El pueblo aún estaba dormido, y quizás solo un loco podía estar despierto a las 03h00 am recorriendo una carretera. Él no tenía ningún trastorno mental, de hecho salía a cumplir con sus labores en el campo y regar agua en su cultivo. 

La madrugada era perfecta, el frío se intensificaba cada vez que pasaban los minutos y se acercaba la mañana. Al parecer aquel día se avecinaba una helada y tener agua en su terreno era de vital importancia para no perder su cosecha. Para salir de casa tenía que estar abrigado. En su atuendo no podía faltar un poncho de lana, las labores del campo teniendo temperaturas extremas la mayor parte del tiempo requerían que él tuviera abrigo. 

Acomodando su sombrero negro jalo la puerta de la entrada de su casa para cerrarla. Sujeto su herramienta de trabajo (azadón), y lo coloco sobre su hombro izquierdo para que pudiera colgarse con facilidad y no necesitara ser sujeta por sus manos. 

Aquella acción le permitía caminar y envolver sus manos en las puntas de su poncho para mantener un poco de calor corporal. Empezó su trayectoria y su única compañía era una luna intimidante por su tamaño. No importaba si la camino a recorrer no contara con alumbrado, la luz de esta compañera era adecuada para divisar el lugar en el que caería cada paso que daba. Termino de transitar la calle que tenía asfalto en estructura y ahora empezaba un tramo estrecho lleno de piedrecitas, ramas inesperadas y un silencio lúgubre que acompañado con el viento helado le hacían recordar aquellas películas de terror que habían empezado a mirar en la televisión con su nieta luego de un maratón de dibujos animados.

Ya con sus 70 años era difícil asustarse con una calle poco amigable por su contextura, habiendo estado muchas madrugadas fuera de casa, él sabía que siendo cuidadoso podía salir ileso de cualquier caída o herida en su piel. Eran miles de historias las que recordaba cuando se permitía caminar solo. Sin embargo lo que más disfrutaba era contárselas a su pequeña nieta, porque aun contándole con detalle todo lo que había sucedido, ella siempre decía, ¿y por qué abuelito?

Recordarla le hacía sonreír de inmediato haciendo que sus arrugas se pronunciaran con unas curvas de alegría en sus mejillas, y cargaba su tanque de energía para continuar en su andar. 

El llevar agua por una acequia determinada era la prioridad aquel día y luego de unos minutos había llegado a su destino. Generalmente esta estaba con agua todo el tiempo, pero esa madrugada no. Este acontecimiento lo obligo a subir una cuesta pronunciada para llegar al canal de regadío del pueblo.

Entonces bajo su herramienta, saco sus manos que estaban debajo el poncho y doblo las puntas de este para colocarlo sobre sus hombros y tener la movilidad necesaria para retirar algunas ramas y champas que impedían la circulación del agua por donde él lo necesitaba. Habiendo logrado su objetivo, descendió hacia su terreno, para mojar su cultivo. A poco tiempo de terminar la acequia se secó, inquieto por lo sucedido fue a inspeccionar el canal. 

Al parecer algo había tapado la entrada de la acequia en su terreno haciendo que el agua se desbordara a su alrededor. Aun estando con frío, aquel problema debía ser solucionado de inmediato para poder regresar a desayunar con su familia. Sin esperar más, doblo la manga derecha de su suéter hasta colocarlo a la altura de su codo, se arrodilló y sumergió su mano para retirar la basura que hubiera podido acumularse. 

Empezó a mover todo lo que podía agarrar con su mano, pero algo dificultaba su acción. Repitió su hazaña una y otra vez sin tener ningún resultado. Cansado de intentarlo y con la sensación de sufrir hipotermia, se detuvo a pensar un instante. Con su extremidad entumecida por el frío del agua, fue por su herramienta de trabajo para remover un poco más aquel obstáculo. 

Con todas sus fuerzas dio un azadonazo y el agua empezó a seguir su trayectoria normal. Al sacar el azadón de la acequia, este traía consigo un pedazo de tierra algo extraño. Teniendo la luz de la luna a su servicio era fácil golpearlo para destruirlo. Había bastado dar un solo golpe para observar que no se podría romper con facilidad. 

Faltaba poco para terminar con su trabajo, el dejar sin control el agua que entraba a su cultivo no le generaba ningún problema. Esto le permitió averiguar que era lo que sacó de la acequia. Se inclinó para mover con su mano ese pedazo de tierra y pudo notar una especie de manito plástica. Antes ya había encontrado una parte de un juguete, entonces no era algo raro para él. 

Cuando empezó a rascar un poco más la tierra que cubría esta mano, describió un brazo. Intrigado por lo sucedido, se sentó a desgranarla poco a poco. Al final lo que había llegado a él era una muñeca de trapos como se decía en aquella época. Estaba intacta, sucia, pero tenía un vestido encantador.

Su pequeña nieta, se entretenía jugando con su mascota, con la pelota y con cualquier objeto que pudiera encontrarle utilidad para crear un mundo imaginario de juegos divertidos. Un día tenía un hermoso perro que cuidar y al otro, este mismo se convertía en un salvaje caballo que debía domar y lo correteaba por todo el patio de la casa. 

Así era ella, toda creativa cuando de jugar se trataba. Después de todo, no coleccionaba juguetes, porque pasaba fuera de casa. Pues su hija acostumbraba a salir con la pequeña al campo desde que fue una bebe. 

Si la muñeca que había encontrado estaba intacta y podía de una u otra manera adecuarla para su nieta, sería un hermoso regalo, pensó. Entonces la envolvió en su poncho, como si se tratara de un tesoro y no quisiese que nadie supiera que él lo había hallado. Terminando su labor regreso a casa, contento por su hallazgo e impaciente por apreciar con más detalle aquel juguete.

El tiempo no se congeló aún con el frío de la madrugada y el reloj marcaba las 06:00 am. Al llegar a casa procuro ir hacia el lavadero para limpiar el juguete, echo un chorrito de agua y ya pudo apreciar el rostro de la muñeca. Antes de que pudiera terminar de lavarla, escucho unos pequeños pasos que se acercaban a él.

Aquel día su nietecita se despertó muy temprano, como si supiera lo sucedido y al descubrir entrar a su abuelo y pasar directamente a la lavandería no espero para sorprenderlo. Corrió, y al estar cerca de él, camino con mucha cautela. Entonces el voltio su cabeza y miro a su nieta. 

¡Abuelito!, has llegado. Menciono muy emocionada.

Luego se acercó a su abuelo para darle un fuerte abrazo y noto lo que él tenía en sus manos. De inmediato la chiquilla llena de asombro abrió con exageración sus pequeños ojos. Antes de que pudiera preguntar algo, Manuel le contó lo que había sucedido y ella con mucha atención no perdía ningún detalle. Al final cuando él mencionaba lo que haría en el lavadero para limpiarle toda la tierra a la muñeca, la pequeña lo interrumpió diciendo.

¿Y me la regalarás?

Para Manuel, aquella muñeca podía no tener mucho valor para su nieta. No era un juguete que venía en una caja de cartón con un frente transparente y más accesorios para jugar, así como se veía en las grandes tiendas. Por lo tanto, algo inseguro pregunto.

¿La quieres?

Y su nietecita, sonriendo e iluminando sus ojos le dijo.

Abuelito, este será el mejor regalo de mi vida. Cada vez que la mire, te recordaré. Ella es como tú, salió en la madrugada a trabajar y por eso la encontraste. Está algo sucia, pero es porque tuvo que pasar por muchas montañas para que tú la encontraras y me la trajeras. Él sonrió y se alegró por el significado que había tomado aquella muñeca a pesar de no ser un juguete nuevo.

Ya siendo cómplices de un gran hallazgo, terminaron el trabajo juntos. La pequeña tomo a la muñeca entre sus brazos y cuando quería empezar a correr hacia el patio a dejar que el juguete se secara, voltio a mirar a su abuelo y estrechándolo en un fuerte abrazo, le dijo al oído «Te quiero abuelito, nunca me faltes».

Etiquetas: significado abuelo

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