Magazine Sintropía Edicion 1 Num. 9

Magazine Sintropía Edicion 1 Num. 9

Yesid Viancha

23/07/2021

Oxido-reducción

“Todas las semillas tienen un destino”, solía decir mi abuelita.

Decía esto, justo antes de preparar la cena, una vez había cargado los fogones con pedazos de papel, hojas secas de eucalipto y trocitos de madera.

En ese momento, sacaba los núcleos alargados de fuego y luego los forzaba contra el material abrasivo lateral de la caja. En su punto de impacto, las chispas brotaban de manera violenta, pero unos segundos después se estabilizaban[1]. Luego, se quedaba mirando fijamente, un tanto fascinada, como la luz rasgaban las tinieblas de la cocina, como si todo fuera su voluntad.

Al principio, creí que aquello no era más que una de esas historias fantásticas que leíamos en el colegio, según la profesora “que se transmitían de generación en generación, con las que los viejos de mayor creatividad daban cuenta al colectivo del porqué de las cosas”.

En ese entonces, al igual que los antiguos, mi abuelita representaba alrededor de aquel material, junto con la misteriosa esencia de su llama, las fuerzas creadoras del espíritu, de la pasión, del odio, del amor, de la relación con el más allá y de las fuerzas superiores: “Nuestro destino, mijo, es arder, asi como el de las estrellas es apagarse.”

Siendo mayor atisbé que, en su momento, todos nosotros hemos tenido algo de razón. Cómo no atribuir a los dioses tal sustancia, si su conocimiento cambió por completo el sabor y la disponibilidad de los alimentos, ahuyentó los predadores, mejoró la caza y más tarde, sirvió como bastión para la domesticación de animales y plantas, y para la creación de las primeras familias Fue el comienzo de la predominancia de nuestra especie sobre las demás. Ya fuera robado o concedido por los dioses, la mayoría de las religiosas acertaron al decir que, con él, vino el espíritu o el fuego interior, asi como la esperanza que nos hace olvidar la muerte y con ella, las nuevas artes y técnicas que posibilitaron un nuevo rol: el de ser creadores o moldeadores de nuestro propio destino.

Esto sin olvidar que la dualidad es una constante en el universo. La reacción química de oxido–reducción de los materiales que, independientemente de si se encuentran en estado sólido, líquido o gaseoso, una vez alcanzan la temperatura y presión correctas para generar gases de combustión (en los sólidos), o vapores (en los líquidos), posee propiedades tanto benéficas como destructivas. Todo depende del uso que se haga de ella. Es decir, la vida del hombre, como la del fuego, está unida al progreso, a la creación, pero también al sufrimiento y a la destrucción.

¿Magia? Puede decirse. Una astilla de madera de tres centímetros, embebida en una solución de fosfato monoamónico[2]
y parafina, con una cabeza de clorato de potasio en gelatina, que al frotarse en presencia de oxígeno produce pequeñas explosiones, gases y vapores, los cuales, al ascender, reaccionan haciendo el proceso auto sostenible y progresivo. Por supuesto, con un tiempo de duración limitado.

Creo que mi abuelita representó todo esto. Ella fue un instrumento del destino para que muchos cumpliéramos con nuestro ciclo. Tal vez, un vástago de carbono que se consumió por un breve instante en el tiempo, capaz de rasgar las sombras de quienes le rodeaban. Algunos aún llevamos un poco de su calor.

[1] Gracias a la acción del fósforo rojo y el sulfuro de antimonio. Este último se adiciona para limitar la ignición solo al punto de impacto.

[2] Previene la incandescencia una vez la llama se extingue.

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