía hacer reír

La doncella a la que nadie podía hacer reír

A. J. Weston

14/09/2021

Este cuento lo escribí hace tiempo, pero no sé por qué no se me había ocurrido compartirlo. 


En un pueblecillo de Alemania, en el que nunca sucedía nada asombroso, vivía una joven doncella, de bello porte, que era considerada la más hermosa del lugar. Pero tenía un defecto, y ese era que nunca reía, ni nadie podía hacerla reír.

Un día la joven doncella fue al bosque a recoger moras silvestres, y mientras muy callada y seria se agachaba sobre la suave capa de pasto que pisaban sus pies descalzos, un joven bien ataviado pasó por allí cabalgando en un brioso pero hermoso corcel. No era cualquier joven, sino un príncipe que recientemente se había convertido en rey. Al ver la hermosísima muchacha, detuvo a su caballo muy bruscamente y en un santiamén cambió sus planes, que en vez de ir en busca de faisanes, iba a averiguar de aquella hermosa joven.

–¡Eh, hola!—le dijo el joven Rey alegremente.

–Hola. ¿Se os ha perdido algo?—respondió secamente la chica.

–No, por el contrario, he encontrado a la joven más bella que he visto en mi vida—

–¡No me diga! Qué suerte ha de ser la suya, pero le aconsejo que no se deje llevar por la belleza y nada más. Por estos lugares lo más hermosos suele ser lo más peligroso—

–Qué curioso que lo diga, porque es usted precisamente la joven más hermosa de la que he hablado—

–Qué curioso que diga eso, porque yo pensaba sinceramente que hablaba del hada de las rosas—

El joven Rey se echó a reír, y al ver que la joven dama no se reía con él, le preguntó en seguida:

–¿No se ríe usted de sus propios chistes?—

–No suelo hacer gala de mi risa. Menos ante alguien de la realeza—respondió la muchacha, tan fría y seria como siempre.

–¿Cómo ha sabido que soy de la realeza?—

–Su banderín rojo y azul lo delatan por completo, Señor—

–Es usted astuta—

–No, nada más soy observadora—

–Además de sabia—

–No, solo estoy acostumbrada a usar el sentido común—

–¿Ha de ser siempre tan fría y seria?—

–Tal vez—

–Apuesto a que la hago reír. Nadie se abstiene de reír cuando me propongo contar chistes—

–¿Y si no?—

–Entonces aquel joven que os haga reír será el rey y llevará mi corona—

–Buena recompensa, Señor, pero la apuesta es contra mí y no contra todos los jóvenes del reino. ¿Qué, pues, gano yo?—

–Os casarás con el joven que os haga reír, y así, además de la joven más hermosa, seréis una reina. Pero si nadie os hace reír, ni siquiera yo, al cabo de cuatro lunas, os casarás con el que yo indique. Sea como sea el porte de dicho joven—

–Hecho—

Y con una ligera reverencia, se despidieron y ambos tomaron caminos diferentes, cada uno a su asunto. El joven Rey se fue a su castillo a preparar todos los chistes que se le ocurrieran y mandar saber a todo el reino de su apuesta, y la joven doncella se fue a su casa solitaria para preparar un delicioso pay de moras.

A la mañana siguiente de aquel encuentro, la joven escuchó que alguien tocaba la puerta de su casita. Al abrir la puerta, un paje de la nobleza se irguió y se presentó, anunciando que veía de parte del joven Rey. A continuación, el paje abrió un amplio pergamino y leyó un sinfín de chistes, bromas e historias cómicas. Pero ninguna de ellas consiguió siquiera sacarle una sonrisa a la muchacha.

El paje regresó con su amo, y le informó lo que había pasado, sin comerse ni agregar nada. El príncipe se puso furioso, pero no perdió la paciencia y comenzó en seguida a escribir más chistes. A la mañana siguiente el paje se volvió a presentar en casa de la joven doncella, y sucedió exactamente, de principio a fin, lo que el día anterior. Lo mismo pasó durante una semana, y durante una semana, el paje regresaba con la misma respuesta:

–Mi Señor, me reí yo, se río la vecina, se río todo el que pasaba por allí, pero de la joven dama ni una sonrisa salió—

Así se pasó otra semana, y para aquel entonces ya todos sabían, a lo ancho a lo largo del reino, de la historia de la doncella a la que nadie podía hacer reír y la apuesta del joven Rey. A cada instante la joven dama se veía rodeada de jóvenes que trataban en vano de hacerla reír, y como sabía mejor que nadie que ningún joven la haría reír, pensó:

“Ojalá no hubiera aceptado la apuesta del Rey. Lo hubiese ignorado y me habría ahorrado la molestia de tanta interrupción”

Así nuevamente se pasó una semana más, y entonces la joven doncella decidió ir a la plaza del pueblo para distraer su mente. Para su sorpresa, el joven Rey se encontraba allí, y éste nuevamente trató personalmente de hacerla reír, pero nuevamente ni una sonrisa le salió.

En eso, un joven campesino disfrazado para que nadie lo reconociese se les acercó, y preguntó amablemente cual era la recompensa si a la joven doncella hacía reír. El joven Rey le respondió, aunque estaba seguro de que nadie, ni el mismo Todopoderoso, podría hacer reír a aquella muchacha. El joven campesino volvió a preguntar amablemente si se le permitía probar su astucia y obtener su respuesta.

–Sí, joven campesino—le respondió amablemente la doncella. El joven Rey se maravilló, pues aquella era la primera vez que la oía hablar con voz dulce.

El humilde campesino tomó aire y dejó escapar con su aire un chiste muy nítido:

–Le voy a contar un chiste, muy chistoso, que no me sé, pero que hace reír—

De buena gana y para su sorpresa, la muchacha se echó a reír a carcajadas y todo cuanto ahí se hallaba quedó maravillado. Entonces el joven campesino se quitó su disfraz y todos pudieron reconocerlo, todos menos el joven Rey (que dejaba en ese momento de ser rey).

–Ahora seréis coronado Rey, y vos, joven dama, os casaréis convenientemente—dijo el joven Rey (que ya no era rey), que estaba más contento porque alguien la hubiese hecho reír, que lo triste y enojado estaba de perder la apuesta.

–Señor, me gustaría mucho poder hacer honor a mi promesa, pero me resulta imposible, porque he aquí que el joven que me ha hecho reír es mi primo—replicó la joven doncella.

–¡Entonces que se anule la apuesta!—gritó el joven Rey, que ya no era rey.

–Nada de eso, Mi Señor. Usted ha hecho una promesa y ahora debe cumplirla—replicó el paje, fiel a la justicia.

–¡Brujas hervidas!—se quejó el joven Rey, que ya no era rey.

Y así, el joven Rey se volvió campesino y el campesino se volvió un respetable rey. Pero como el nuevo rey no era egoísta, se llevó a su prima al palacio y la hizo su más fiel consejera. Y como veis, ambos vivieron juntos hasta el fin de sus días, la joven doncella recordándole a su primo que debían conservar la cordura y éste le recordaba a ella que de vez en cuando se debe reír.


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