La canción de las barcas

-No sé vivir en el estanque- le dijo una barca a otra,  que se cruzaban a menudo por allí. No siento  más que olillas aquí, que aunque  llenas de entusiasmo, no tocan muy arriba mi cuerpo. Quisiera ver el mar. ¿Por qué si mi piel está hecha para poder rozarlo sin miedo, no lo conoceré nunca?

– Dicen que el mar tiene altibajos. Dicen que a veces sentirás sus caricias y otras será un desmesurado abrazo lo que sientas. Tan largo y fuerte será que quizás sea  tu final. Aquí en el estanque nuestra vida será menos intensa pero más duradera. ¿No te gusta sentir como en la primavera somos mensajeras de los silencios llenos de los hombres?

– Amiga mía, quiero tener un nombre propio y no que sean sólo números los que me designen. Quiero sentir esas manos que dibujan  letras,  mientras  piensan  en alguien o algo al escribirlo y no sólo que pinten en mi piel los trazos de un número  para llamarme. Inventar, crear  un vocablo sólo para mí. ¿No deseas tú lo mismo?

– Barca es mi nombre, el tuyo también. No deseo ninguno más. No tenemos otro. Aunque nos pinten uno que recuerde a las flores o que suene como música en un lado de nuestro cuerpo, no será el nuestro. Será un nombre prestado. Somos madera nada más y lo que el estanque escribe en nosotras. No debemos soñar demasiado.

– Amiga, ¿es justo que los humanos sueñen tanto  y nosotras no?

Se hizo el silencio entre las dos. Sólo se oía el ruido de los remos que removían los cabellos del agua. El estanque se dejaba, había nacido manso y seguía siéndolo. El hombre que iba en la barca de las quejas, navegaba solo. Ella no lo sabía pero soñaba con dibujarle un nombre y salir juntos por la mar.

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