Y ahí estabas tú, algo distraído mirando por la ventana. Atravesando al vacío, porque te permitías perderte en tus pensamientos. Aun habiendo veces que no eran para tanto, lo hacías.

¿Por qué sabia que estás físicamente sentado en un asiento del autobús y tus pensamientos en algún lugar de este planeta?, si, cuando ponías a descansar tu cabeza sobre tu puño cerrado no había duda de aquello. Tampoco dejabas de lado una respiración lenta y profunda que terminaba con un suspiro marcado.

Podía dejar pasar un turno más en la parada de autobuses y salir en el siguiente, pero a veces es necesario comprobar que ciertos sentimientos ya se marchitaron, aun si esta acción no haya sido premeditada.

Llevaba algunas carpetas sujetadas en brazos, el cúmulo de muchas tareas en la universidad y aquel día había decidido no llevar una mochila para guardarlas. Al llegar al estacionamiento de los autobuses, divise que mi línea estaba de salida, pero se detuvo por un prudente semáforo en la carretera principal. Intentar alcanzarlo o correr tras de él no era opción, aunque tenía tiempo para dejarlo marcharse, se me ocurrió ir por un helado de camino a casa.

Si quería disfrutar de esta experiencia que me encantaba, debía correr tras el autobús que estaba partiendo. Entonces sujetando mis carpetas, acelere un poco el corazón corriendo a toda prisa antes que el semáforo cambiara a verde. Gritando al conductor para avisarle que me esperara logre llegar.

Subí, 1,2 y 3 escalones más y ya estaba en el pasillo del autobús. En la fila que me encantaba sentarme estabas tú ocupando un lugar. Habiendo sido ese amor loco de colegio, riéndonos y llorando, viviendo cada situación como si fuera la última construimos demasiados recuerdos. Al pasar unos años era hora de comprobar que el amor se transforma.

Trague un poco de saliva al mirarte, tiempo atrás al verte en el mismo sitio mi corazón de seguro se habría alborotado y mis pies no hubieran esperado ni un segundo para correr hasta ti. El gesto de cariño que era un saludo para nosotros nunca paso desapercibido, pues aquel beso en la frente que lo dabas después de darnos un beso tierno, no faltaba. Así te habías ganado gran parte de mi vida, con esos detalles que te hacían único.

La determinación de sanar las heridas con los años, me dejo encontrar las respuestas de muchas interrogantes que quería negarme a entender. Estabas perdido en tus pensamientos y estando así, era fácil que yo pasara hasta el final del pasillo para ocupar cualquier asiento. Te miré rápidamente, todo con el afán de demostrarme que las cosas deben ser así, donde tú y yo nos volvimos unos extraños.

Terminando aquella acción, sonreí discretamente y sujetando con mi brazo izquierdo aquellas carpetas liberé mi mano derecha para sujetarme de los apoyos en el autobús y dirigirme al final del pasillo. Volviendo la mirada hacia el frente empece a caminar. Justo al cruzar por tu sitio, parecía que alguien te había despertado a la realidad y volteaste a mirarme – hola- dijiste y también sonreíste.

Con este acto habría sido fácil quedarme a tu lado y regresar a casa acompañada, pero recordé que ya perdone lo que había sucedido entre nosotros y aceptar que perdimos lo que una vez construimos me ayudo a corresponder con amabilidad y tranquilidad aquel gesto y no detenerme. Dejé atrás el pasado y tú eras parte de él.

Nos rompimos el alma en pedazos. Y aunque se detuvo el tiempo y la tarde se vestía de colores increíbles, ahora era diferente, el amor cambio y lo que sentía ya era aprecio por ti.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS