La familia y yo

La familia y yo

Dreamjan

24/08/2021

No tengo muchos recuerdos de cuando era pequeña, sólo sabía que era diferente, pero no porque en casa me tratasen de forma diferente, sino porque sabía que de alguna forma lo era al resto de mi familia.

Tenía dos hermanos mayores, yo podía ver entre ellos similitudes, pero no conmigo. Mis padres tampoco se me parecían a mi, una vez escuche hablar a mis hermanos sobre la palabra “adopción”, quizás ese había sido mi caso, quizás hablaban de mí, podía pasar ya que a veces estaba presente pero me daba la sensación de que ellos no me veían.

Algo, por encima de todo, que me hizo pensar, en qué yo era diferente a ellos, era que los veía interactuar con facilidad, cuando a mí, me costaba muchas veces entenderlos. Aprendí el significado de cada palabra, una vez me la habían repetido en contadas ocasiones, nunca a la primera y a veces ni aún así estaba segura, de qué, lo que yo entendía, era en realidad, lo que ellos me querían decir. Si que recuerdo que mi madre, me daba más atención que mis hermanos o padre.

Ella siempre me mimaba, cuando me estiraba en el sofa, acariciando mi pelo y mi cabeza, recuerdo que eso me tranquilizaba mucho, me relajaba y siempre quería más, nunca me cansaba.

Teníamos un casa grande, con un gran jardín casi más grande que la casa, me encantaba salir a jugar con la pelota, me podía pasar horas allí fuera, hasta que la noche caía y el temor a la oscuridad me hacía querer estar en el interior, en el sofá, mirando la televisión.

Pocas veces íbamos todos de paseo juntos, yo normalmente iba con mi madre a la playa, recuerdo estar jugando con el agua del mar, mientras ella leía y leía, a veces, la llamaba a gritos para que me hiciera caso, pero muchas de esas veces, ni me escuchaba o simplemente no quería prestarme atención, creo que esos libros la absorbían mucho, pero yo la dejaba, la dejaba disfrutar como lo hacía yo.

En casa, mis hermanos siempre le estaban pidiendo cosas o explicando cosas y tenía pocos momentos para estar tranquila, ella, lo necesitaba, y yo lo sabía, porque siempre me lo contaba todo, que fuera la única a quién se lo contaba completamente todo también me hacía sentir especial, ella, a veces lloraba o a veces reía, me cogía en brazos y bailaba conmigo, me encantaba sentirla tan cerca, me hablaba y me contaba muchas cosas, pero yo a veces no la entendía, podía llegar a reconocer algo, algunas palabras sueltas, quizás yo tenía algún problema de comprensión, pero ellos nunca hablaron de ese tema, ni me trataban como si lo notaran, al menos nunca delante mío.

Pasaba mucho tiempo sola en casa, todos tenían cosas que hacer, supongo que yo no era lo suficientemente grande para hacerlo, pero parece que sí para quedarme sola en casa, me pasé parte de mi infancia sin saber nada, sin entender muchas cosas.

Un día como otro cualquiera en mi vida, entraba en casa después de estar jugando fuera durante horas con la pelota y nada más entrar pude notar una tensión diferente en el ambiente, empecé a dejarme llevar por mis cinco sentidos, hasta ubicar el cuarto donde mis padres discutían, no entendía muy bien porque, pero el sollozo de mi madre, me retumbaba por dentro, me erizaba y me entristecía, sólo quería ir a llenarla de besos pero la puerta estaba cerrada y no sabía como entrar. Oí muchos y diferentes ruidos, entre ellos muchas cremalleras y varios cajones abriendo y cerrando. Al final me senté en el suelo, frente a la puerta a esperar. No recuerdo ni tengo el concepto de cuánto tiempo estuve allí, pero no fue poco. Finalmente, mi padre salió, me miro y simplemente soltó un “aparta”, sólo con la tonalidad de su voz, me sentí triste, iba lleno de maletas y seguía gritando en la distancia a mi madre, mientras esta, ahora, que yo ya podía asomarme a mirar, pude ver como seguía llorando en el borde de la cama. Cuando me vio, sonrió y me dijo que pasara, me abrió sus brazos y me acurruco junto a ella, podía sentir latir su corazón tan rápido que en algún momento creí que podría ver cómo se desprendía de su cuerpo. Susurrando me dijo “tranquila, todo va a salir bien”.

Pero nada salió bien, al poco tiempo también la echaron del trabajo, cada vez pasaba más tiempo en casa, lo cual a mi me alegra muchísimo pero cada vez era más distante conmigo, ya no íbamos a la playa, ya no me abrazaba como antes, al poco tiempo de aquello, mis hermanos también se fueron, escuche que a vivir con mi padre, seguía sin entender porque yo seguía en casa, y porque no había tenido la opción de escoger como ellos, aunque sinceramente, jamás habría escogido el alejarme de mi madre.

Paso algún tiempo, y aunque yo siempre intentaba llenarla de besos, ella cada vez estaba más y más triste, veía que por las noches, antes de que ella se fuera a dormir, como comía muchos caramelos, cada vez comía más. Ella, que siempre se quejaba cuando mis hermanos o yo queríamos comerlos y más por la noche, pero después de eso se quedaba dormida, pensé que quizás el “tanta azúcar por la noche, no os dejará dormir”, no servía para ella, pues no le afectaba.

Una mañana de invierno, un invierno que fue realmente frío, no se despertó, empecé a darle besos a llamarla a gritos, grite mucho, muchísimo, tanto que finalmente alguien tiro la puerta abajo, corrían de un lado a otro gritando y con el teléfono en mano avisando a alguien que viniera urgentemente a casa, me acariciaban, me abrazaban, lloraban a mi lado, pero no me decían nada.

Al poco rato de que los vecinos y amigos de mi madre llegasen, un coche con un ruido bastante estridente, se quedo estacionado en la puerta y se la llevaron, esa noche yo dormí en casa de mis vecinos, pero seguían sin contarme nada. Nadie lo hizo.

Los vecinos no eran mala gente, pero no eran mi madre, la extrañaba, extrañaba mucho sus caricias en el sofa, los viajes a la playa, pero lo que más extrañaba por encima de todo, era su aroma.

Una mañana, la vecina me llevo a algo que llamo “parque”, lo repetía mucho, como para que yo me emocionara solo con escucharlo, o eso me parecía. Cuando llegue al “parque”, yo sólo veía mucho césped, entonces vi un hombre acercarse a lo lejos hacia nosotras, parecía que conocía a la vecina, cuando estaba a punto de acercarse, algo me hizo esconderme detrás de ella, no me gustaba mucho conocer a gente nueva, por suerte en mi casa nunca hubo mucha visita.

– Hola Lucia, ¿cómo estás?, no contaba con encontrarte aquí

-Ya, bueno… — le respondió la vecina (Lucia, primera vez que escuchaba su nombre), — yo tampoco para ser sincera, pero ya ves las vueltas que da la vida

-Oh!, el hombre hizo un ademán de tocarme pero se quedo a medio camino, volviendo la mirada a la vecina y le preguntó — ¿Puedo?

-Claro, es buenísima — respondió ella con una sonrisa

-¿Y quién es esta monada?

-El perro de mi vecina — le respondió ella y prosiguió — Murió hace unas semanas, se suicidó, se ve que no llevo bien el divorcio con su marido y también perdió la custodia de sus hijos, supongo que era demasiado, la perra ladraba a su lado, así nos enteramos y al entrar vimos a Lucia muerta a su lado en la cama. Pensamos en llamar a la perrera, pero Lucía era amiga nuestra y sabíamos que quería mucho a su perra, así que hemos decidido quedárnosla, creo que Lucia, sólo la llevaba a la playa y juraría que nunca ha tratado con otros perros, de ahí que haya pensado en traerla aquí, al parque, para que juegue y empiece a socializar con más perros.

-Que triste noticia, pero me parece un bonito gesto, pues espera que llamo a mi perro para que se conozcan…

Y ahí, en ese justo momento, mirando los llamados “perros” de los demás, y aquel que iba con aquel hombre venir corriendo, entendí muchas cosas, entendí porque era diferente y finalmente pude empezar a encontrarme, aunque algo en mi, está y seguirá roto siempre, pues a ella le tenía y le tendré siempre un amor incondicional. Ella siempre será mi madre!

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