Gotita de agua

Soy en una gota de agua. Respiro y sueño en una diminuta gota de agua. Desprovista de una impecable y sublime circunferencia; con sempiternos bordes que van teñidos de un azul tierra, un azul mar, un azul de aurora boreal; cuya noción me hace imaginar astros espolvoreados como las migajas que el universo deja cuando se alimenta de mi cansancio. Entonces, soy en esta diminuta gota de agua; encerrado, resguardado, protegido de cualquier factor externo que suponga un desequilibrio en mi homeostasis.

Aquí, me despojo de hasta la más absurda responsabilidad, no hay espacio para las emociones y los pensamientos prefieren irse a jugar en charcos de agua más grandes, su interés va más allá de quebrantar una gotita como la mía. Aquí, simplemente soy a la deriva, soy un silencio requerido, soy la oscuridad perforada de luces intermitentes; soy la excepción al tiempo, intocable, un espacio medianamente vacío pero habitable. Soy una pieza que niega esa función engendrada por las masas para crecer hilos desde la espalda y así ser una marioneta más de un sistema mecanizado. ¿Por qué no ser un río que se profetiza en versos libres a la orilla de la montaña? Estoy mejor aquí, en la efímera gota de agua.

¿Pero hay más brío afuera de esta tensión superficial? No es un sueño, ¿un universo? Tal vez… un bosque atiborrado de infusiones cósmicas que me resulta increíblemente fascinante. ¿Quién eres? Oliver, me dice. Y yo lo invito a mi gotita de agua, a ese espacio donde la soledad me conservaba. Aunque, estar entre sus brazos excede la anhelada serendipia. Ahí, encuentro la fórmula correcta para componernos en fragmentos de un rompecabezas filarmónico que va tejiendo música con el desacostumbrado latir de nuestros corazones. Por allá, la curva resbaladiza de su cuello hospeda mis suspiros mientras ese embriagante efluvio enmudece todos mis órganos sensoriales.

De pronto, ya no soy en una gota de agua. Ahora soy más con él, con ambos. Los límites de mis vestiduras corporales flotan hacia la espumosa superficie en tanto nosotros nos hundimos en la vasta inmensidad que creamos a besos salpicados en el rostro. Somos todo y nada a la vez: un eterno pensamiento, una risa traviesa, una más apenada que colorea nuestras mejillas; somos lo que queremos: una oleada intensa de seguridad, un mar repleto de calma y tranquilidad, las estrellas fugaces en la cima del mundo, un refugio a través del espejo, la cobija nocturna que mantiene unidos los pedazos de mi cataclismo espontáneo.

Y cuando te miro, Oliver, sé que no hay nada más que desear. Y cuando te escucho, Oliver, me proclamo afortunado de nadar en el sendero estrellado de tu preciosa risa. No hay mayor dicha que llegar con la espalda atiborrada de un cansancio perverso y saber que tus brazos de parsimonia tienen la temperatura indicada para derretirlo. Termino hecho un desastre. Termino más enamorado de ti. Y mi gotita de agua se engrandece para albergarnos en algún momento indefinido, siendo cristales en el tiempo que desafían desasosiegos enredados en nuestros cabellos.

«Desde que llegas y me abrazas, hasta que me duermo», nada más importa.

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