Un día en el gimnasio

Un día en el gimnasio

Timur Galasov

18/07/2021

He cogido un día de prueba en el gimnasio y estoy sentado en una máquina para hacer bíceps. Básicamente consiste en levantar un peso mediante una polea y llevar los brazos al pecho, una y otra vez. Subo y bajo, subo y bajo mientras me pregunto que hago ahí, y trato de convencerme de que es necesario, que estoy invirtiendo en imagen y salud.A mi izquierda comienza a sonar una música pop remezclada con tecno y veo en la sala de al lado gente calentando en bicicletas estáticas. Entro. Todas las bicicletas están ocupadas menos una, junto a un señor de ciento veintitrés años que lleva un maillot de Banesto y las gafas de leer puestas. El monitor me ayuda a ajustar la bicicleta, me explica rápidamente lo que hay que hacer, los cuartos y medias vueltas para regular la resistencia, seguir el ritmo y sincronizar mi pierna derecha con la suya. Con la música no me entero de nada, pero asiento y observo lo que hace el señor de las gafas de leer. Pasan quince minutos. El hombre centenario boquea como un atún, está agonizando, yo estoy agonizando, pero mi orgullo me impide morirme antes que él. El monitor está de paseo. Es un hombre correoso de cara castiza que me recuerda a un torero. Nos mira con ferocidad con sus ojos negros, hundidos debajo de unas tupidas cejas y entonces grita ‘¡Media vuelta, apretamos el culo y ARRIBA ESPAÑA!’ Nos incorporamos sobre los pedales mientras yo me pregunto si he oído lo que he oído. Pasan cuarenta minutos. Sigo vivo y el abuelo también. Cuando bajo de la bicicleta el suelo se mueve bajo mis pies y la sala parece un balneario. Estiramos un poco, salgo sin sentir las piernas y me arrastro al vestuario, ‘nunca mas, nunca mas’ me voy diciendo. Después de cambiarme llego al mostrador y un recepcionista con una sonrisa blanquísima me pregunta si me ha gustado. Yo le digo que por supuesto y me voy al kebab de mi amigo Aslam, donde me pido un durum doble con doble ración de papas y coca cola zero, eso sí.

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