LIBERTAD CONDICIONAL

Ya han pasado 9 meses y algunos días desde que entre a prisión. Apenas hoy pude salir de mi celda de castigo. Es una prisión extraña, estoy solo en ella y solo me cuida un guardia. El Alcaide, le da instrucciones precisas de no dejarme un solo segundo y el guardia me mantiene esposado desde entonces. Apenas hoy me soltó una mano para escribir algo, aunque no entiendo muy bien las razones, porque no he tenido el mejor comportamiento.

El Alcaide de esta prisión es la tristeza, desde que entre a prisión religiosamente me visita, en principio lo hacia todos los días e incluso varias veces al día, ahora puede que de vez en cuando me de tregua y me dé espacio para involucrarme con otras sensaciones, con otras formas de sentir. El guardia, que generalmente acompaña a la tristeza en sus visitas recurrentes a mi celda, es el recuerdo. Entre este par se han encargado de hacerme flaquear durante este tiempo de condena, en ocasiones se burlan de mi mientras yo hago esfuerzos sobrehumanos para no desfallecer o no mostrar debilidad, pero eventualmente me quiebro, no puedo aguantarlo, me caigo y ellos se cagan de risa en la puerta de la celda.

He aprendido a no caer mucho en su juego, he trabajado mucho en la estrategia correcta para que no me hagan recaer, poco a poco se han dado cuenta que estoy ya lidiando con ellos, incluso estamos empezando a convivir y por eso, a veces no los veo muy seguido, con el recuerdo hemos iniciado una relación cordial si se quiere, en la que evoco recuerdos lindos o alegres con mi viejo, con eso logro que la vieja pelotuda de la tristeza no venga a amargarme la vida, “ya estas entendiendo loco…” me dice el recuerdo, como si todo esto se tratara de una lección que necesito aprender.

Hasta hace unos días sentía que no quería escribir más, sentía que no me salían las ideas y que la ausencia de quien fuera mi referente de vida, mi ídolo, mi guía, mi faro, había hecho que desistiera de querer seguir compartiendo mis relatos y contando mis historias. La tristeza y el recuerdo, mis fieles carceleros me dijeron en días pasados que no lo hacía nada mal, que me dejara de pelotudeces y que, en vez de negarme, usara la escritura como un medio de desahogo, de catarsis y en cierta forma, eso podría hacerme sentir mejor más cuando ando bajón.

Siempre que me voy a la cama, ruego por tener la oportunidad de soñar con mi viejo, poder verlo de nuevo, abrazarlo, darle un beso, hablar…no siempre lo logro e incluso cuando tengo muchas ganas de que eso pase, no puedo dormir y paso la noche en vela, irónico pero cierto.

A veces me siento a jugar ajedrez con la tristeza, los recuerdos tratan de distraerme y de hacerme perder la partida, y lo logran a veces no lo puedo negar…pero ya vamos equilibrando el score, ya no me gana tan fácil, ya recuerdo lo que fue mi vida al lado de mi padre y recuerdo que lo hermoso que fue supera mucho a lo triste que ha sido su ausencia. A veces siento que la vida me echa piedras en el morral todos los días, eso me va pesando y me desgasta, por eso necesito soltar la carga y encontrar paz. La mejor manera de encontrar paz es ir al paramo donde están los arboles de mi viejo, a hablar con él, a abrazarlo, a besarlo, a tener las charlas acostumbradas que solíamos tener, aunque no lo pueda escuchar opinar, siento como si las hojas de los arboles me abrazaran y la brisa del páramo me besara y me acariciara la cabeza y el viento me hablara y me dijera “tranquilo hijo, todo va a estar bien”.

Vuelvo al ruedo…bajo libertad condicional…

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