El fantasma enamorado

El fantasma enamorado

Anónimo

13/07/2021

Llegando al semáforo comienzan a dolerme los pezones haciéndome recordar lo mojada que estaba. Las pinzas apretujaban mis senos a tal punto que el roce con la tela vertía en mi cuerpo una descarga eléctrica, quería correrme y mi clítoris gritaba con urgencia un masaje que le permitiese realizar tal acción, como una complacencia cautiva cuan preso aspira a su libertad. La excitación provocaba un cosquilleo acéfalo que recorría mi torso bajando por los muslos y el acíbo de mi suvenir hacían del desplazamiento en el coche, un martirio del cual no quería participar.

Las adargas cayeron junto con mi dignidad, lo que me hubiese permitido frenar el coche en plena avenida y masturbarme hasta llegar al éxtasis, pero tal adefesio me obligaba a colocar los ojos en blanco hasta sentir el flujo vaginal deslizándose con delicadeza por mis pantorrillas. Mi maquillaje comenzaba a verse descolorido y las uñas me lastimaban las manos al intentar refrenar un manantial culposo que se disponía al descarrilamiento. Este sueño fue el que me atormentó durante varias noches.

Cerca de junio, mi mejor amiga y yo, decidimos hacer una conmemoración en honor al matrimonio de un colega, aquel plan surgió como una forma de hacerle disfrutar sus últimos días de alegría, pues aunque él no lo veía así, todos éramos conscientes de que tal compromiso no superaría un par de meses.

El lugar del encuentro fue mi apartamento, que si bien era un poco pequeño, era tranquilo y nos permitía avivar recuerdos y momentos ridículos que nos hacían reír. Pasada una media hora de pláticas incesantes y chistes absurdos, notamos que había una corriente de agua que iba de la cocina a la sala, dando así un gran vuelco a la reunión. Estaba tan apenada que para compensar tal descuido, les invité a una discoteca, aun cuando no era mi tipo de ambiente, prefería estar allí con ellos y no sola en un apartamento aluvianado.

Una vez llegamos a la discoteca pedimos algunas cervezas y empezamos a bailar, las luces eran centelleantes, lo que me provocó mareos, estaba tan acostumbrada a los lugares silenciosos que mi cuerpo inmediatamente reaccionó al cambio tan brusco. Cuando aquel vértigo se disipó noté la presencia de un sujeto que me observaba, en primera instancia sentí aversión porque creía que era un chismoso burlón que me miraba intentando entender si estaba tan borracha que no podía colocarme de pie o si estaba así por una perdida amorosa, sin embargo, se acercó a mí con una sonrisa exagerada e iniciamos una conversación.

Su mirada se encontraba perdida y su cabello se vislumbraba como pequeñas astas conformando una coraza, era extrovertido y sin duda alguna, una persona curiosa, pero había algo particularmente llamativo en él, intentaba ocultar algo y como buena forense quería averiguar de qué se trataba.

Cuando el alcohol comenzó a surtir efecto, me vi envuelta en una maraña de fijaciones por aquel hombre, entre charlas y risas, surgió un jugueteo morboso que me incitaba a seguir hablándole, incluso me retó a quitarme las bragas y a que se las entregara, teniendo en cuenta que para ese momento ya estaba un poco alcoholizada y no quería perder en aquel juego improvisado, me que las quité y se las entregué, parecía sorprendido y ensimismado, pues como declaró después: “creí que eras una niña buena”.

Cerca de las tres de la madrugada mis amigos y los suyos se despidieron, fue cuando comprendí que tal jugueteo no era solo una excusa para evitar llegar a mi apartamento inundado, sino que realmente estaba interesada en aquel hombre.

Era extraño verme en tal situación, sentía deseo y una suerte de apego por este desconocido que me trataba como un misterio, me hacía reír a carcajadas y sus ojos brillaban con calidez al observar mis labios. Poco a poco su compañía y su desparpajo se volvieron más estimulantes, su forma de hablar de mi cabello y sonrisa, hacían de mis pezones dos semiesferas de metal que se enduraban conforme me llenaba de halagos, por unos segundos fantasee sobre su cuerpo, deseaba que plasmara en el mío rastros imborrables de su presencia, era tan exquisito que solo podía imaginar una amplexación que nos enredara.

Gran parte de su sensualidad residía en las deducciones que hacía, en escasos minutos había descubierto facetas que hasta yo misma había olvidado, entendió mi dolor sin necesidad de contárselo, me brindó alegrías reconfortantes cuando le hablé de mi privacidad y con tono seductor insinuó el querer follarme.

Imaginen mi sorpresa cuando de la nada se coloca en pie, paga la cuenta y con una mueca jolgoria me entrega un papel cuyo número estaba escrito en él. Sus últimas palabras fueron: “nos veremos pronto”.

Al cabo de un tiempo, intenté comunicarme con él insistiendo por varios días, sin embargo, nadie respondió. Hablé con mis amigos para saber si lo conocían, pero aquel día estaban tan ebrios que apenas recordaban sus respectivos nombres. Guardé el papel ya sucio, como el recuerdo de un hombre que jamás conocí, me hubiese gustado saber su nombre, porque estaba tan concentrado en hacerme sonreír, que nunca se presentó.

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