Todavía por aquellas calles, continuaba mi camino un poco apesadumbrado por los recuerdos, he de admitirlo, recuerdos que siempre estaban sobre mí, como nubes negras, como fieles compañeras que se negaban a marcharse, ya no hace falta hablar de las inquietudes tan banales que sentia en esos momentos; sin embargo, caminaba un tanto tranquilo por aquellas avenidas, como si el mundo estuviese en calma pero realmente el mundo no lo estaba.

Cuándo pasé por en frente de la iglesia, observé a una limosnera, que al verme directamente a los ojos se echó a reír con tal behemencia que hizo que me acercará a ella para preguntarle qué cuál era la gracia, ella sonriente me respondió:

–Pensaba que yo era la miserable en este mundo pero al verte a tí mi opinión cambió, ahora solo me queda reír y alegrarme de que la miserable no soy yo.

Me alejé lentamente de aquella persona y cuando la miré de regreso ella entre risas gritó:

¡Hoy no lloraré por mí, lloraré y me reiré por toda la miseria de los demas!

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