Blaze! Capítulo 23

Capítulo 23 – Guerra.

La joven pareja se montó finalmente en la cima de la montaña Ílio, observando el empinado camino dejado atrás…

Prepárate, ahora debes bajar rodando –bromeó Blaze, mirando la ruta–. La verdad es que morirías a los pocos metros si rodaras, hay un desfiladero donde antaño se encontraba el camino transitable, debe haber ocurrido un derrumbe.

Se suponía que estábamos luchando con espadas –reclamó Albert con una mejilla hinchada y amoratada, habiendo recibido un rodillazo en el rostro de parte de Blaze mientras se enfrentaban.

En el campo de batalla todo se vale, ¿de acuerdo? Nadie te dará tiempo para recuperar tu arma para seguir un enfrentamiento, debes hacer uso de todas tus habilidades, incluso si la única de ellas es huir corriendo rápido –instruyó verbalmente la maga, explicando su anterior actuar, tomándole el pelo.

Tienes razón, si sigo pensando así, no duraré una jornada allá fuera –comprendió el oráculo, aceptando la realidad, agradeciendo haberla entendido en un entrenamiento y no en un combate real.

Avancemos –ordenó la joven, siendo seguida muy de cerca por el muchacho, que estaba aún temeroso de caer por la escarpada pendiente montañosa.

Repentinamente, desde la lejanía, escucharon los gritos de un hombre de gran altura, con una larga cabellera brillante capaz de reflejar los rayos del sol como si fuera una dorada armadura, portando un arco en su mano izquierda, voceándoles como si los conociese. Blaze se detuvo para intentar interpretar sus palabras, pero no tuvo éxito.

¡¿Qué dijiste?! –gritó Blaze, recibiendo de vuelta las mismas inentendibles palabras de hace un momento.

¡Grita más fuerte! –secundó Albert, sin entender la información entregada–. ¡Mo – du – la!

El delgado y rubio hombre intentó nuevamente comunicarse desde lejos, pero Blaze y Albert no entendían nada del mensaje que pretendía entregar, gritándole al unísono de regreso. Después de unos minutos de infructuosa comunicación, el hombre agitó sus brazos en señal de cansancio, alejándose del lugar con delicados saltos, parecidos a los de un bailarín.

Que extraño caminar… –comentó Blaze, burlándose del hombre de cabello rubio.

¿Y qué dijo al final? –preguntó el oráculo, con su frente arrugada producto de tener levantada su ceja derecha.

Entendí que llevaban a alguien a no sé dónde, sólo eso. No te preocupes, nos debe haber confundido con otras personas o quizás otros seres, desde lejos debo verme como una esbelta elfina y tú como un deforme enano –respondió la maga, señalando el hinchado rostro de su escudero, riéndose entre dientes–. Adentrémonos en este pequeño sendero, así quedaremos ocultos entre las rocas, para no recibir nuevamente molestos gritos.

Los jóvenes continuaron con su marcha, ocultos en un estrecho pasaje formado por elevadas rocas, avanzando velozmente hacia los pies de la montaña, lugar cercano a la capital del reino del dios Sol, caminando por horas. Se detuvieron a dormir en una angosta caverna que encontraron, comiendo los últimos víveres que llevaban, despertándose temprano para seguir con su recorrido.

Suerte que nos alcanzó con el poco de leña que cargábamos para formar una fogata –comentó Albert, sacándose las legañas de los ojos con las uñas de sus dedos.

Suerte para mí, si se nos hubiese acabado antes, tendría que haberme quedado toda la noche utilizando hechizos de fuego para que no nos congeláramos –corrigió Blaze, sacudiéndose el cabello, cayendo piedritas y polvo desde su interior.

Caminaron hasta poder divisar las construcciones del reino dorado, tratando de adivinar cuales eran tabernas y hostales, hambrientos de comida casera y cansados de tener que pernoctar al aire libre.

Lo único que deseo en este momento es un gran vaso lleno con blanca y fresca leche –deseó Albert, siendo mirado con desprecio por su señora–. Espera… ¿qué es ese sonido?

¿Qué sonido? –preguntó la joven, levantando la cabeza en diagonal, como si de eso dependiera el que escuchara mejor–. ¡Ah, eso! Es un temblor, Albert, ¿nunca habías percibido uno?

Si he sentido temblores antes –respondió el aludido, mirando de reojo a Blaze, con cara apática–. Escucha bien, no es un temblor.

No me porfíes, escucha bien tú –rezongó Blaze–. Eh, espera, tienes razón, esto es…

Cuando la maga estaba a punto de terminar la frase, un ensordecedor griterío inundó la zona. Millares de hombres corrían en su dirección, armados hasta los dientes, mirándolos con violencia y soltando groserías al aire.

¡Un ejército! –gritaron los jóvenes, sorprendidos y sobresaltados, con los cabellos erizados por la impresión.

Una lluvia de flechas cayó cerca de Albert y Blaze, casi atravesándolos, por lo que los muchachos huyeron del lugar, corriendo con todas sus fuerzas hacia la falda de la montaña, intentando alejarse de esta, dirigiéndose hacia la capital del reino, pero en su escape se encontraron con otro ejército, uno que portaba los estandartes del reino del dios Sol, recibiendo de frente el ataque de estos.

¡Maldición! Es hora de defenderse, Albert –indicó Blaze, avanzando contra los caballeros del reino del dios Sol, atacándolos, lo que hizo que el ejército que los atacó en primera instancia dejara de hacerlo, apoyándolos.

No tienes ni que decirlo –respondió, desenvainando su espada, disponiéndose a pelear.

Blaze atacó a los hombres armados con hechizos y su nueva espada, matando a varios contrincantes, mientras vigilaba los torpes movimientos de Albert, que se abría paso entre sus contrincantes con ataques no letales, pero si neutralizantes, dejando varias manos y piernas botadas en el camino.

¡Albert, no te alejes tanto! –gritó Blaze, viendo como el muchacho estaba siendo rodeado por enemigos, acudiendo a rescatarlo al notar que el bullicioso campo de batalla no le permitía comunicarse con su escudero.

Blaze entró en el círculo de hombres armados que se disponían a atacar a Albert como si fuera una lanza, golpeando en la columna de uno de ellos, botándolo al piso. Se puso detrás de su escudero, cubriéndole la espalda, mientras empuñaba su espada con ambas manos.

Te dije que no te alejaras –murmuró la maga, mirando por debajo de su hombro, notando una herida en el brazo derecho del joven, por sobre el avambrazo–. ¿Te encuentras bien?

Sí, hasta ahora es un sólo corte, si no estuvieras aquí, ahora sería carne molida –respondió Albert, retrocediendo, apoyándose en la espalda de la muchacha.

Tienes suerte de que nadie invierta en estos perros rabiosos, las primeras filas siempre están llenas de perdedores vistiendo las peores protecciones vistas en este mundo, tienes suerte de tener esa afilada espada, ¿viste el camino de extremidades que dejaste detrás tuyo? –preguntó–. Simplemente deberías matarlos, ahora debe haber muchos de ellos odiándote, es preferible morir en batalla a sobrevivir mutilado.

La verdad es que no estoy preparado para matar aún, quizá nunca lo esté. Además, esta no es nuestra guerra, no tengo nada contra ellos… –divagó Albert, siendo presionado por el grupo que los rodeaba.

Puede que no desees matarlos, pero ellos sí que quieren –aseveró la guerrera, envainando su espada y estirando sus brazos para separar sus manos la una de la otra–. ¡Agáchate!

Blaze utilizó su hechizo Sonic Clap, estrellando fuertemente las palmas de sus manos, liberando un halo de sonido que impactó en el pecho de cada uno de los caballeros que los oprimían, arrojándolos al piso. La joven tomó a Albert por la cintura, cargándolo por los aires, volando hacia un lugar más desocupado.

¡Puedes volar! –exclamó maravillado Albert, viendo como los soldados empequeñecían al elevarse–. ¿Por qué no utilizaste antes esta técnica?

No tienes idea la cantidad de energía que gasta este hechizo… Al parecer hay una fuerza que nos mantiene pegados al piso y hay que vencerla para poder elevarse, en resumen, extenuante, más contigo aquí –dijo Blaze, explayándose, descendiendo deprisa–. La utilizo sólo en situaciones complicadas o extremas.

Ya veo… ¿qué haremos ahora? –consultó Albert, mientras miraban desde lejos la batalla.

No lo sé, pero creo que ya elegimos bando. Quedémonos un tiempo con estos tipejos para averiguar de qué se trata esta batalla, así podemos alimentarnos gratis también –reflexionó Blaze–. ¡A batallar!

Los dos muchachos se infiltraron nuevamente en las filas enemigas, derrotando a los contrincantes cada uno a su manera, ayudando a los extranjeros a luchar contra los abanderados del reino del dios Sol.

¡Si no quieres matarlos ni tampoco que te odien, hiérelos con la punta de la espada en los puntos que te enseñé! –sugirió Blaze, masacrando a varios hombres, mandándolos a volar con múltiples explosiones.

¡Casi me había olvidado de eso, las técnicas de tu maestro Bel son excepcionales! –respondió Albert, atravesándole el muslo a un contrincante, retirando rápidamente la hoja de la espada para continuar peleando.

¡Y sólo te enseñé lo más básico, no necesitas más para estos pelafustanes! –dijo la maga, golpeando con la espada, desarmando a un joven guerrero, el que huyó al verse desarmado–. Cobarde…

¡¿No lo mataste?! –consultó el oráculo, descansando un momento, aprovechando de encontrarse en un lugar sin enemigos cercanos.

No mato a cualquiera, sólo a los que desean luchar hasta la muerte, ese quería vivir aún, mira lo lejos que va, maldito desertor –explicó Blaze, mirando cómo se alejaba el joven que dejó vivir, yendo al lado de su escudero–. ¡Miren, allá va un desertor!

¡Blaze! Si lo dejaste vivir, no lo metas en problemas –susurró firmemente Albert, respirando agitado, con la katana empuñada con ambas manos, apoyando la punta de la espada en el barro producido de la mezcla de tierra, sangre y sudor–. No puedo más, he recibido algunos cortes, pero ninguno de gravedad…

Así veo, yo sólo estoy manchada de sangre ajena y el polvo se mezcló con mi sudor, me pica todo, pero no me rascaré nada acá, hay muchos mirones, incluyéndote –replicó la maga, contando su experiencia de batalla–. Ven, te curaré la primera herida, si no lo hago pronto te dejará cicatriz.

No, está bien, déjala así, sólo cura las otras heridas, por favor –pidió Albert, tapando con su mano el corte sobre el avambrazo–. Ya no me duele y será un recuerdo de este día.

Si lo deseas así, no tengo problema, pero si se te infecta después y pierdes el brazo por eso, es tu problema, no mío –recomendó la maga, intentando hacer entrar en razón al oráculo.

¡No lo había pensado así, cauteriza, cauteriza! –exclamó histérico el muchacho, moviendo el brazo como si se tratara del cuello roto de una gallina.

Espera –dijo Blaze, lanzando una gran Fire Ball a unos enemigos que venían en su dirección, haciéndolos volar por el aire con la explosión–, debo lavarla primero, no sirve de nada cerrar el corte con toda la cochinada allá dentro.

Blaze metió la mano bajo su armadura, sacando una pequeña cantimplora llena de agua, mojando la herida del brazo de Albert, cauterizándola luego con el calor producido por la palma de su mano, sanándole las otras lesiones con el Regeneration. La batalla parecía hacer terminado, los únicos peleadores que seguían de pie eran los extranjeros, les habían ayudado a ganar la contienda.

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La ciudad principal del reino de dios Sol, llamada de igual manera que la cordillera que la flanqueaba, fue sitiada por el ejército bárbaro de los Morones, provenientes del reino de Morón, asentándose en las afueras de la gran capital. La noche después de la batalla celebraron a lo grande, encendiendo grandes piras donde abrasaron los cuerpos de los caballeros de Ílio, comiendo y bebiendo a destajo.

Esta comida está buena –comentó Albert, mordisqueando el muslo de un animal desconocido, desprendiendo la carne del hueso con avidez.

Unos guerreros bárbaros pasaron por el lugar, felicitando a los muchachos por su desempeño en la batalla, aprovechando de piropear a la maga, quien los miró con ardiente desprecio, asustándolos. Blaze esperó un momento a que se alejaran lo suficiente para contestarle a Albert, quien bebía pequeños sorbos de cerveza, quejándose de lo fuerte que estaba la bebida.

Mejor ni te cuento que estás comiendo, por mi parte, prefiero beber esto, al menos sé lo que es –aseveró Blaze, tragándose un vaso gigante lleno de cerveza como si se tratara de agua, empezando a murmurar–. Debemos salir pronto de aquí, nuestra meta es la ciudad de Ílio, no nos pueden ver con estos bárbaros o creerán que somos sus enemigos también.

¿Te recuerdo que mataste a varios caballeros de la ciudad de Ílio? –preguntó retóricamente Albert, bebiendo nuevamente un poco de cerveza, sintiendo los efectos casi de inmediato–. Esta cosa te envalentona…

Ya lo hiciste –refunfuño Blaze, hablando en voz baja–. Independiente de eso, debemos ir al campo de este reino y nos conviene ser viajeros comunes y corrientes, no enemigos.

Tienes razón, Blaze… ¿Blaze? Es raro tu nombre, ¿por qué te pusiste así, me lo contarás algún día? –dijo Albert, desvariando, afectado visiblemente por el alcohol que seguía ingiriendo–. Te ves tan brillante, hasta tienes un aura temblorosa sobre ti.

Suficiente para ti –dijo la maga, quitándole la cerveza al emborrachado muchacho, bebiéndosela de golpe–, duérmete será mejor, nos iremos de madrugada, pero por un camino distinto, para parecer que venimos desde otro lado.

Albert miraba a su señora con una sonrisa etílica en su rostro, con los ojos entreabiertos y las mejillas sonrosadas, obedeciendo inmediatamente a la joven, acostándose de lado en el piso y tapándose de pies a cabeza. Blaze durmió sentada, despertando cada cierto tiempo para vigilar a los Morones que horas atrás le lanzaron burdos piropos. De madrugada, cuando todos dormían, la hechicera tomó al aturdido oráculo, apoyándolo en su espalda y sujetándolo desde los brazos, elevándose silenciosamente por el aire, perdiéndose entre la neblina matutina.

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Frente a las cerradas puertas de la asediada ciudad de Ílio.

Ya no pesas lo mismo, Albert –suspiró Blaze, cansada por haber cargado por el cielo al dormido muchacho por casi una hora, cargándolo sobre su hombro otra hora más cuando dejó de volar, dejándolo sentado contra las inmensas puertas de la ciudad, apoyándose en estas para recuperar el aliento, respirando profundamente–. ¡Despierta, oráculo dormilón!

Albert abrió los ojos sobresaltado, cerrándolos nuevamente como si nada, emitiendo una jerigonza, mezcla de quejido y petición, ladeándose, cayendo contra el piso de cabeza, despertando de inmediato.

¿Qué paso? Me duele la cabeza… ¿por qué me golpeas, Blaze? –preguntó a la maga, quien seguía apoyada con su mano en una de las puertas, con los pómulos prominentes, las mejillas hundidas y unas marcadas ojeras, sudando por todos sus poros–. ¿Estás bien?

¿Y te extraña? Acabas de azotarte la cabeza en el piso, aunque no descartaría que sea resaca… Estoy bien, sólo con un poco de sed… y hambre. Encárgate tú, llama a la puerta para que nos abran, di que somos viajeros, que venimos de pasada, nada más –ordenó la deshidratada joven, sacando de su oculta bolsa la cantimplora llena de cerveza, bebiéndola desesperadamente.

Albert tocó fuertemente la puerta, golpeando con su puño, pero no salió nadie a recibirles, así que comenzó a asestar patadas en la entrada, gritando para hacerse escuchar, retumbándole los golpes en los oídos, produciéndole más dolor de cabeza. Desde una alta torre cercana a las puertas salió una voz, preguntándole que deseaban.

Somos viajeros, deseamos entrar a su ciudad para abastecernos y conocer la localidad –respondió Albert, mirando de vez en cuando a Blaze, quien se había echado en el piso a descansar del cansador vuelo.

La entrada está cerrada indefinidamente, la ciudad está siendo asediada y sólo residentes de la ciudad pueden entrar y salir de esta –explicó el guardia, al cual sólo se le veía el casco sobresaliendo por sobre unas cuadradas rocas que formaban una pared de protección frente a la torre de vigilancia–. No podemos confiar en nadie en este momento, menos si vienen a golpear nuestras puertas exigiendo entrar, discúlpenos.

En ese momento Albert recordó que estaba vistiendo su armadura, por lo que intentó cubrirla con sus ropas, pero se encontró con que no las estaba portando.

Blaze debe habérmela quitado mientras dormía –pensó el muchacho, ideando inmediatamente el utilizar a la maga como pretexto–. Entiendo su situación, pero necesito su ayuda, mire por favor a mi compañera, está enferma y necesita alimentarse correctamente para aliviarse, ayúdenos por favor, se lo ruego.

El guardia asomó su rostro, viendo a Blaze tendida en el piso, con rostro descompuesto, saludándolo con señas.

Podemos darles unas raciones de comida, si lo desean, pero no podemos dejarles entrar –confirmó el guardia, ofreciéndoles eso o nada.

Maldición –murmuró Albert, intentando crear una nueva excusa para que les permitiesen entrar–. La verdad es que no sólo somos viajeros, ella es una famosa maga y yo un oráculo, si nos dejas entrar podemos ayudarte en lo que podamos…

El casco del guardia se dejó de ver en la altura, escuchándose una voz por entre las puertas unos momentos después.

¿Qué tan poderosa es?, ¿pueden sanar a alguien? –preguntó el guardia, a través de la rendija formada por ambas puertas, susurrando.

Muy poderosa, puede sanar lo que sea, pero para eso debemos entrar, acá fuera es peligroso y necesitamos comer –respondió Albert, urgiendo al hombre para que abriera la puerta.

Los dejaré entrar, pero deben acompañarme a mi casa, allá pueden descansar y alimentarse, con la condición de ayudarme después, ¿están de acuerdo? –propuso el guardia, esperando la respuesta de Albert.

Por supuesto, confíe en nuestra palabra –aceptó el oráculo, llamando a Blaze para que se acercara–. Se te ve mejor.

Me siento mucho mejor, la verdad es que la técnica es desgastadora, no la he refinado como es debido, pero hay algo que me afecta más que la pérdida de energía y eso es algo que no te mencionaré nunca –comentó la maga, haciéndose la intrigante.

Te da vértigo vola… –aseveró Albert, siendo callado por la mano de la maga.

¡Shhhh, cállate! –musitó fuertemente Blaze–. ¿No ves que es una de mis pocas debilidades? La pueden usar para torturarme o algo peor…

Como si eso fuera posible –desestimó Albert, hablando entre los dedos de Blaze.

Los muchachos entraron por la estrecha abertura que se entreabrió para su ingreso, siendo rodeados por cuatro soldados armados con brillantes y afiladas lanzas, quienes les revisaron de cuerpo entero buscando armas, pero no encontraron nada. Mientras Albert era revisado, notó que Blaze tampoco estaba usando su armadura, habiendo ocultado también su espada nueva y la que estaba usando como cuchillo.

Sólo somos viajeros, no luchadores –comentó Blaze, mostrando debajo de su capa, guiñándole un ojo a Albert sin que los guardias lo notaran.

Yo fui quien les habló, mi nombre es Ephraim, síganme –habló el guardia, presentándose, indicándoles el camino hacia su hogar.

Los jóvenes viajeros comieron y bebieron comedidamente en la vivienda de Ephraim, agradeciéndole el haberlos ingresado cuasi-ilegalmente a la ciudad de Ílio, durmiendo una pequeña siesta después de la comida. Blaze despertó completamente repuesta y animosa, dispuesta a cancelar su deuda con el guardia, consultándole que deseaba como paga.

Mi hijo, está desahuciado, cada día que pasa está peor y nadie ha podido ayudarle, tu compañero dijo que puedes sanar lo que sea, sánalo, por favor –pidió Ephraim, con rostro grave y triste, intentando no quebrarse ante los extranjeros.

Muéstremelo, lo examinaré –dijo Blaze, siguiendo al guardia a la habitación del muchacho de diez años–. ¿Qué le afecta?

Bueno, ha tenido fiebre, vómitos, dolores en su espalda, casi no orina y las veces que lo logra es con sangre –comentó el padre, dejando a la maga frente a la cama del niño.

Eso es una afección interna, pensaba que se encontraba herido… –comentó Blaze, mirando con enojo y preocupación a Albert, llamándolo para hablarle al oído–. Menudo lío en el que me metiste, no sé cómo tratar a este niño.

Tampoco sabía lo que nos esperaba –comentó de la misma manera Albert–. Saldremos para discutir el tratamiento, señor Ephraim.

Fuera de la casa del guardia los muchachos se quedaron cabizbajos, sin hablarse, pensando cada uno en cómo solucionar el embrollo que se estaba armando por haber empeñado su palabra sin pensar.

Blaze, cuando hiciste lo del rey Bod, ¿cómo lo abordaste? –consultó Albert, intentando encender la mente de su señora.

Ya te lo conté, no viene al caso, ese niño está infectado por dentro, no hay como salvarlo –respondió Blaze, molesta por la situación, sintiéndose irresponsable.

Y si la infección ha roto algo en su interior, ¿podrías curarlo? –consultó Albert, intentando abarcar todas las opciones.

Podría, pero si no vences la infección, esta volverá a degenerar todo lo reparado con el Regeneration y… A ver, espera, si yo… y luego, no, al mismo tiempo, no, no –comentó la maga, comenzando a hablar con ella misma–, podría ser si…

Blaze se sentó en el piso para pensar más cómodamente, agarrándose la barbilla con los dedos índice y pulgar, sobándose el mentón con la zona intermedia entre los dos dedos.

¡Creo que lo tengo! Te explico, quiero tu opinión. El hechizo Regeneration actúa hasta curar completamente una herida en el cuerpo; en cambio, el Degeneration ataca todo a su paso, matando todo hasta que no quede nada. Si sano completamente su cuerpo con el Regeneration, pero no me deshago de la infección, es un trabajo fútil, pero supongamos que lo sano y sigo utilizando el conjuro mientras aplico el Degeneration muy suavemente, podría protegerlo del daño y eliminar la infección, ¿qué crees? –explicó Blaze, esperando la respuesta de su escudero, tratando de confirmar la viabilidad del plan.

Eso funcionaría solamente si el Regeneration es capaz de distinguir al cuerpo de la infección, suponiendo que la infección sea algo distinto del cuerpo, de otra manera sanarías también a la infección y sería un bucle sin fin –declaró Albert, dudoso en algunos de los puntos cruciales expuestos.

¡Claro que lo es! No es lo mismo comer pan fresco o duro a comer uno mohoso, te enfermas si lo comes así, de eso no hay duda, es el moho el que te enferma, pensemos que esta infección es producto de un moho también, bajo esa lógica, debería funcionar, ¿cierto? –confirmó la maga, aumentando la esperanza que tenía en su experimental tratamiento–. Y sí, el Regeneration sólo sana el cuerpo que deseo reparar.

Desde esa perspectiva, te creo, deberías probarlo entonces –convidó Albert, reingresando los dos a la vivienda.

Los hombres dejaron sola a Blaze, quien se sentó al lado del afiebrado y quejoso muchacho, examinándolo para descubrir donde le dolía, apoyando sus manos en la espalda del enfermo, aplicando el Regeneration primero con su mano izquierda, manteniendo la ejecución del hechizo, y luego suministrando pausada y suavemente el hechizo Degeneration con la otra palma, sudando por el esfuerzo de realizar dos conjuros distintos al mismo tiempo, gastando casi toda la energía demoníaca que tenía disponible en un espacio de dos horas, deteniendo el procedimiento en ese punto. El muchacho quedó descansando plácidamente, dejando de quejarse, estabilizándosele la temperatura a su nivel normal.

Ahora queda esperar nada más, no puedo asegurar nada hasta que despierte –comentó Blaze, saliendo de la habitación, enjugando el sudor de su rostro con su mano.

Hiciste lo que pudiste, descansa, Blaze –congratuló Albert, despejándole el camino para que se fuera a tender.

Muchas gracias, señorita maga, se ve mucho mejor de como estaba antes de que llegasen aquí –agradeció Ephraim, después de echar un vistazo a su hijo descansando calmadamente en su cama.

Blaze se tendió en la cama de Ephraim, cerrando los ojos, intentando dormir, pero estaba expectante ante el resultado final del procedimiento, quedándose repensando lo hecho, buscando fallas. Inevitablemente se durmió sin darse cuenta, molida por el constante uso de exigentes hechizos, siendo despertada por Albert, que le tomó de un hombro, agitándola suavemente.

Blaze, hay alguien que desea conocerte –comunicó el oráculo a la somnolienta muchacha, presentándole al hijo de Ephraim, Ephraim.

Gracias, señorita maga, ya no me duele nada, me siento muy bien gracias a usted –dijo agradecido el pequeño Ephraim, de pie al lado de la cama de su padre, con una sonrisa en su rostro.

No sé cómo pagarle esto, señorita hechicera, estaré en deuda para siempre con ustedes dos, muchas gracias nuevamente –sollozó el padre del niño, visiblemente emocionado por ver a su retoño completamente sano.

Blaze miró a los tres hombres frente a ella, sin erguirse del colchón, estirando hacia el cielo sus brazos y piernas al mismo tiempo.

¡Sí! –exclamó, satisfecha.

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Acertaste –dijo Albert, sonriente, alejándose cada vez más de la casa del guardia y su hijo.

Lo hice, pero gasté casi toda mi energía demoníaca, a lo mucho podré hacer una curación más, y seguramente será incompleta. Lo bueno es que la energía se renueva inmediatamente después de acabada, lo malo es que tengo que renovar el contrato para poder utilizarla, sin mencionar que el demonio cobrador, uno de los tantos secuaces de El Durmiente, llega al instante sin importar lo que estés haciendo. Si no lo firmas de inmediato, pierdes el contrato y te penalizan, debiendo pelear contra el cobrador para eliminar la energía entregada y no utilizada –explicó Blaze, con desgano, caminando al lado del oráculo.

Qué complicado, te tienen atrapada por todos lados –comentó el muchacho, sin consultar más detalles, notando el cansancio de la hechicera.

Ahora iremos a donde debimos dirigirnos desde un principio –dijo Blaze, aumentando la velocidad de sus pasos, metiéndose en la primera taberna que encontró abierta en su camino.

Pe… ¡pero Blaze! –gritó Albert, siguiendo a la maga, entrando al local detrás de ella–, no tenemos nada de dinero para…

Blaze se detuvo en el pasillo que comunicaba el exterior con las mesas de la taberna, sacándose el calzado derecho, extrayendo de su interior dos monedas de oro.

Soy precavida, Albert. Además, ¿de verdad pensaste que te entregaría todo mi dinero así sin más? –preguntó la muchacha, mirando con picardía al escéptico Albert.

No sé si sorprenderme o dudar, eres muy impulsiva para ser precavida –arguyó el oráculo, recibiendo una imperceptible Fire Ball que le ennegreció el rostro, quemándole los pelos de la nariz y algunos mechones de su cabello–. A eso me refería.

Los viajeros comieron cómodamente, sobrándole algunas monedas para subsistir otro día más, pero no para pagar por un alojamiento. Saliendo de la taberna, buscaron un lugar calmado y alejado de la ciudad, donde pudieran echarse a descansar y esperar la madrugada, encendiendo una pequeña fogata. Al despertar, salieron sin desayunar, caminando hacia la zona rural del reino, hablando con todas las personas que se encontraron, intentando dar con el predio donde se encontró el trozo del corazón de único ser divino.

¿Encontrarán lo que andan buscando?, ¿será atacada la asediada ciudad de Ílio?, ¿terminará pronto el viaje de estos dos? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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