Treinta y cinco minutos

Treinta y cinco minutos

Treinta y cinco minutos

El radio reloj de la mesita de noche marcaba las cinco y veinticinco a.m. cuando aún le quedaban treinta y cinco minutos de merecido y saciante sueño, pero un extraño sonido le arrancó de la oscuridad.

Michael vivía desde hacía un año en un sencillo pero espacioso apartamento de la octava planta de un edificio de mediados de los cincuenta. Ocupaba el número trescientos diez y seis de la calle cincuenta y ocho de Manhattan, tan solo unos ciento cincuenta metros le separaban de Central Park. Este vestía frontalmente un elegante ladrillo rojo flanqueado en sus esquinas por cubos de piedra de granito sin pulir.

Si alguien se posaba en la acera contraria y observaba la edificación, casi podía percibir la fuerte personalidad que emanaba el inmueble, el cual desde hacía años mantenía una constante lucha de silencio para no ser engullido por la fría y agobiante selva de acero y hormigón de la modernidad.

Las construcciones con esa identidad moderna jamás le habían atraído. Aunque debido a la actividad de la que vivía y el tipo de clientes que solicitaban sus servicios, se vio en la necesidad de instalar sus oficinas en un moderno edificio. Los intereses a veces anulan nuestros deseos–comentó a su equipo el día de la inauguración–.

Siempre que surgía la ocasión alababa su apartamento:

–En ese edificio me siento relajado, se respira historia, hay algo que irradia vida.

Con lento parpadear conseguía abrir los ojos y un poco desconcertado miraba el reloj de la mesita de noche.

– Pero… si son las cinco y veinticinco, maldita sea. ¿Qué demonios a pasado? Mi fiel reloj despertador espera su oportunidad en silencio cuando aun faltan treinta y cinco minutos. Esto significa que no me queda más remedioque levantarme. Si doy media vuelta acabaría de nuevo envuelto entre sabanas y tinieblas y el día acabaría siendo un desastre.

Con el esfuerzo de quien aún no tiene claro si está despierto o dormido, intentaba hacerse con el control de su cuerpo. Deslizando una pierna hacia el borde de la cama conseguía poner un pié en el suelo, dejando posar el segundo tras unos segundos de dudoso control. Su mente poco a poco iba adaptándose a la situación.

En ese momento algo llamó su atención.

—Esto ha debido ser lo que perturbó mi sueño.

La puerta del vestidor se encontraba abierta y varias perchas caídas junto con la carga que portaban.—Pero, ¿cómo ha podido caerse esto solo? ¡No lo entiendo! ¿y la puerta? Juraría que la cerré antes de acostarme.

– ¡No! no necesito jurar nada, estoy seguro que la cerré.

Tras recoger las prendas y colocarlas de nuevo se dirigió a la cocina.

—En fin, no hay nada que un café bien cargado, un zumo de naranja y una buena ducha no arregle a estas horas, pero creo que lo primero será la ducha. Presiento que hoy va a ser un día extraño.

Tras salir de la relajante y activadora sesión de agua templada y envolverse en un albornoz que habitualmente solo utilizaba los fines de semana… se dirigió a la cocina para iniciar los preparativos del deseado avance de desayuno.

–Bueno ya que el día no ha comenzado como debiera aceptaré la situación, optaré por tomar el zumo de naranja mientras la cafetera hace su trabajo.

Tras limpiar el exprimidor y vaso de zumo en mano, se dirigió hacia el amplio ventanal de la cocina cuando al tercer paso algo le hacía detenerse. Con gesto entre desconocimiento, duda y extrañeza, hacía un giro de noventa grados sobre su cintura sin mover los pies mirando hacia la zona del dormitorio. Una extraña sensación le seguía escarbando en la mente en busca de una explicación lógica al suceso del vestidor.

Una vez reincorporada la marcha pasaba un minuto observando el pequeño retazo de Central Park que quería hacerse ver entre dos edificios de oficinas situados frente a su apartamento.

–Gracias a estas vistas al menos la mente me descansa un instante –comentaba mientras se dirigía a preparar el equipamiento personal para enfrentarse a otra jornada más de reuniones. Sobre la cama comenzaba a depositar el vestuario que había elegido para esa mañana.

–Veamos, creo que hoy para poder recibir a los clientes de Canadá el traje correcto será el gris acero, que con esta camisa azul suave quedará perfecto.

Ahora la corbata, veamos cual es la correcta, pero… que extraño, juraría haberlas recogido todas tras la caída de las perchas.

En el suelo del vestidor estaba una de las que en el extraño incidente de ropaje parecía haberse quedado sin colocar. Justo la que Michael buscaba para su conjunto en un azul marino y discretas rayas blancas. Con gesto de extrañeza la recogía mirando de soslayo el resto de las prendas.

Sobre la cama con meticuloso orden preparaba de forma ritual el vestuario elegido.

Acto seguido zapatos y maletín en el suelo al pie de la los pantalones.

Esta invariable, y estricta costumbre –junto a alguna que otra manía– le había llevado hacia un año al final de su matrimonio.

Su ex mujer Diana, durante años intento sin éxito todo lo que estuvo en sus manos por salvar una unión que había comenzado doce años atrás, con un escabroso recorrido alimentado por intermitentes lagunas de felicidad. Un proyecto al que llegó enamorada y del que germinaron muchas ilusiones y por suerte ningún descendiente, lo que hubiera generado situaciones más dolorosas.

Una vez montado todo a punto de revista, Michael se dirigía a la cocina. La cafetera con el sonido de silbato anunciaba su espera.

–Excelente, gracias desde aquí a quien descubrió el café. Que seria del ser humano en los tiempos tan imprecisos y estresantes que nos ha tocando vivir si no contáramos con este apreciado interruptor de liquido negro que consigue ponernos en marcha.

Michael comenzaba a equiparse .

En primer lugar la camisa, a continuación la corbata. No le gustaba enlazarla tras ponerse los pantalones, argumentaba que los movimientos de realizar el nudo hacia que la camisa se fuera descolocando de los pantalones provocando la aparición de arrugas antes de acabar de vestirse.

Mientras formaba el nudo le llegaban a la mente recuerdos de los primeros síntomas de excentricidades (que su ex mujer aún antes del matrimonio empezó a acusar) sospechosas de costumbres extrañas o al menos poco ortodoxas.

Michael frente al espejo sujetaba la parte estrecha de la corbata con la mano izquierda y la contraria con la derecha tras pasarla por detrás de la cabeza. El nudo comenzaba a tomar forma, aunque por alguna razón en la última lazada algo ocurría que ocasionaba un desajuste con el que de nuevo se veía obligado a repetir la operación.–Pero… ¿qué demonios me está pasando? “Será el efecto de haberme despertado antes de tiempo”, el desorden en mis horas de descanso me descontrola.

–Bueno trataré de no obsesionarme. ¿Qué digo? “obsesionarme yo”, ¡por supuesto que no! Tengo la suficiente inteligencia y control sobre mis actos como para poder solucionar tan insignificante percance en un instante.

Tras varios virtuosos movimientos entre cruce y cruce de tejido, subidas y bajadas acababa introduciendo el extremo ancho entre el abrazo del tramo circundante consiguiendo ajustar perfectamente los extremos, creando de esta forma un perfecto nudo Windsor con el largo de las dos partesen su medida exacta: parte trasera ligeramente más corta.

Por fin la primera parte estaba concluida. Los pasos siguientes sin variar el orden diario eran: calcetines, pantalones con revisión de raya perfecta zapatos negros con cordones y cinturón a juego rematando montaje de americana.

Tras revisar por última vez el brillo de los zapatos de piel y maletín en mano, se dirigió al baño cerca de la salida para la última auto inspección y retoque de colonia.

Unas discretas pulsaciones al vaporizador de Armani frente al espejo y listo para mostrarse al mundo.

De pronto algo llamó su atención en el espejo.

—¡Pero! ¿que demonios pasa aquí?El nudo estaba perfecto. ¿Me habré enganchado con algo?

La parte trasera de la corbata quedaba tres centímetros más larga que la delantera y el nudo parecía retorcerse en si mismo formando una figura extraña.

–¿Por qué la naturaleza tiene que ser tan cruel? ¿Porque mi mente no puede ser sencilla, con defectos y aciertos, deliberante, abierta a deseos, caprichos y sugerencias, como cualquier mortal? ¡ Ahh Diana, Diana!, cuan complicada es la vida. ¿Por qué te añoro tanto? Porque no supe hacerte feliz?

De vuelta al dormitorio, se quitaba la americana ante el espejo del armario y deshacía el nudo de la corbata. Meticulosamente procedía a rehacerlo por dos veces.

Una mirada al rolex. Pulsera de acero con un leve azulado en los extremos y oro en la línea central. Comprobando que iba sobrado de tiempo, se montó la americana.

A punto de llegar al hall se detuvo un momento como quien siente una sensación extraña sin saber que.

—El maletín, ¡maldita sea! Parece ser que alterarme el orden del sueño me está afectando más de lo que me imaginaba.

Girándose 180 grados volvía a realizar el camino hacia el baño donde lo había olvidado. De nuevo en el hall, hacia una parada ante el gran espejo de la pared derecha que partía del suelo hasta el techo con un marco plateado e impoluto. Dudando ya de que todo estuviera en orden, se giro lentamente hacia él.

Inmóvil, con la cara desencajada como destinatario de siniestras y no esperadas noticias, con gesto quedo ante la imagen que ante él se reflejaba, se le abría la mano derecha dejando escapar el maletín que con imparable desplome hacía impacto en la alfombra.

—Esto no puede ser, ¡no es posible que esto me esté pasando a mí!

La corbata esta vez se encontraba del revés. Nudo y extremos perfectos pero con la costura de la misma siendo la parte vista.

Tras unos segundos se fue dejando caer arrastrando la espalda contra la pared contraria hasta llegar a la alfombra con las piernas cruzadas, inmóvil, la vista perdida al frente durante cinco largos minutos, pasados los cuales levanto la cabeza y con decisión militar exclamó, ¡se acabó! Me he dejado llevar por esta situación atípica en mi rutina diaria. Me daré un buen baño caliente y comenzaré de nuevo; como si me acabara de levantar.

Eran las 10,20 de la mañana. En las oficinas de New Imagin M.C. había cierto revuelo. La secretaria personal de Michael había alertado a su socio cuyo despacho se encontraba en la planta superior, preocupada por la tardanza de su jefe. En los tres años que llevaba trabajando con él, jamás se había retrasado o faltado sin comunicarlo con antelación. Había realizado más de cinco llamadas al teléfono móvil y otras tantas al de su apartamento.

Ninguna respuesta.

A los cinco minutos el socio de Michael recogía a su secretaria y se desplazaban al domicilio a tan solo dos manzanas de las oficinas.

Al llegar al edificio se dirigieron al portero .

—Hoy no le he visto salir.

—No obstante, si les parece pueden bajar al aparcamiento a ver si esta su coche. Mientras yo le llamaré por el teléfono interno.

A los pocos minutos subían comunicando que el coche se encontraba en su lugar. El portero tampoco había tenido respuesta.

Unos minutos de inquietud más tarde ante la puerta del apartamento se encontraban el portero llave en mano y los dos acompañantes. —¡Abra por favor! le increpó algo nervioso el socio de Michael.

En el hall había un grupo de corbatas desparramadas por el suelo, el espejo de la pared presentaba un impacto a la altura de la cara rodeado por salpicaduras de sangre, un reguero de corbatas pasaban por el salón llegando hasta el dormitorio.

Clara, La secretaria, soltó un grito de terror tan estridente que los dos acompañantes fruncieron el ceño activados por tan imprevisto y desgarrador alarido. Sentado en el suelo del dormitorio espalda contra la pared se encontraba Michael rodeado de corbatas, trajeado, inerte.

Alrededor del cuello y anudada de forma extraña una de ellas: azul y discretas líneas blancas. Los ojos abiertos, miraban casi forzados hacia el armario con un gesto que delataba horror.

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