La noche, tiempo de falta de luminosidad del día, burbuja que abarca del ocaso al amanecer, cuna de miedos y temores, de imaginación y fantasías. Es recogimiento y calidez, es romántica poesía, es entretenimiento y diversión. Es la mitad de la vida, hogar del descanso y la relajación. Es silenciosa, consoladora y tranquila, su sosiego propicia la reflexión y la inspiración. Vestida de bohemia es también explosión, júbilo, reunión y celebración.
La noche está llena de magia, son suyas la oscuridad, la luna y las estrellas, escenario de misterio y amor. Día y noche son dos ritmos, dos rostros, dos pulsos, dos sensaciones. Refugio de sombras y tinieblas, tiene sus propios habitantes, es la aurora su declive.
La noche es dama que se teje de miradas y de sueños ante la luna engalanada, garante de secretos, riega los campos de rocío. Llena su aire de suspiros, fragancias opuestas de amor y soledad, cara de encantos, anhelos y ternuras, de lágrimas dulces y amargas, de ecos, de músicas y de lejanías. Tiene sus propios relojes, su brújula es universal, su luz que se hace más clara al afianzar el caminar. En feliz compañía es llama, canto y escucha, enamora con sus efluvios, adorna el coqueteo de los cuerpos con risa, brisa, y sin prisa. Es caricia del alma, paz que cultivar, ánimo de mudar antes de desnudar. Son intensos sus sabores, son recuerdo, sorpresa y espera. Es vigía y cielo uniforme, verdadero prender de los sentidos. Brilla con luz propia, eterna, siempre viva. En ella no se reconoce el desorden, ni se retienen los colores, no mantiene los gestos, como no escucha los lamentos. Se adueña de los abismos, son poderosos sus guardianes, dama de mirada profunda, traje negro y voz velada.
La materia aparenta ser ilusión, sus latidos invocan desenfreno, nos abre a lo desconocido su parcial oscuridad. Pues es bien real que no existen el día y la noche, son una misma cosa, dos fases que percibimos por los ejes de nuestra galaxia. En verdad existen sólo claridad y penumbra.
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