«Memorias»

1756 — Virginia

Hace muchos años, cuando las estaciones eran claras, cuando el sol salía a la misma hora todos los días y cuando las familias eran unidas, yo era como se suponía que debía ser. Ahora, podrías pasar frente a mí y no reconocerme, podrías pasar a un lado, oírme, y caminar más rápido, o si eres de buen corazón, dudarías en responder, pero de todas formas sabrías que lo mejor es alejarte y no te culparía por ello.

Tengo una especie de…enfermedad, al menos eso es lo que dicen los médicos, por supuesto, los religiosos aseguran que es una maldición, los niños me creen un monstruo y los ancianos me creen la muerte, quizás sería un mayor alivio para mí tener la oportunidad de formar parte alguna de aquellos títulos, pero no es así.

La degradación que me fue autoimpuesta por mi deseo de autodestrucción ha sido mi condena desde el día en que perdí mi inocencia…quizás eso comúnmente puede ser interpretado como algo sexual, no es mi caso, una vez le oí decir a alguien, cuyo rostro me ha sido borrado de la memoria y cuya voz no es más que un sutil silbido en mi oído cuando duermo, “la verdadera inocencia se pierde una vez que comprendes el significado de la muerte”, fue ahí que supe lo joven que la perdí, cuando tenía 4 años.

Permanezco cayado como piedra desde que tengo esta grieta, esta herida que no cierra y crece cada vez que soy consciente, cada vez que alguien ríe o llora, cada vez que respiras y trabajas, porque todo me lastima, porque nada es suficiente, porque estoy hueco, estoy vacío, y tengo hambre, tengo un hambre constante que me acrecienta la herida y me tuerce, me doblega para que mis rodillas toquen el suelo y ceda ante la desdicha, ante la evidente realidad que poseo aquí y no donde estuve o donde puedo estar, para que deje de negar mi presente y me extienda en sus tierras hecho polvo, para no volver a levantarme.